miércoles, mayo 04, 2011

La voz de Savater

Martha Anaya / Crónica de Política

En su paso por México –estuvo en Puebla y Chihuahua en estos días–, el filósofo y ensayista vasco Fernando Savater ha subrayado una y otra vez lo que considera el factor más agresivo de la desmoralización social: la impunidad.

Desde la perspectiva de este hombre que se rebeló a la dictadura franquista, la fuerza corruptora de la impunidad –el que no se persiga ni castigue a quien altera el orden– es aún más grave que la inseguridad misma.

Pero atacar la impunidad, precisó, no es hacerlo a tontas y a locas. Debe hacerse de manera adecuada. Esto es, hay que erradicar la impunidad desde el más alto nivel del poder.

Las leyes, sostiene Savater, deben castigar en su justa dimensión a quienes cometen delitos. Por ejemplo, citó: se da el caso que el narcotráfico sea condenado con todo el rigor; pero no se penaliza a quienes lo propician y viven de él.

Si bien sin seguridad no existe la libertad, reconoció, ésta se quebranta cada vez más mientras exista la impunidad.

Pero las leyes, dijo –y he aquí una visión muy distinta a quienes perfilan signos autoritarios—, no deben inhibir las acciones naturales del hombre, pues no se trata de controlar a la ciudadanía como si fuesen menores de edad.

“Utilizar la ley para castigar vicios y decir que se hace por el bien de los ciudadanos es un abuso legal”.

Lo que sí debe regular la ley, es la comisión de delitos y las condenas para quien infrinja las normas, por más buenas o malas que nos parezcan.

Esto es algo de lo que expuso el de San Sebastián al hablar sobre Legalidad y Ciudadanía.

Pero Fernando Savater ha ido mucho más allá en lo que se refiere a nuestras vivencias como ciudadanos en una democracia, y que vienen a cuento en estos tiempos que vivimos y que en algo podrán ayudarnos a normar nuestro criterio sobre cómo enfrentar los peligros que nos acechan.

Van algunas de sus reflexiones:

-La diferencia entre una democracia y un autoritarismo es que en la democracia somos políticos todos. Es por esto que alarma oír hablar de lo malo que son los políticos, de lo corruptos que son, y uno dice: Querrá usted decir que nos pasa a todos, porque si los políticos son corruptos, lo son porque nosotros dejamos que lo sean, porque fracasamos en nuestra propia tarea política que es el elegirles, sustituirles, controlarles, vigilarles, y en último término, presentarnos como candidatos, como una mejor alternativa frente a ellos; si eso no lo hacemos, efectivamente los políticos seguirán siendo unos corruptos; y lo seremos todos, todos los políticos dentro de un país, porque todos en una democracia somos políticos, y no hay más remedio que serlo.

-La educación es la única forma que hay de liberar a los hombres del destino, es la antifatalidad por excelencia, lo que se opone a que el hijo del pobre tenga que ser siempre pobre; a que el hijo del ignorante tenga que ser siempre ignorante; la educación es la lucha contra la fatalidad. Educar es educar contra el destino, que no hace más que repetir las miserias, las esclavitudes, las tiranías, etc. Además hay que educar para la ética, hay que saber que educar es ya, en sí, una labor ética, emancipadora. Estas cosas que se pierden en los planteamientos burocráticos, en las dudas sobre nuestras tareas, en la convicción de las dificultades que tenemos, en la hipertrofia de las tecnologías que convierte la labor personal en algo nimio y ridículo, hay que recordarlas de una manera ingenua y clara.

-No hay que educar para la desesperanza. Si se educa diciendo que el mundo es un desastre, que todos los políticos son corruptos, que el sistema es omnipotente y nunca lograremos cambiarlo, que el neoliberalismo ha secuestrado el mundo y jamás podremos enfrentarnos a sus malévolas intenciones, que todo está perdido; crearemos una sociedad de pesimistas cómodos que se dedicarán a vivir, y culparán de todos los males a la situación cósmica que les ha tocado soportar.

-Prefiero crear personas ingenuamente convencidas de que contra todos los males algo se puede hacer, porque éstos nunca se resolverán solos; no sé si nosotros los vamos a resolver, sé que si no los resolvemos nosotros, no se resolverán. Esto es lo que me parece que hay que transmitir con unas pautas, no digo de optimismo desenfrenado loco, pero al menos de un cierto pesimismo que acepte que hay que actuar; que algo hay que hacer, y que ese algo depende de uno. No se puede esperar a otra ocasión mejor; no podemos esperar a que venga el siglo que viene a ver qué movimientos y corrientes cósmicas nos liberan de nuestros males o nos condenan a ellos definitivamente.

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