jueves, julio 15, 2010

Obesidad infantil: negocio de 40 mil millones

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Viví la educación media y la media superior en planteles del Estado. Recuerdo con profundo agradecimiento mi paso por la Escuela Secundaria Anexa a la Normal Superior, nunca dejo de pensar en la cultura y señorío de Arqueles Vela, su director. Lo que en su cooperativa se vendía no era comida chatarra.

Hoy habito con mi familia una casa ubicada a media distancia entre una secundaria y una primaria oficiales, siempre rodeadas de vendedores callejeros, hoy pomposamente llamados ambulantes. Además de las cooperativas de dichas escuelas, hay dos misceláneas, dos farmacias que venden toda clase de dulces y frituras, un servicio de comida rápida que surte de ensaladas, verduras y tortas a sus clientes.

Cuando la cuarentena impuesta por la imposible amenaza de pandemia de influenza, el propietario de las farmacias se quejó amargamente, porque los alumnos de las escuelas aledañas compran a los comercios del lugar 10 mil pesos diarios. Es posible si consideramos que la secundaria tiene dos turnos ampliamente demandados, y la primaria República Francesa está a tope. Puede calcularse que entre padres que van a dejar y/o buscar a sus críos, alumnos y amigos, transitan por esas calles de lunes a viernes mil personas adicionales. Cada una de ellas, según los cálculos del interesado propietario de las farmacias, gasta un promedio de 10 pesos diarios.

La conclusión es sencilla: la obesidad infantil es un negocio multimillonario; corregir esa desviación económica, social y de salud resultará harto difícil.

Las cifras proporcionadas por quienes viven en la periferia del negocio de las cooperativas escolares parecen quedar cortas, pues en declaraciones a El Universal, Juan Martín Martínez, director de Desarrollo de la Gestión de Innovación Educativa de la SEP, estima la cifra de ventas al interior de los planteles entre 30 mil y 40 mil millones de pesos anuales en las escuelas primarias y secundarias.

Abundó en información Martín Martínez, pues aporta cifras y dijo que el 84 por ciento de los niños desayunan en su casa antes de salir a la escuela, y además una parte de ellos lleva un refrigerio adicional. Sostiene también que de ese 84 por ciento, menos de la mitad, digamos un 35-40 por ciento lleva entre 10 y 15 pesos diarios a la escuela, en cuyas cooperativas lo que más compran son refrescos, dulces y frituras.

Cuando se ven los resultados y se informa que México es el primer lugar mundial en obesidad infantil, vienen a la memoria esas absurdas demandas a las tabacaleras formuladas por fumadores contumaces, que tarde descubren que es necesario culpar a alguien de su adicción. También recuerdo la demanda que una “atribulada” madre estadounidense fincó al Macdonald’s donde su hijo casi niño comía a diario, pues no encontró a nadie más para culpar de la descomunal gordura de su vástago, quien, si mal no recuerdo, no era mayor de trece años, pero pesaba más allá de los 100 kilos.

Es tiempo de reflexionar en serio sobre este asunto de la obesidad infantil, pues los hábitos alimenticios sólo pueden aprenderse en el hogar. Los padres de hijos gordos, obesos, enfermos y propensos a la diabetes y una muerte prematura, son absolutamente responsables de lo que a ellos ocurre. Como el modelo económico y la globalización exigen, demandan que para llevar una vida digna sea la pareja la que trabaje, los hijos se educan solos y se acompañan con la televisión, de donde aprenden la manera en que han de comer a través de la publicidad y de su programación.

Claro que las cooperativas escolares también hacen lo suyo para vender, sin importar las enfermedades potenciales que se aniden en los cuerpos de sus consumidores, entre ellas la obesidad y sus secuelas.

Es posible que esté equivocado, pero si mal no recuerdo esas cooperativas de alguna manera están ligadas a las canonjías proporcionadas por el SNTE, en el caso de las escuelas oficiales, lo que daría cierta preeminencia ética a la SEP, a sus autoridades, a Alonso Lujambio, para que lo que se vende al interior de las escuelas deje de incidir en la gordura y torpeza de los alumnos, para que crezcan mejor y estén más dispuestos a aprender. Por algo Adolfo López Mateos impulsó los desayunos escolares. Una buena educación requiere de una buena salud.

Ningún comerciante en su sano juicio quiere acabar con su negocio, pero no se trata de aniquilarlos, sino de modificar el inventario de las cooperativas escolares, para que lo consumido por los alumnos sea favorable a su bienestar y no perjudicial a la salud.

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