sábado, enero 22, 2011

J F K

Opinión Invitada / José Alejandro González Garza

El pasado jueves 20 de enero se cumplieron 50 años de la toma de protesta de John F. Kennedy como el Presidente número 35 de los Estados Unidos de América. Su discurso inaugural, escrito con la estrecha colaboración de su asesor Ted Sorensen, es un ejemplo de retórica política que ha trascendido fronteras y es ampliamente citada por estudiantes de la política, historiadores y políticos profesionales.

Fue el inicio de una administración muy breve -acortada por el asesinato del Presidente el 22 de noviembre de 1963- pero que avivó el imaginario colectivo de una nación rica y poderosa, pero a la vez temerosa de los conflictos internos y externos que amenazaban su existencia. Se escribió -como él mismo lo dijo- en una época en la que el hombre tenía en sus manos la capacidad de erradicar toda forma de pobreza humana y toda forma de vida humana.

Seguramente conoce usted su frase más famosa, donde pide a sus conciudadanos preguntar no lo que su país puede hacer por ellos sino lo que ellos pueden hacer por su país; pero lo invito a revisar algunos otros puntos importantes del discurso que tienen relevancia todavía hoy, aquí en México.

Se trata de palabras dichas por un líder carismático, diferente -católico, en un país de protestantes-, que alcanzó proporciones míticas gracias a su muerte, lo que ensalzó sus virtudes y mitigó sus defectos. Encabezó un movimiento plural que devolvió la esperanza a su pueblo, pero que fue violentamente silenciado.

En referencia a la mitad de la población mundial que vive en extrema pobreza, dijo, "A las personas en las chozas y villas de la mitad del mundo que luchan para romper las cadenas de miseria, les prometemos nuestros mejores esfuerzos para ayudarles a ayudarse a sí mismos, por el tiempo que sea necesario, no porque los comunistas lo estén haciendo, no porque buscamos sus votos, sino porque es lo correcto. Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos que son pobres, no puede salvar a los pocos que son ricos".

¿Cuántas veces hemos visto a un partido o grupo político denostar a otro por políticas de ayuda a los más desvalidos? ¿Cuántos partidos adoptan esas medidas porque los contrarios lo están haciendo o para comprar votos en tiempo de elecciones?

La frase encierra una verdad innegable: Hay que encontrar la manera -gobernantes y sociedad- de ayudar a nuestros pobres para que dejen de serlo. No por otra cosa, sino porque es correcto. De lo contrario, no habrá salvación para los pocos ricos de este país. Y los ricos van desde los que tienen un carro, una casa o un buen trabajo hasta las más altas figuras de la economía y la política nacional.

Lo vemos y oímos todos los días en las noticias y reuniones sociales: los que sufren robo, extorsión, secuestro; los que sufren la violencia en su persona o la de sus seres queridos. Los que se encierran en sus casas en vez de disfrutar el exterior. Los que cierran sus negocios y se exilian en el extranjero por la inseguridad.

A sus adversarios ideológicos y económicos en el escenario político mundial, les ofreció: "Comencemos de nuevo, recordando en ambos bandos que la urbanidad no es señal de debilidad, y la sinceridad siempre será objeto de prueba. No negociemos por miedo, pero no tengamos miedo de negociar. Exploremos ambos lados los problemas que nos unen, en vez de discutir extensamente los problemas que nos dividen".

¿No sería bueno tener esa apertura entre nuestros líderes políticos? No hablo de alianzas electorales sino de compromisos legislativos y ejecutivos que procuren resolver los problemas que nos azotan.

Pero el mensaje va también para los "apolíticos" y "apartidistas" entre nosotros. Aquellos que no son políticos, pero cuyo voto o abstención les marca la dirección a nuestros gobernantes.

Vamos a abrir los canales de comunicación para tratar de entender que sí existen alternativas a lo que estamos viviendo. Busquemos entender a los que piensan y actúan diferente. No se tiene que pensar igual, pero tampoco se debe descalificar.

Propiciemos la oportunidad de generar un cambio que atienda las más altas exigencias de nuestra población y no tengamos miedo del diálogo, sino del autoritarismo.

En palabras de Kennedy, un año después: "aquellos que hacen imposible la revolución pacífica, harán inevitable una revolución violenta".

El autor es abogado por el ITESM y maestro en Derecho por la Universidad de Nueva York.

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