miércoles, abril 13, 2011

Carta abierta a Javier Sicilia

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

¿Cómo dirigirse a quien le arrebataron todo, incluida la razón? Carece de importancia si es poeta o no, si tiene fama o es un don nadie. Así como es necesario estar con las madres de Ciudad Juárez, es preciso acompañarlo a usted, Javier Sicilia, y al mismo tiempo cobijarnos con su aura, con su hálito para luchar contra la zafiedad, para rechazar la muerte violenta, la ejecución.

¡Qué importante que decidió cumplir con su plantón! Buen cuidado tendrán las autoridades de que nada le ocurra, no pueden darse el lujo de permitir, tolerar, descuidarse para que lo ejecuten como a Marisela Escobedo, porque como lo expresa Simone Weil, “la muerte es lo más precioso que le ha sido dado al hombre. Por esa razón hacer un mal uso de la misma constituye una impiedad suprema. Mal morir. Mal matar. (Ahora bien, ¿cómo se puede escapar a la vez del suicidio y del asesinato?) Tras la muerte, el amor. Problema análogo: ni mal goce, ni mala privación. La guerra y Eros son las dos fuentes de la ilusión y de la mentira entre los hombres. Su mezcla es la impureza mayor”.

Sólo usted y Felipe Calderón Hinojosa saben de qué conversaron durante dos horas, pero puede tener la certeza de que el presidente de la República, supuestamente de todos los mexicanos, será incapaz de desagraviarlo porque carece de poder para regresar en el tiempo, no puede decir la verdad, no puede condolerse si a través del poeta no honra a la sociedad entera, a las miles de madres, a los miles de padres que en esta guerra sin tregua y sin objetivos concretos perdieron a sus hijos. Me refiero a los fallecidos de uno y otro lado.

El presidente Felipe Calderón no podrá desagraviar a la sociedad a través de la palabra -no puede restituir las vidas perdidas-, si no cuenta la verdad de las auténticas razones que lo orillaron a modificar su propuesta de campaña, a dejar de lado la promesa de convertirse en el presidente del empleo, para transformarse en un guerrero.

Persisto don Javier Sicilia. Regreso a Simone Weil, con el propósito de solicitarle que impulse esa línea de reflexión, con el propósito de que el presidente de la República y sus empleados comprendan que “la obligación sólo vincula a los seres humanos. No hay obligaciones para las colectividades como tales. Pero sí las hay para todos los individuos que componen una colectividad, la sirven, la dirigen o representan, tanto en la parte de su vida sujeta a la colectividad como en la que es independiente de ella.

“Ningún ser humano puede sustraerse a sus obligaciones en circunstancia alguna sin cometer un crimen, salvo en el caso de que al ser incompatibles dos obligaciones reales sea forzado a incumplir con una de ellas.

“Así, la lista de las obligaciones hacia el ser humano debe corresponder con la de las necesidades humanas vitales análogas al hambre. Algunas de estas necesidades son físicas, como alimentarse. Son bastante fáciles de enumerar. Atañen a la protección contra la violencia, al alojamiento, al vestido, al calor, a la higiene, a los cuidados en caso de enfermedad”.

El asesinato de su hijo, como la ejecución -en sus diversas modalidades y por distintas causas, pero con idénticas consecuencias- de otros 40 mil mexicanos, muestra a la sociedad que el gobierno -éste y otros también- ha sido omiso, porque la violencia y el desempleo arrasan con el optimismo, suprimen la esperanza, borran la confianza que debiera depositarse en las instituciones que tanta, tantísima sangre costó construir.

Ha hecho usted propuestas para que esta guerra sin beneficio para la sociedad concluya. Algunos decidieron malinterpretarlas, por consideración a sus empleadores, para garantizar sus ingresos, pero es cierto, tanta muerte y degollina tiene que detenerse, y cuando refirió usted pactos o acuerdos, ¡vaya!, que no sean insolentes, todos sabemos que no se trata de sentarlos a la mesa, ni prestarles el garaje -como declaró el presidente que se hizo-, sino de cambiar de estrategia para que el Estado imponga, con inteligencia y no con balas ni mayor derramamiento de sangre, la autoridad del Estado a los delincuentes, pues la sociedad espera que el presidente cumpla con el mandato constitucional que juró observar: las garantías de seguridad física y jurídica contra una actividad delincuencial que, por su importancia en la economía mundial, no desaparecerá.

Claro que hay riesgo, pero como lo señala Simone Weil: “La protección de los hombres contra el miedo y el terror no implica la supresión del riesgo; por el contrario, exige la presencia permanente de cierta dosis de riesgo en todos los aspectos de la vida social, pues su ausencia debilita el ánimo hasta dejar al alma, llegado el caso, sin la menor defensa interior contra el miedo. Únicamente es necesario que aparezca en condiciones tales que no se transforme en sensación de fatalidad”.

Pero el daño está hecho. Cuando decidieron poner a México en una guerra interna contra un enemigo identificable pero invisible, no se detuvieron a pensar que curar las cicatrices dejadas por la violencia va a llevar años, será más costoso que tratar de establecer, después de los hechos, objetivos que nunca fueron claros ni se hicieron públicos.

Sí, don Javier Sicilia, el daño está hecho, pero usted es la víctima señera, la que puede conducir a la sociedad a reclamar de manera unida para que cese, se acabe tanta muerte.

A usted, como a muchos integrantes de familias quebradas por la guerra, lo convirtieron en desdichado, en los términos que Simone Weil define este fenómeno del alma y la razón. “Sólo hay verdadera desdicha si el acontecimiento que se ha adueñado de una vida y la ha desarraigado la alcanza directa o indirectamente en todas sus partes, social, psicológica, física. El factor social es esencial. No hay realmente desdicha donde no hay degradación social en alguna de sus formas o conciencia de esa degradación.

“El gran enigma de la vida no es el sufrimiento sino la desdicha. No es sorprendente que seres inocentes sean asesinados, torturados, desterrados, reducidos a la miseria o a la esclavitud, encerrados en campos de concentración o en calabozos, puesto que existen criminales capaces de llevar a cabo esas acciones. No es sorprendente tampoco que la enfermedad imponga largos sufrimientos que paralizan la vida y hacen de ella una imagen de la muerte, puesto que la naturaleza está sometida a un juego ciego de necesidades mecánicas. Pero es sorprendente que Dios haya dado a la desdicha el poder de introducirse en el alma de los inocentes y apoderarse de ella como dueña y señora. En el mejor de los casos, aquél a quien marca la desdicha no conservará más que la mitad de su alma”.

Es cierto, sólo hay que escuchar una y otra vez, en voz de Alain Barriere, la canción un poéte, pues efectivamente un poeta no vive mucho tiempo, pero sus palabras son eternas.

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