martes, agosto 03, 2010

El Gesticulador siete décadas después

Martha Anaya / Crónica de Política

La reacción en el teatro fue silenciosa, introspectiva. Más cargada de indignación que de burla, más cercana al intento de comparar lo que éramos hace más de siete décadas, a lo que somos hoy…, a lo que seguimos siendo.

“El Gesticulador”, de Rodolfo Usigli, rezaba la cartelera con que se inauguró el Foro Cultural Chapultepec.

Asombro inicial en el público. Asombro, sí, ante lo poco que han cambiado las formas de hacer política y de conquistar el poder (a pesar de la pluralidad y la alternancia). Asombro al reconocer –aún setenta años después– a muchas de nuestras familias fingiendo y mintiendo para ocultar su verdadero nivel económico y sus derrotas ante un mundo al que sólo se accede a los privilegios y al dinero a través de la corrupción.

Enojo, indignación, desazón, cuando la máxima y más representativa barrera contra esa degradación, la educación, cae también en las redes de la simulación. El ayer, representado en la obra de Usigli por un maestro universitario que asume una personalidad ajena, la de un héroe forjador de la Revolución, la de un caudillo; el hoy, más nefasto aún, corrompido por todo un sindicato cuyo desfigurado rostro bien simboliza y expresa la maestra Elba Esther Gordillo.

Silencio. Un silencio pesado cae sobre las butacas cuando el contrincante político –y muy probable asesino del que enfilaba al triunfo en las urnas—se presenta ante la viuda a ofrecerle sus más sentidas condolencias y a asegurarle que cuidará de ella y de sus hijos, que nada les faltará.

Imágenes no muy lejanas en tiempo cruzan por la mente de los asistentes.

-La vida en México no cambia…-, comenta uno de los asistentes.

-No te creas –revira su compañero-, empeora…

Centenario de la Revolución Mexicana. Juan Benito Coquet ha elegido “El Gesticulador” –obra “propicia para la reflexión colectiva”– para conmemorar la fecha y homenajear a la vez al gran dramaturgo Rodolfo Usigli con un reparto encabezado por Juan Ferrara, bajo la dirección de Antonio Cresanti.

No todos los asistentes a la función de este domingo conocen la trama. Algunos han escuchado que Usigli la escribió a finales de los años treinta (1938) y que pasó nueve años intentando que alguien la montara (A pesar de su gran calidad, era rechazada una y otra vez por su crítica incisiva). Otro saben que fue prohibida en el pasado. Y efectivamente así fue. Cuando finalmente se puso en cartelera en 1947, fue perseguida –hubo incluso suspensión de funciones– y censurada finalmente por el gobierno a los 15 días de su estreno en Bellas Artes.

No fue sino hasta finales de la década de los setentas, luego de que Rodolfo Usigli recibió el Premio Nacional de Literatura, que la obra más representativa de este gran dramaturgo volvió a pisar los escenarios por un rato. De entonces a la fecha, sin haber vuelto a ser encarnada, habían transcurrido más de treinta años.

Ahora está aquí, de nuevo. Y como antaño, vuelve a impactar. ¿Por qué? Quizás porque ese asombro y horror con que Usigli miró y dibujó el poder y a los políticos hace más de setenta años, aún nos resuena; porque ve en ellos, simultáneamente, a los grandes creadores y a los peores destructores.

El político es el eje de la rueda, escribió el dramaturgo, “si se rompe o se corrompe, la rueda, que es el pueblo, se hace pedazos”.

(Los tiempos de la “sociedad civil” aún no asomaban en los años treintas, tampoco los llamados poderes fácticos).

A lo mejor hoy no son ya los políticos el eje de la rueda (o al menos no son los únicos que conforman el eje de la rueda). Lo que sí es válido es que cuando éste se rompe o se corrompe, la rueda, el pueblo, se hace pedazos.

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