lunes, marzo 14, 2011

Ernesto Cordero: Un delfín que no nada

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Si alguien que no conoce a Ernesto Cordero se topa con él, jamás pensaría que es el secretario de Hacienda. No tiene la pomposidad de algunos de sus antecesores, ni la lejanía superior de otros. Es cálido, no frío, simpático y dicharachero, que en sus ratos libres hace trabajo comunitario con niños. Jugó futbol americano en su juventud pero el soccer es su vocación. “Soy delantero”, suele decir, “me gusta meter goles”.

Desde la muerte de Juan Camilo Mouriño, el secretario de Gobernación que se perfilaba como el sucesor panista de Felipe Calderón, en noviembre de 2008, Cordero pasó a ocupar su lugar. Mouriño se convirtió en un recuerdo permanente para un grupo muy cercano y muy influyente con el Presidente, casi en un fetiche del cual no se han podido desprender y que anima a la mayor parte de ese equipo compacto a proyectar su cariño y aspiraciones en el secretario de Hacienda.

Su relación con Mouriño es metafísica. Todos ellos, incluido Cordero, siguen utilizando una cinta blanca en la muñeca –percudida por el tiempo-, para recordar a su amigo. Pero Cordero no es Mouriño. No en el ámbito privado, sino en el político. A Mouriño le reconocían sus adversarios manejo político y franca negociación. Con Cordero, a quien ven también como interlocutor con el Presidente, tienen muchas dificultades para negociar políticamente.

Pero lo que piensan sus adversarios de partido no es su problema central. En su vituperio se encuentra un elogio de cara al Presidente. El obstáculo que tiene Cordero para avanzar en su carrera política se encuentra dentro del PAN.

Cordero ya le dijo a sus cercanos que sí buscará la candidatura presidencial, pero condicionó la posibilidad a que reciba el apoyo del PAN para esos fines. En las condiciones actuales, si ese es el pre-requisito del secretario de Hacienda, mejor que se enfoque a terminar su gestión, porque de los militantes del partido con aspiraciones presidenciales, es el único que, para utilizar una frase de un dirigente del partido, “nunca ha puesto un pie en el PAN”.

La aceptación de su partido es fundamental por la forma como decide el PAN la candidatura presidencial: votación de militantes y adherentes. Son casi un millón de panistas quienes definirán la candidatura, y sólo aquellos que tengan relación firme e incidencia en los diferentes grupos de interés dentro del partido tendrán posibilidad de quedarse con la candidatura. “El Presidente desea a Cordero como candidato”, dijo un dirigente panista. Pero en el PAN, agregó otra figura influyente en el partido, “el Presidente no tiene la última palabra”.

A diferencia de lo que sucedía durante los regímenes priístas, las decisiones finales en el PAN no las pudo tomar Vicente Fox cuando era Presidente, ni Calderón en la actualidad. Fox quería a Santiago Creel como candidato, pero fue Calderón quien trabajó hacia el interior del partido y le arrebató la nominación. Calderón quería impulsar al diputado Roberto Gil para la dirigencia del partido, pero los acomodos de los grupos impulsaron a Gustavo Madero a la dirección nacional.

Si Calderón quiere a Cordero, Cordero tiene que trabajar hacia el interior del partido, donde tiene una mala relación con la militancia, pese al reconocimiento de su estrecha relación con el Presidente. Cordero no ha logrado cambiar esa imagen pese a que le ha dado muestras a los panistas que está trabajando para el mismo proyecto de ellos.

Debajo de su máscara técnica en el manejo hacendario, Cordero ha venido jugando políticamente con los presupuestos. En las elecciones para gobernadores del año pasado, los panistas le fueron a pedir que frenara las aportaciones federales a los gobiernos priístas. Cordero, de acuerdo con personas que participaron en esas pláticas, les dijo: “¿De verdad creen que se las estoy dando?”. En efecto, varios gobernadores acusaron el golpe y declararon en varias ocasiones que Hacienda les tenia cerrada la llave de las aportaciones federales. Pero Cordero no cedió. Se esperaba una venganza del PRI en la negociación presupuestal para 2011, pero fue aprobada en los términos que él deseaba, por lo que la noche de la votación festejó estruendosamente.

Para quienes piensan que Cordero sólo es un gran organizador y planificador, como lo demostró cuando el Presidente le encargó el manejo de la información de la crisis sanitaria de la influenza en 2009, también ha resultado un eficiente operador político. Baja California Sur fue su laboratorio de pruebas, cuando el PRD, partido en el poder, se rompió, y el mejor aspirante que tenía la izquierda, Marcos Covarrubias, abandonó el partido y se puso a disposición del mejor postor.

La entonces líder nacional del PRI, Beatriz Paredes, lo buscó, pero Cordero, por una vieja relación a través de colaboradores, se le acercó para ofrecerle apoyo económico y el envío de operadores políticos de Sonora a la campaña. Covarrubias contendió como candidato del PAN y ganó la gubernatura.

Cordero no ha terminado de ser visto en toda su dimensión ni dentro ni fuera del partido. Su capacidad técnica y bonhomía, la sencillez de trato y calidez de su relación personal, no se proyecta al ámbito político. Es de los secretarios de Estado peor calificados y en términos de opinión política, no despierta pasiones, sino críticas por el color gris que proyecta.

Recientemente ese gris cobró brillo, pero por las razones contrarias. De regreso de un cansado viaje a Francia donde participó en la reunión de ministros de Finanzas del G-20, Cordero leyó unas tarjetas que le dio un asesor que fue la base para su declaración que los mexicanos podían vivir bien con seis mil pesos. Lo tildaron de insensible, ignorante y cínico, y cada vez que corregía, se hundía más.

Fue la primera vez que su nombre tuvo entrada en todos los hogares mexicanos. En forma negativa, cierto, pero anecdóticamente. En lo positivo, aumentó su exposición pública a través de una plataforma inesperada que, si la trabaja estratégicamente, el error se puede convertir en acierto. Pero Cordero, como los han hecho los otros aspirantes del PAN a la Presidencia, tiene que salir del clóset político y levantar la mano. El Presidente no le puede hacer todo el trabajo. Si quiere buscar Los Pinos, tiene que comenzar a caminar en campo abierto y soltar sus andaderas.

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