miércoles, marzo 02, 2011

Calderón-Obama (II y última)

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Sentarse a conversar en el Salón Oval de la Casa Blanca, con la certeza de que el anfitrión está dispuesto a entrometerse en los asuntos internos del país que se gobierna, no ha de ser sencillo. Se conducen, los estadounidenses, con la zalamería del que se sabe en la necesidad de joder al vecino, para dejar claro que se acude a la entraña del Imperio, y que de esa visita no se puede salir indemne.

Ayer mencionamos las debilidades de México que son la fortaleza del presidente Calderón, para hacerse oír de Saturno tal como está representado por Francisco de Goya. Hoy corresponde exponer lo que de acuerdo a nuestra fuente de información, en el Departamento de Estado ven como desacierto del gobierno mexicano.

Los estadounidenses han hecho patente su desconcierto y su descontento por la permanencia de Genaro García Luna como titular de la secretaría de Seguridad Pública Federal. Los resultados reales -creció el porcentaje de consumidores en México; no ha descendido el trasiego de estupefacientes ni indocumentados hacia Estados Unidos; la violencia es incontenible; a fin del sexenio pueden sumarse en más de 50 mil los muertos; lo sucedido a Sara Salazar y Josefina Reyes se reproduce en muchas familias del norte del país; el número de víctimas adicionales crece geométricamente: huérfanos, viudas, familiares que se quedan sin sustento; el efecto negativo en la economía no puede ocultarse con declaraciones; la incidencia en males sicosociales crece, por mencionar algunos de los efectos de esta cruenta lucha- del combate al narcotráfico muestran su ineficiencia y hacen crecer el costo para el país, que no se ha medido en su verdadera dimensión.

Inmerso México en un diálogo de sordos, porque el presidente Calderón ha decidido no escuchar, acude nuestro gobernante a su encuentro al Salón Oval, sin ninguna alternativa para disminuir al narcotráfico a un asunto policial, darle su verdadera dimensión, evitar que permanezca como tema de la agenda de seguridad nacional. Matar a los narcotraficantes de toda laya -o que se maten entre ellos- no resuelve el problema, sino al contrario, lo magnifica e involucra a una sociedad que no tiene manera de defenderse, y tampoco tiene quien la proteja.

La otra piedra en el zapato es permitir que desde el primer círculo y alentados por Miguel Ángel Yunes Linares, se desacredite la labor del procurador General de la República, Arturo Chávez Chávez -quien no es de mis afinidades, precisamente por su labor en los crímenes contra mujeres en Ciudad Juárez-, por el hecho de cumplir con su mandato constitucional y no querer prestarse a politizar la procuración de justicia.

Cuando se siente en el Salón Oval, el presidente Calderón debe hacerlo con la convicción de que la política estadounidense frente a México, en el capítulo del narcotráfico, tiene el propósito de identificar al país como uno de corruptores y de corruptos.

Sentarse a conversar, con la certeza de que en ese tema las posiciones y argumentos de la Casa Blanca, se fundan en los informes proporcionados por los organismos de ese país dedicados al narcotráfico, y que operan por la libre desde hace muchos años, desde su embajada en México.

Convencido también, de que es en esa sede diplomática que surgen gran parte de los malentendidos e intrigas en torno al narcotráfico, debido a la multiplicidad de contactos establecidos entre los diplomáticos y espías de Estados Unidos con funcionarios mexicanos de todo nivel y diferente importancia y credibilidad. Así lo demuestran los cables de WikiLeaks.

En cuanto me esfuerzo por ver el comportamiento del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, recuerdo un texto de Jean Baudrillard: “En este universo fatal, el problema del 'otro' es la hospitalidad. Dimensión dual, ritual, dramática. ¿A quién recibir, cómo recibir, obedeciendo a qué reglas? Sólo se existe al ser recibido y al recibir (y no al ser conocido y reconocido). La comunicación, en la que el mensaje sólo es decodificado y no dado y recibido, carece de esa dimensión simbólica. Sólo pasa el mensaje, las personas no se intercambian. Sólo pasa la dimensión abstracta del sentido, que cortocircuita la dimensión dual”.

La cumbre, el encuentro, la charla en el Salón Oval, resulta tan importante para el anfitrión como para el huésped, con una desventaja para el primero, por ser él quien recibe: las obligadas normas diplomáticas, aunque esas puedan ser pasadas por alto en cuanto entre en consideración la realidad.

Esa realidad que avasalla y desconcierta tal como ha sido descrito ese fenómeno por Javier Marías: “Qué malo es que le cuenten a uno, de todas formas, qué malo es que nos metan ideas en la cabeza, aunque sean insólitas y descabelladas y aunque no se sostengan y resulten inverosímiles (pero todo tiene su tiempo para ser creído), cualquier dato que registra la mente se queda en ella hasta que lo alcanza el olvido y el olvido siempre es tuerto, cualquier relato o información y también hasta la posibilidad más remota se graba, y por mucho que uno limpie y restriegue y borre, ese cerco es de los que no salen jamás; cómo se entiende deteste el conocimiento y niegue lo que está ante sus ojos y no quiera enterarse de nada y repudie saber, que evite la inoculación y el veneno y lo aparte nada más vislumbrarlo o sentir su proximidad, lo mejor es no exponernos, qué comprensible es que casi todos hagamos caso omiso de lo que vemos y adivinamos y anticipamos y olemos, y que arrojemos a la bolsa de las figuraciones lo que se nos aparece claro durante un instante, antes de que se nos pueda asentar en el ánimo y nos lo deje turbado para siempre jamás…”

De allí que no se quiera aceptar que el daño está hecho, que restañar el tejido social y lograr que la sociedad olvide las humillaciones a que ha sido sometida, requiera de algo más que una visita al Salón Oval, algo más que ubicar en su verdadero lugar a Genaro García Luna y dar una oportunidad a la procuración de justicia sin usarla como arma política, para que Hillary Clinton y Barack Obama estén conscientes de que intervenir en México requerirá algo más que simple hospitalidad.

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