jueves, julio 29, 2010

Durango: la ley es de quien la trabaja…

A Puerta Cerrada / Marcela Gómez Zalce

• Insuficiente revés a la Ley Arizona
• Punto de inflexión

Indudable que la simulación es parte del paisaje internacional de la real politik. En Estados Unidos creció el simpático debate por la execrable ley Arizona que soltó a los demonios mundiales en contra de la intolerancia, la ceguera y la pequeñez del ser humano. La controvertida iniciativa, que condena a las personas por su aspecto y los pone para la foto de la deportación, la humillación y los atropellos, tenía que suceder en un estado como lo es Arizona.

La bolita de nieve creció en estos meses, my friend, y ayer la juez federal estadunidense en Phoenix, Susan Bolton, bloqueó algunos aspectos claves de la misma, aunque con la novedad de que entra en vigor pese al rechazo de organizaciones de derechos humanos e inmigrantes. Uno de los capítulos que fue bloqueado fue el referente a que la policía determinara el estatus de inmigración de una persona detenida o arrestada si por su aspecto (of course) se creía estaba de forma ilegal en el país de los sueños americanos.

Pero como en estas lamentables historias (dignas de Animal Planet) nunca falta el intolerante, terco e intransigente con iniciativa, salió del hoyo negro el controvertido sheriff Arpaio a señalar que con la pena amigous pero me paso por salva sea la parte… legal y les advierto que las redadas, los atropellos y los abusos de mi autoridad van a seguir porque voy derecho y no me quito: La juez emitió su dictamen pero nada ha cambiado en nuestra lucha contra la inmigración ilegal.

Chingón.

Las señales de que la ley es flexible, violable, elástica y blanda se aplica sin distingos here and there, y que tanto es tantito.

Aquí, en este Vive México donde la impunidad reina en entidades como Durango, donde el gobernador es señalado por abusos y atropellos electorales y por divertidos actos donde los reos son sicarios y los sicarios salen desparpajados y protegidos por la autoridad carcelaria y estatal para ajustar cuentas en otras entidades, son exclusivos botones de que no hay más ley que la del billete. La de los intereses. La que baila al ritmo de la corrupción sin que el brazo elemental de la justicia alcance a estas lacras que han empoderado a la “ridícula minoría” que, como el polémico sheriffe gringou se pasa la ley por salva sea la parte y háganle como quieran.

El peligroso compás de descomposición e impunidad en varias entidades tiene que llegar al punto de inflexión porque la situación es francamente insostenible. Reporteros levantados, jóvenes ejecutados, políticos secuestrados, familiares asesinados, retenes de la muerte, narcobloqueos en ciudades, convoyes que circulan por las carreteras con descomunal arbitrariedad mientras los mandatarios estatales y sus policías hacen circo, maroma y teatro para desmarcarse de su responsabilidad de brindarle seguridad a sus ciudadanos.

Y en esta maniaca espiral de violencia se siguen deteniendo líderes, cabezas, operadores, capos, lugartenientes y demás fauna revoltosa sin que la hidra delincuencial muestre que se está llegando a la raíz.

En medio del desorden federal, estatal y municipal, el organizado crimen demuestra justo lo contrario; orden, precisión y tácticas militares con gadgets y vías de comunicación que permiten llevar a cabo las travesuras que pareciera ya no sorprenden a muchos.

El contexto es un permanente foco rojo bilateral que ha desencadenado el protagonismo del embajador Carlos Pascual, que está pegado como molusco (¿dónde estas pinche Paul…? ¡¡Urge tu pronóstico!!) a una dependencia como la SSPF haciendo… ¿cortes de caja? y diagnósticos que alarman a poderosos despachos.

Y para poner una cereza al contaminado pastel, resulta que las agencias estadunidenses traen su propia guerra, perdón, grilla para controlar el timón del (billete de la Iniciativa Mérida) barco de gran calado, donde comienzan a desfigurarse esas atractivas caras de la emocionada tripulación.

Y eso, my friend, que aún viene lo mejor… so chill.

Por la mirilla

Por penúltima vez en este irreverente espacio… ¿Y Diego Fernández de Cevallos, apá…?

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