martes, febrero 15, 2011

Como a Maximiliano, ¿invitarán a los “gringos”?

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Han de ser impactantes los informes que el presidente de la República recibe, todas las mañanas, del estado que guarda la nación. Seguramente están encabezados por los resultados de la guerra a la delincuencia organizada que le presentan con datos aportados por seguridad nacional, la Defensa y la Marina, la secretaría de Seguridad Pública Federal y la Procuraduría General de la República.

El balance objetivo -no el que ponen bajo sus ojos-, el que él discierne para consumo personal, para tomar decisiones y asumir la responsabilidad de los resultados, no ha de dejarlo satisfecho, porque mal que bien se trata de violencia, de la muerte de sus gobernados, de conocer de decomisos y arrestos hasta cierto punto predecibles, de corruptelas e impunidad, de presiones de Estados Unidos, pero sobre todo de la confrontación con lo que él pensó sería su realidad como presidente de México, como presidente del empleo.

Obstinado, con una profunda desconfianza de su entorno, quizá no tenga con quién analizar lo ocurrido -me refiero a lo concerniente a la consciencia desde el poder, al saber que una política pública puede revertirse, modificarse, suavizarse, y que sólo depende de su voluntad-, ¡vamos!, nada hay más desolado, vacío, solitario que asumir la responsabilidad histórica, familiar y personal de una guerra, por lo que ésta conlleva de muerte, de soledad.

De allí que en algunas de las imágenes televisadas y de las fotografías publicadas aparezca desencantado, decepcionado, porque siente que no se le comprende, o porque perdió la habilidad para comunicar con esa parte de la sociedad que en Jesús creyó y en él adoró, hasta obtenerle el triunfo electoral.

Decepción, desencanto que para los diplomáticos y funcionarios extranjeros -como informa Pablo Ordaz, corresponsal de El País-, indica que “México necesita ayuda de Estados Unidos. Sus altos mandatarios y funcionarios de la Secretaría de Gobernación o de la Procuraduría General de la República (PGR), aprovechan cualquier reunión con autoridades estadounidenses, para insistirles en su petición de ayuda tecnológica y de formación. A veces, hasta de manera angustiosa. Así lo hacen constar en sus informes al Departamento de Estado los diplomáticos estadounidenses que asisten a esos encuentros. Según se recoge en el cable 228419, que detalla una reunión mantenida con altos funcionarios de la Fiscalía General estadounidense, el entonces subsecretario de Gobierno de la Secretaría de Gobernación, Jerónimo Gutiérrez, reconoce: 'Tenemos 18 meses, y si no conseguimos un éxito tangible que sea reconocible por los mexicanos, será difícil aguantar la confrontación en la próxima Administración'. Es muy importante tener en cuenta la fecha de esa reunión: 5 de octubre de 2009. Ya han pasado casi 15 meses y la situación de violencia en México, lejos de mejorar, empeora.

“Es más, según recoge el autor del referido cable, el subsecretario Gutiérrez llega a dar a entender que el Gobierno mexicano ya ha perdido el control sobre ciertas zonas del país, algo que en público jamás ha reconocido ningún miembro del Ejecutivo de Calderón: 'Gutiérrez fue más allá al decir que, sin embargo, se ha dado cuenta de que ya ni siquiera hay tiempo para afianzar la preparación de las instituciones en los años que restan de la Administración Calderón [el sexenio finaliza en 2012]'. Lamentó el penetrante y debilitante miedo que tiene una gran parte de la sociedad mexicana contemporánea, donde incluso la gente en Yucatán -con niveles europeos de seguridad- tiene miedo a causa de la inestabilidad en unas pocas y distantes ciudades. Expresó su verdadera preocupación por la pérdida de ciertas regiones. 'Está dañando la reputación internacional de México, hiriendo las inversiones extranjeras, y llevando a una sensación de gobierno impotente', dijo textualmente Gutiérrez. Un discurso tan descarnado, pronunciado en la intimidad de una reunión con colegas estadounidenses, jamás ha sido pronunciado en público por ningún mandatario gubernamental”.

Ciertamente pudiera señalarse que se trata de una opinión personal, de un funcionario público pequeño, atemorizado por nada o, por el contrario, deseoso de figurar, y por ello se externa de esa manera, para ser tomado en cuenta por sus superiores.

¿Qué pueden entonces pensar los integrantes del Consejo de Seguridad de la Casa Blanca, los asesores del Departamento de Estado, los diplomáticos y los representantes del FBI, la DEA y Aduanas que vienen a entrevistarse con los funcionarios mexicanos, que insisten en solicitar ayuda y comentan, además, que se ha perdido el control de parte del territorio nacional? Naturalmente pensarán que los invitan a poner orden, a hacer uso de su fuerza militar para acabar con el caos, pues de otra manera cómo entender las diversas declaraciones que anuncian lo que puede ser una intervención.

Como para indicar que sí está México en severos problemas de seguridad, los medios de La Laguna informaron el 9 de febrero último, que la población se resguarda a partir de las 20:00 horas, tras conocerse que violencia se recrudecería por enfrentamientos en las calles. Llegaron a Torreón helicópteros militares y aviones F5. Es una ciudad golpeada como nunca antes en su historia por la violencia de los grupos delictivos, en la que fue suficiente una serie de mensajes del crimen organizado para que sus habitantes decidieran el toque de queda. El presidente municipal, Eduardo Olmos, confirmó en su cuenta de Twitter los mensajes de grupos delictivos, y que debido a éstos se había reforzado el patrullaje y la vigilancia.

Regresemos a los informes del estado de la nación que se rinden al presidente de la República. Han de confrontarlo con lo que él mismo pensó como resultados de su gobierno. Y es en esa soledad que sólo experimentan quienes ejercen el poder, que ha de asumir su responsabilidad, decidir continuar con el cruento combate a la delincuencia organizada.

En esas condiciones no le queda espacio, en el alma y en la razón, para nada más. Luego, cuando dentro de 21 meses transfiera la banda presidencial, tendrá tiempo suficiente para hacer una evaluación precisa de las voces que debió escuchar en su momento, pero que se negó a oír por contravenir a la idea, al prejuicio que ya se había formado del ejercicio del poder.

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