lunes, enero 24, 2011

Pelea de caciques

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

El verano pasado los dos hombres que controlan al priísmo en Guerrero, Rubén Figueroa y René Juárez, convocaron a los dos aspirantes a la candidatura del partido para la gubernatura, el senador Ángel Heladio Aguirre, y el presidente municipal de Acapulco, Manuel Añorve. Las encuestas de preferencia electoral mostraban una carrera muy pareja entre los dos, pero tras esa reunión, acordaron que el candidato sería Añorve. Para ratificar el pacto, se volvieron a reunir en el Distrito Federal con la dirigente nacional Beatriz Paredes, donde Aguirre aceptó dejar el camino libre a su primo.

La candidatura parecía resuelta. Aguirre, quien había sido gobernador interino en los 90s, vio escapar su última oportunidad de ser gobernador electo ante la imposición del PRI. Además de los dos ex gobernadores de Guerrero, Añorve contaba con el apoyo total del senador Manlio Fabio Beltrones, de quien fue por años su asistente, y de Paredes, que también lo cobijó. Pero sorpresivamente, Aguirre recibió una llamada de Marcelo Ebrard, jefe de gobierno del Distrito Federal y habló con él.

Tras ese encuentro, días después, Aguirre repudió la negociación con Añorve y dijo que su primo la había incumplido. No hay una versión clara de cuál fue ese pacto, pero las diferencias lo quebraron. Según el bien informado columnista José Ureña en su columna Teléfono Rojo el 17 de agosto del año pasado, la ruptura tenía que ver con una vieja negociación de 2008, cuando Aguirre, con sus relaciones políticas y amistad con el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, consiguió el respaldo y los recursos para que Añorve llegara a la alcaldía de Acapulco. “Lo hizo con un compromiso de partes entre él, Aguirre, y Añorve”, escribió Ureña. “’Yo te apoyo para alcalde y después tú me ayudas para ser gobernador’.”

Aguirre fue un iluso. Llegada la decisión para seleccionar candidato, Figueroa y Juárez le pasaron viejas facturas pendientes. El experto en Guerrero Alfredo López Rosas, escribió en el portal Ejecentral.com.mx el 12 de agosto pasado que no le perdonó a Aguirre que tras relevarlo en el cargo –tras ser destituido por el entonces presidente Ernesto Zedillo como consecuencia de la matanza de Aguas Blancas-, se independizara del control de su ex jefe y formara su propio grupo político.

Aguirre hizo subir a Añorve por la escalera del poder, nombrándolo su secretario de Finanzas y después pujando en el Congreso local para que, con una chicanería a la ley, lo hicieran presidente municipal interino de Acapulco. Desde ahí lo empujó a desafiar a Juárez en la candidatura para el gobierno de Guerrero, enfrentando a Aguirre con él y con Figueroa, que había decidido que sería Juárez, y nadie más, quien debería ser nominado, como finalmente sucedió.

Aguirre, escribió López Rosas, se convirtió en un nuevo cacique en Guerrero, en desafío abierto y directo a los poderes fácticos estatales. Inclusive, marchó sobre Rubén Figueroa Smith, primogénito del ex gobernador, a quien le ganó el escaño que lo colocó en el Senado. Su cercana relación con Peña Nieto pudo haberle nublado la realidad de su horizonte y pensado que la fuerza del mexiquense seria suficiente para, en esa carrera parejera, que la decisión del PRI se inclinara por él.

Lo que no sabía Aguirre era que a Peña Nieto le hicieron ver que a quien estaba a punto de apoyar, no tenía el consenso de todas las demás fuerzas interesadas en el proceso en Guerrero y que tuviera cuidado en sus decisiones. Peña Nieto, que no come lumbre, retiró el apoyo a Aguirre y cuando se acordó en las cúpulas del partido la candidatura de Añorve, comenzó a apoyarlo.

Aguirre no se lanzó al vacío. Con el apoyo de Ebrard construyó su candidatura dentro del PRD, que vio en él un contendiente que no tenían para mantener el poder en Guerrero y, de paso, abrir en canal al PRI, que presumía unidad. Guerrero no es una elección más en el calendario. Ahí comienza el largo camino al verano de 2012.

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