lunes, febrero 28, 2011

Pleito en Primer Time

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Carlos Slim tiene sobre su mesa los números sobre el impacto de desaparecer la publicidad de las empresas del Grupo Carso de la televisión abierta: pérdidas por ocho millones de pesos durante lo que queda del año, y ahorro de 150 millones de pesos. Si le ve bajo el prisma financiero, la pérdida es marginal y podría reorientar esa inversión en otros terrenos para fortalecer su trinchera en la lucha contra Televisa y Azteca. Pero el gigante está preocupado, aunque como siempre, se esconde tras la arrogancia.

Carso es 12 veces más grande que todo Televisa, que encabeza la segunda división de los grandes conglomerados de la comunicación y el entretenimiento en el mundo. Sólo Telmex y Telcel son 1.5 veces superiores a Televisa, que domina más del 70% de las pantallas de televisión en el país. Las poco más de 200 empresas que controla Slim aportan más del 6% de la riqueza nacional, y no hay grupo financiero en México con su diversificación y con tan amplias redes de influencia en la política. Pero esta lucha no se resolverá únicamente con músculo financiero.

En menos de dos semanas Slim se confrontó con Emilio Azcárraga de Televisa y Ricardo Salinas de Grupo Azteca por tarifas de publicidad. No es nada personal, dijo Salinas la semana pasada para ubicar el conflicto en su justa dimensión, sino sólo empresarial. Vaya si lo es. La industria de las telecomunicaciones en México tiene un valor de mercado de 30 mil millones de pesos.

Los que están dirimiendo los tres grandes jugadores de la industria de las telecomunicaciones, es por ofrecer libremente telefonía, internet con banda ancha, y televisión abierta y de paga, que ninguno puede aún ofrecer porque el gobierno federal, no ha logrado conciliar las presiones políticas con los intereses nacionales. Televisa rompió con Carso al no llegar a un acuerdo sobre tarifas publicitarias en televisión, problema que nunca habían dejado llegar a este punto, poco después, curiosamente, del despido de Carmen Aristegui de MVS, quien tras su dimisión afirmó –sin que nadie en MVS desmintiera su dicho- que había sido por presiones de Los Pinos y que estaba relacionada con la renovación de la concesión de la frecuencia de 2.5 GHZ que tiene esa empresa.

Esa frecuencia es la preferida en el mundo para el triple play. Desde que estalló el escándalo Aristegui, el vicepresidente de Televisa Bernardo Gómez, el hombre que lleva la estrategia política de la empresa, se mostró convencido de que detrás de la conductora y MVS se encontraba Slim, manipulando a Joaquín Vargas, presidente de MVS, y utilizando a Aristegui como francotiradora, ante la posibilidad de que se le revoque por no utilizarla plenamente. Incluso, en un programa de Tercer Grado, sus voceros dijeron que con la salida de la conductora, Slim perdía una defensora.

La teoría de la conspiración en la cabeza de Gómez es que con ese escándalo presionarían al gobierno para que renovara la concesión, con lo cual Slim podría ampliar su asociación con MVS, que actualmente se limita a la venta y cobro del servicio Dish de televisión restringida, que surgió para competir con Sky, lo que está logrando con éxito.

Esa teoría tiene sustento. Slim cuenta en el sur de la ciudad de México con estudios de televisión que causarían la envidia de prácticamente todas las empresas del ramo en México, listo para entrar a competir en televisión. Según personas cercanas a él, no ha querido ampliar sus transmisiones de televisión por internet, y tampoco quiere utilizar Dish, en espera que el gobierno cambie el título de concesión a Telmex para que pueda ofrecer televisión en el modelo triple play.

La pelea entre las empresas se está dando en un campo sin reglas y podría llegar a ser salvaje. Televisa y Azteca tienen pantallas para defenderse, pero Slim es el financiero de cuando menos un gran periódico en la ciudad de México, de varias publicaciones de élite y mecenas de intelectuales y periodistas, o de sus familiares. Es decir, los tres campos tienen munición suficiente para ir a una guerra prolongada.

Todo esto ha sido posible por los vaivenes del gobierno federal que no ha querido romper con los monopolios existentes –televisión y telefonía, por ejemplo-, y ha quedado rebasado como el árbitro que regula el mercado. Los actores de las telecomunicaciones se cansaron de la mediocridad de la autoridad y, como subproductos de Hobbes, parecen decididos a salir por la cabeza de su adversario.

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