lunes, julio 19, 2010

México rojo

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

La desmemoria mexicana conduce a la desinformación. La explosión de un automóvil en Ciudad Juárez este jueves con el propósito de causar la muerte de elementos de la Policía Federal, produjo un par de afirmaciones: que fue un coche bomba con explosivo plástico C-4, y que se inauguraba una nueva etapa en la lucha contra la delincuencia organizada, el terrorismo. El mensaje penetró en los medios mexicanos y la prensa extranjera lo asumió como propio. Lo paradójico es que pese a la espectacularidad del atentado y las fantasías mediáticas, no hubo nada nuevo bajo el sol mexicano.

El ataque a las fuerzas federales siguió el mismo patrón de reacción que tienen los sicarios de los cárteles cuando les duele la captura de uno de sus jefes. En esta ocasión, horas antes de que se diera el atentado, la policía detuvo a Jesús Armando Acosta Guerrero, a quien apodan el “35”, identificado como líder operativo del grupo “La Línea”, que es el ejército de matones al servicio del Cártel de Juárez. Las imágenes de la explosión captadas por un canal de noticias local, llevaron rápido al imaginario colectivo a las guerras contra Al Qaeda, y los medios calificaron el hecho como “terrorismo”, escalando con el paso de las horas a “narcoterrorismo”.

Un funcionario en Juárez fue más allá y le dijo a la agencia Reuters: “El ataque ha subido el grado de violencia a un nivel que no conocíamos en México. Lo que estamos viendo es lo que se enfrentan los militares en Afganistán o Irak”. La guerra de la retórica, como se ha vuelto costumbre, volvió a tener su daño colateral en el gobierno mexicano. El procurador Arturo Chávez afirmó que no era un acto terrorista porque no había ninguna motivación ideológica, consolidando por la vía de la torpeza la imagen de las batallas asiáticas y olvidando que en Colombia, el espejo mexicano, las bombas eran método recurrente de acción y reacción de los cárteles.

Sin minimizar el hecho que tres personas murieron en la explosión del coche en Ciudad Juárez, la conceptualización de que se vive una nueva fase en la lucha contra los cárteles de la droga es errónea y alarmista, pero sobretodo, al sacarla fuera de contexto desinforma a una población, porque este tipo de situación no es nueva, ni fue más letal que otros atentados previos, ni tampoco se está en el inicio de una nueva etapa en la guerra contra el narcotráfico. Responde a los patrones de comportamiento de los dos últimos años que confirma, eso sí, que la confrontación entre fuerzas federales y criminales mantiene altos sus niveles de fuego.

El alegato sobre terrorismo, en la definición de causar terror entre la población, no se aplica en el caso de Juárez. Sin embargo, no quiere decir que esa línea de comportamiento de los cárteles sea una fase extraña a ellos. En dos ocasiones en 2008 se dieron incidentes con explosivos que pueden entrar en esa categoría. Uno en Culiacán, cuando un coche con explosivos fue dirigido para chocar con una casa de la cual no se tienen referencias de que fuera un ajuste de cuentas entre bandas rivales, sino que era propiedad de personas ajenas al conflicto entre cárteles. El segundo fue el 15 de septiembre en Morelia, cuando varios explosivos estallaron entre la multitud que había ido a la ceremonia del Grito de la Independencia.

En el caso de Juárez, el objetivo no era la población civil ajena al conflicto, de acuerdo a lo dicho por las autoridades locales y federales, sino los policías. Un civil falleció en el atentado, como resultado de haberse ofrecido a ayudar, como médico que era, a una persona que se suponía estaba herida en ese lugar. Es decir, el daño colateral se produjo por la acción de un buen samaritano que estuvo en radio de la explosión, no porque fuera el objetivo del ataque. El atentado, sin embargo, sirve para contextualizar lo que ha sucedido con la capacidad de fuego de los cárteles en los últimos tres años y medio.

The Washington Post, en la carrera por un Premio Pulitzer, con la guerra contra el narcotráfico como su arena de competencia periodística, publicó el sábado entre sus informaciones principales cómo se estaban utilizando armas de la Guerra Fría en esta lucha. Los Angeles Times, con quien está compitiendo el Post, dijo que “al parecer” era el primer atentado de esta naturaleza. Ambos están equivocados. Bombas o granadas han sido un método recurrente en contra de las fuerzas federales y un recurso para amedrentar a medios de comunicación, como ha sucedido con periódicos y televisoras en varias partes del país, inclusive contra el Consulado de Estados Unidos en Monterrey. El tipo de arma tampoco es de reciente aparición y uso en México.

De acuerdo con la PGR, desde que comenzó la lucha contra los cárteles de la droga se han dado 101 atentados con esos tipos de explosivos, que tuvieron un despegue en su uso en 2009, cuando se contabilizaron 72 de ese gran total. Las bombas se suelen fabricar con TNT –la versión de que en Juárez utilizaron el explosivo plástico C-4 no se ha confirmado, aunque por el daño limitado que causó es prácticamente imposible que se hubiera utilizado en el atentado-, y las granadas son una arma común empleada desde hace tiempo por los narcotraficantes.

La utilización de granadas se disparó en 2008, cuando de acuerdo con la Agencia de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF) del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, se decomisaron mil 600 granadas en México, lo que significó un incremento de 170% a las recogidas el año previo, y para el primer semestre de 2009 hubo 950 decomisos de granadas. Estados Unidos y Corea del Sur son los principales proveedores de granadas, que se consiguen en el mercado negro en Centroamérica por 100 dólares la pieza o 50 si es en lote. Pero también se han dado casos, como en abril del año pasado, que 563 granadas que decomisó el Ejército guatemalteco habían salido de una base militar guatemalteca.

Los errores mediáticos, por graves que sean debido a su desinformación, no son buenas noticias. La realidad que escapa a la mayoría de los medios muestra que el camino hacia un fenómeno extendido de terrorismo como sucedió en Colombia, comenzó al menos hace dos años, y que la tendencia, vista a través de los decomisos y los atentados, parece confirmar que esa cita será inevitable.

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