viernes, mayo 20, 2011

Estalinismo panista

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Esa idea de que la política es una ciencia nunca me ha convencido. Acepto que la administración pública lo es, pero el oficio del poder, ejercerlo, aprender a mandar sin que respinguen los que han de acatar órdenes, eso es otra cosa, más próxima a Sófocles y Shakespeare, más cercana a El Padrino y Gomorra que a El príncipe.

La razón es sencilla: hacerse con el poder y conservarlo, es más de instinto y audacia, de estado de ánimo y voluntad, que de libro de texto. Gobernar, cualesquiera que sea el signo político que presida al Estado, es tarea de seres humanos. Dios o los dioses cumplen otra función. La única teocracia vigente reside en El Vaticano, lo demás son juegos espirituales en terreno humano, la justificación de la iniquidad por la fe.

De allí que lo que hoy sucede en México obligue a prestar oído, observar con detenimiento, levantar la ceja, porque se cae en la cuenta de que los extremos se tocan, la serpiente se muerde la cola, este gobierno de derecha usa de estrategias de propaganda política estalinista. Quienes hayan estudiado el fenómeno Stalin comprenderán el dilema, el riesgo en que se coloca a la nación en momentos históricos distintos a los que cobijaron el quehacer de la impostura del padrecito de todos los pueblos, del padrecito Stalin. En el bipolarismo, las naciones occidentales, ajenas al mundo tapiado por la Cortina de Hierro, hicieron como los tres monos sabios: nada vieron, nada oyeron, todo callaron. La URSS se despachó con manga ancha mientras se lo permitió su supuesto poderío económico, hasta que la teocracia vaticana participó de la estrategia para que cayera el Muro de Berlín. Y aquí estamos, sujetos a la globalización.

Podrá, la estrategia mediática, la propaganda política, borrar el pasado reciente, como cuando José Stalin decidió que la Revolución de 1917 empezaba y terminaba con él; cuando decidió armar los procesos de Moscú, cuando decidió justificar una industrialización que costó más vidas que las perdidas en los campos de concentración nazis, cuando impuso la colectivización de la tierra, cuando decidió borrar de la historia a León Trotski. La figura del constructor del ejército rojo, del ideólogo de la Revolución Rusa, adquiere, con el paso del tiempo, la importancia histórica que el estalinismo le negó.

Con escuchar la propaganda de Acción Nacional los mexicanos inteligentes, los que fundaron la esperanza de la transición en la vigencia de Manuel Gómez Morín, Luis H. Álvarez, Carlos Castillo Peraza, podrán percibir hacia dónde dirigen el futuro de la nación quienes se adueñaron de su partido, sin considerar que la globalización determina cómo y cuándo se mueven los sistemas económicos y políticos dependientes de los poderes fácticos, como es el caso de México.

Si el aserto es válido, borrar de los registros históricos el pasado reciente de la nación, porque así conviene a los intereses políticos del actual gobierno, puede resultar contraproducente, porque la cohesión obtenida a través de la historia patria y las leyendas y mitos que dan contenido a la identidad nacional, se diluirán en una integración ideológica y comercial, para que se acepte, con mansedumbre, el lugar que han destinado para México y los mexicanos, quienes verdaderamente determinan el futuro y el ritmo humano del mundo.

¿Cómo es posible que en el actual sexenio se hayan construido y reparado más carreteras que en ningún otro, o que se hayan edificado más aulas, o que el salto cualitativo en educación supere todo lo logrado desde que Porfirio Díaz navegó en el Ipiranga, o que la creación de empleos esté resuelta, o que la economía permanezca inalterable a las presiones internacionales, y no se prevean devaluaciones, o que haya disminuido la pobreza, o que el poder adquisitivo de la mayoría de los mexicanos sean tan poderoso como el superpeso?

¡Vamos!, que Acción Nacional nos regala el Paraíso en la tierra, porque en diez años de gobierno panista se recuperó la libertad que el PRI arrebató a los mexicanos, pues nadie concibió ni creó la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la conducción social hacia la ciudadanización del IFE fue obra del Espíritu Santo; es cierto, todo empieza hoy porque no importa que haya más pobres, el trabajo dependa del outsourcing, lo solidez macroeconómica esté sustentada en los paisanos que están inscritos en ese renglón bautizado como pobreza alimentaria, para no hablar de muertos de hambre, o de los legales e ilegales que con el sudor de su frente envían las remesas que mueven, en muchas partes, la economía local.

¡Qué va!, el PRI nada hizo en 70 años, sino disminuir a los gobernados, no creó el Instituto Mexicano del Seguro Social, tampoco abrió las opciones educativas y fue incapaz de concebir al Poli, los CCH, la Universidad Autónoma Metropolitana, las casas de estudios superiores de las entidades federativas, el Infonavit, el SAR, el ISSSTE, sólo estuvo capacitado para el 2 de octubre, el 10 de junio, las devaluaciones. Con ese perverso instituto político surgido de la mente de Plutarco Elías Calles -el mismo que en 1925 creó el Banco de México, que hoy da equilibrio macroeconómico al país- tampoco se concibió la Doctrina Estrada, ni México se ennobleció ejerciendo el derecho de asilo para recibir a españoles, argentinos, chilenos, judíos.

¡No hombre!, el PRI es responsable de todo lo malo que hoy ocurre, poco importa que hace diez años no decida desde Los Pinos. Tenemos que darnos cuenta, y además estar agradecidos, porque la democracia llega a México con el PAN, sin importar que haya más periodistas muertos que en ninguna otra época, o que la distancia entre los pocos que tienen mucho y los muchos que poco o nada poseen, se ensanche, o que la identidad nacional, la cultura y la dignidad que reviste al pertenecer a una patria, hoy estén desdibujadas, inmersas en esa excelente calidad educativa que el SNTE ha logrado a pulso y contrapelo de las autoridades.

Es cierto, es posible que Acción Nacional conserve la Presidencia de la República, lo que no será del todo malo, porque aquellos que hoy están seguros de que su vida se inició el año dos mil, muy bien podrán darse cuenta que resultó peor el remedio que la enfermedad, y cara habrán de pagar la insistencia.

Pero la propaganda política todo lo determina, más si es de corte estalinista, guiada por esa necedad de borrar el pasado para empezar de cero, para evitar analogías, comparaciones, cualquier cosa que demerite la imagen de los nuevos mesías.

Tal vez tenga razón mi gurú literario: “Qué malo es que le cuenten a uno, de todas formas, qué malo es que nos metan ideas en la cabeza, aunque sean insólitas y descabelladas y aunque no se sostengan y resulten inverosímiles (pero todo tiene su tiempo para ser creído), cualquier dato que registra la mente se queda en ella hasta que lo alcanza el olvido y el olvido siempre es tuerto, cualquier relato o información y también hasta la posibilidad más remota se graba, y por mucho que uno limpie y restriegue y borre, ese cerco es de los que no salen jamás; cómo se entiende que la gente deteste el conocimiento y niegue lo que está ante sus ojos y no quiera enterarse de nada y repudie saber, que evite la inoculación y el veneno y lo aparte nada más vislumbrarlo o sentir su proximidad, lo mejor es no exponerse, qué comprensible es que casi todos hagamos caso omiso de lo que vemos o adivinamos y anticipamos y olemos, y que arrojemos a la bolsa de las figuraciones lo que se nos aparece claro durante un instante, antes de que se nos pueda asentar en el ánimo y nos lo deje turbado para siempre jamás, y así nada tiene de particular que no estemos dispuestos a conocer su rostro (de la verdad), ni hoy ni mañana ni ayer…”

Pero claro, los mexicanos son mal agradecidos, nunca aprecian el sacrificio que los gobernantes, los ínclitos servidores de la patria, han hecho por ellos.

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