miércoles, noviembre 17, 2010

El Arte y el Trabajador


Diego Rivera en Nueva York

[Los siguientes párrafos se tomaron de la conferencia que dio Diego Rivera en The New Workers School,* reimpresos en Junio 1933 en la edición del «Modern Monthly»]

Es cierto que en México pinté principalmente campesinos, porque México es primordialmente un país de campesinos, pero yo nací en una mina. Nací obrero industrial. Mis pinturas despertaron en Detroit tal simpatía y antipatía como no la habían provocado en México. Como nunca antes, evoqué los elementos del ataque conservador y religioso, y como nunca antes provoqué reacción en mi defensa de parte de la gran masa de trabajadores y de aquellos intelectuales que aprecian el arte para las masas. Por eso he llegado a la conclusión definitiva de que no es cierto que el gusto del obrero norteamericano por el arte esté formado y entrenado a través de las caricaturas de colores en los periódicos del domingo. Si los pintores insisten en darles imágenes que no les interesan, es natural que les llamen la atención, pero si hacen lo que yo hice, aunque sus pinturas sean malas, como pueden ser las mías, si pintan cosas que conciernen al obrero, recibirán una respuesta inmediata—la respuesta que yo recibí—, cuando mis pinturas fueron atacadas, a través de la formación de un frente unido de unos doce mil obreros en Detroit que adoptaron una resolución y la mandaron al Alcalde de la ciudad de Detroit, declarando que, si trataban de destruir mi trabajo, los obreros lo defenderían con cualquier medio.

El resultado de mi experimento es interesante sobre todo para pintores norteamericanos, porque la experiencia bastaría para destruir totalmente el concepto de la distancia que separa el pintor del obrero. Ese concepto es falso.

SI el pintor logra pintar arte para el proletariado, el proletariado, entenderá ese arte. Lo que es más, el proletariado, con la misma energía con la que defenderá cualquier cosa para cubrir las necesidades de sobrevivencia de su clase. WL rol del artista revolucionario no es el del compañero de viaje; no es el del simpatizante, no es el del sirviente de la revolución, el rol del artista es el del soldado de la revolución.

Se ha dicho que la revolución no necesita del arte, pero que el arte necesita de la revolución. Esto no es cierto, La revolución necesita del arte revolucionario. El arte no es para el revolucionario lo que es para el romántico. No es un estimulante o un excitante. No es un licor para embriagarse. Es un alimento para la lucha. Es tan alimento como el trigo.

La sensibilidad del pintor revolucionario refleja el mundo externo. Cezane, por ejemplo artista burgués revolucionario quien simpatizó con la Comuna de Paris a pesar de ser Católico, traducía con una tonalidad muy propia que él todo lo que veía, de manera que aunque pintaba una pieza de pan, había en ello un reflejo del carácter del artista revolucionario. En cambio otro pintor podría escoger como tema a un policía golpeando a garrotazos a un obrero, y sin embargo fallar, como ha pasado muchas veces, al crear arte revolucionario.

Con respecto al paisaje el paisaje puede resultar una importante obra de arte, no quiero desarrollar ninguna teoría sobre paisajes aquí pero quiero describir una experiencia relevante en conexión a ello. Por 1919 yo estaba una vez pintando en Poiters en Francia, en el patio de la casa de un campesino francés. Porque el asunto me interesó mucho, trabajé de las seis de la mañana a las seis de la tarde. Una noche se me acercó el campesino. Miró el cuadro durante mucho tiempo. Era un pequeño lienzo. Dijo: “¿Este pequeño lienzo es todo lo que quisiste hacer, o vas a pintar un cuadro más grande, algo del tamaño del patio? Si es así, si regresas mañana, aunque tenga que usar varias herramientas, trataré de ponerlas exactamente como estaban para que las encuentres mañana en el mismo lugar.”

Regresé al día siguiente al mismo lugar, pinté un lienzo del ancho de dos brazos. Trabajé todo el día y en la noche, cuando regresó el campesino se lo quedó mirando duramente durante mucho tiempo y dijo: “Ahora sí veo que pintar es trabajar.” Empezó a notar los diferentes objetos en el cuadro y al fin dijo lo siguiente: “Bueno, hace veintidós años que he vivido en esta casa, y ahora que la has pintado, te confieso que realmente nunca la había visto. Esta puerta es de color café, pero no es el mismo café. Este techo es de pizarra y tú lo pintaste como tal; cuando miro a mi techo veo un techo de pizarra, pero cuando veo tu pintura no sólo veo un techo de pizarra sino pienso que veo al cielo como se ve de noche.”

“Cuando miro la ventana, no sé por qué, pero me parece que en cualquier momento alguien se asomará por la ventana, alguien que ni vive en mi casa.”
“Abajo veo un mojón de estiércol, y se ve como un montón de estiércol, pero diablos, de alguna manera también me parece que se ve como una montaña.”

“Veo un rastrillo en tu pintura. Es un rastrillo y se ve como un rastrillo, pero cuando miro los dientes de tu rastrillo siento como si usar los dientes de ese rastrillo le harían mucho daño al suelo. Ahora veo que la tierra no necesita darme raíces. Yo las arranco de la tierra.”

“Has pintado gallinas. Se ven como mis gallinas, y las has pintado muy cuidadosamente, —pero al mismo tiempo me parecen animales muy raros que viven entre esa cosa que hace daño a la tierra y aquél montón de estiércol que parece una montaña. Ya no me doy cuenta del tamaño de las gallinas.”

“Y en medio del cuadro has pintado un montón de trigo, y tiene el color del trigo, y sin embargo—no sé por qué— pero al mismo tiempo me parece que son flores. Se ve como algo que siempre he querido ver y nunca he visto antes.”

“Y todo eso porque ahora veo las cosas que he visto todos los días, pero de forma diferente. Todo parece darme paz. De manera que tu cuadro realmente es útil. Lo malo es que estas pinturas son para los ricos que menos las necesitan. Pero después de todo, eso es bastante natura porque tú y el resto del mundo necesita coles y zanahorias, pero el mundo puede vivir sin cuadros. Así es que necesitas vender tus cuadros a un alto pecio para comprar coles y zanahorias, cuando no puedes vender tus pinturas. Sin embargo debería de haber alguna manera para que gente como yo pueda tener pinturas como ésa en su casa.”

Así que le hice una proposición al campesino, —no podía hacer menos, en vista de la discusión— yo iba a darle el cuadro, y si pasaba otra vez por su casa, él me daría de comer coles y zanahorias.

De manera que durante los tres meses que estuve allí recibí frecuentemente coles y zanahorias. Finalmente el campesino dijo que quería hacer algo distinto por mí. Dijo que quería enseñarme algunas vistas que yo podría pintar, y me llevó caminando por los campos. Sin voltear, sólo mirando el suelo que parecía conocer muy bien, llegó a cierto lugar. Ahí señaló el paisaje y dijo: “Pinta esto.” Y así me llevó a cinco diferentes lugares y en cada uno de ellos señaló el paisaje. Y esos son los únicos buenos paisajes que he pintado. Los obreros y los campesinos siempre tienen la razón.

[Este humilde «enmascarado en exilio» solicitó admisión, aunque un poco tarde, a la hoy llamada The New School, en donde todavía se pueden admirar unos pequeños murales que allí pintó Diego Rivera en 1933. Afortunadamente encontré acomodo en la Universidad Pública del Estado de Nueva York, en donde me propongo hacer un estudio sobre los luchadores sociales mexicanos a través del arte.]

Imagen: DIego Rivera; Enemigo del Facismo. Coleccion Privada en Nueva York.

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