jueves, julio 29, 2010

Andrés Manuel el “Franciscano”

Martha Anaya

Llamaban las campanas de catedral a misa. Lo hacían tímidamente, como si en esta ocasión no quisieran importunar aquella hermandad de pobres que llenaba el zócalo ante otro llamado: el de Andrés Manuel López Obrador.

Tenían razón esas campanadas en no importunar al tabasqueño y a sus seguidores. Tal vez no lo supieran los campaneros, pero en esta ocasión –ese domingo 25 de julio del 2010—quien parecía oficiar misa era el propio ex candidato presidencial.

Sí, aquel que aceptó presentarse como “Presidente legítimo de México” hace cuatro años en esta misma plaza, volvía ahora a dirigirse a los suyos para convocarlos a crear una nueva República, una República “amorosa”, forjada bajo un ideal moral.

“Quizá lo más importante de todo sea proponernos transformar a México, buscando alcanzar un ideal moral”, iniciaría desde esa tribuna a manera de púlpito situada a unos pasos de la Catedral.

No sería una frase al pasar, sería el principio del fondo del discurso con el que arrancaría su campaña por el 2012. Un discurso que, como verán, lo mismo evocaba ecos de la austeridad y del amor por los pobres de Francisco de Asís, que de Martín Lutero en su lucha contra la opulencia y la hipocresía (eclesiástica en aquel momento), y hasta el trazo de una utopía a la manera de Tomás Moro.

Ese fue el Andrés Manuel que se paró esta vez en la Plaza de la Constitución, el que desde el corazón del país se dijo convencido de que no basta con mejorar las condiciones de vida y de trabajo de nuestro pueblo, sino que “es indispensable crear una nueva corriente de pensamiento para fortalecer valores culturales, morales y espirituales”.

No había olor a incienso. Se alzaban, por el contrario, mantas en repudio al gobierno actual, mentadas de madre a las alianzas, denostaciones a Felipe Calderón y miembros de su gabinete, caricaturas y muñecos grotescos representando a los oligarcas. Ese era el escenario ante el que López Obrador sostenía:

“La crisis actual no sólo se gestó por la falta de empleos y de oportunidades, sino también porque se ha convertido a la codicia en virtud, se ha elevado a rango supremo el dinero y se ha inducido la creencia de que se puede triunfar a toda costa sin escrúpulos morales de ninguna índole.

“Por eso, a partir de la reserva moral y cultural que existe en las familias y en las comunidades del México profundo y apoyados en la inmensa bondad que hay en nuestro pueblo, debemos emprender la tarea de exaltar y promover valores en lo individual y lo colectivo. Es urgente revertir el desequilibrio que existe entre el individualismo dominante y los valores orientados a hacer el bien en pos de los demás.

“El propósito es contribuir en la formación de mujeres y hombres buenos y felices, bajo la premisa de que ser bueno es el único modo de ser dichoso.

“Insistir en que la felicidad no se logra acumulando riquezas, títulos o fama, sino estando bien con nuestra conciencia, con nosotros mismos y con el prójimo.

“La descomposición social y los males que nos aquejan no sólo deben atenderse con desarrollo y bienestar, y mucho menos aplicando medidas coercitivas, sino fortaleciendo la idea de hacer el bien sin distinción de razas o clases sociales.

“Para fomentar estos valores se debe echar mano de todos los medios posibles.

Introducir en la enseñanza la educación moral, propagar virtudes y destacar ejemplos positivos en los medios de comunicación. Fortalecer los valores comunitarios y la solidaridad que hay, por tradición, en la familia mexicana.

“No olvidemos que se trata de la principal institución de seguridad social del país.

En consecuencia, debe evitarse la desintegración familiar, el maltrato entre sus miembros y promover la comunicación, la libertad y el respeto a la diversidad.

Alentar la amistad fraterna entre padres e hijos. Tener presente que el niño reconoce a la madre por la sonrisa, y besos recogerá quien siembra besos”.

Ese era el mensaje, la prédica, de López Obrador en pleno lanzamiento de su precampaña por la Presidencia de la República.

-¿No sé, qué les parece?-, preguntó a la multitud anonadada que atiborraba el zócalo.

Él mismo se contestó:

-Yo sé que este tema es muy polémico, pero sinceramente creo que si no se pone en el centro de la discusión y del debate, no iremos al fondo del problema. Lo material es importante pero no basta, hace falta fortalecer los valores morales. Sólo así podremos hacer frente a la mancha negra de individualismo, codicia y odio que se viene extendiendo cada vez más y que nos ha llevado a la degradación progresiva como sociedad y como nación.

Luego su credo: Demostrar que “estamos comprometidos a no mentir, a no robar y a no traicionar”.

Para con concluir con esta arenga:

“¡Hagamos saber a todos que sí se puede vivir con justicia, sin miedos ni temores, en una República nueva, que estamos construyendo entre todos. Una República nueva, libre, democrática, soberana, igualitaria y fraterna… Una República amorosa!”

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