martes, junio 08, 2010

Tiene miedo, ¿verdad?

Francisco Rodríguez / Índice Político

LA PASAJERA A mi izquierda pegó un grito. Me sobresalté, por supuesto. El aterrizaje de este domingo a medio día no había sido perfecto que digamos. Y es que la aeronave se movía de izquierda a derecha y justo antes de que sus ruedas tocaran la pista, el estómago sintió algo así como que el piloto soltaba los controles y lo dejaba caer cuan pesado era el equipo. Pero, la verdad, no era como para gritar.

Sin embargo, la rubia enfundada en brevísimos shorts seguía con sus alaridos, en tanto el avión devoraba el concreto a gran velocidad y en la cabina empezaban a aplicar los potentes frenos. Volteó hacia mí y, a través de la ventanilla, señalaba:

¡Soldiers! ¡Soldiers! This is a war! My God, this is a war!

Me acerqué sobre ella a la ventanilla, lo que no estuvo nada mal jejeje. Y en efecto, me percaté de que cada 20 ó 25 metros había ahí un infante de marina, cada uno con un brillante chaleco verde sobrepuesto, con un arma larga en las manos. No la secundé en sus alaridos, pero mi sobresalto aumentó. “¿Qué pasó aquí en este par de horas en las que estuve ‘desconectado?’”, me pregunté. “¿Un golpe de estado? ¿Ya se dio a conocer que las guerrillas son las captoras de Fernández de Cevallos?”.

En ese momento la aeronave se detuvo por completo. Comenzó a girar hacia la derecha y, todavía encima de la güerita (jejeje), vi que algo así como un kilómetro adelante carreteaba otro avión, blanco con franjas tricolores –¿un Boeing 737?, ¿un TP?–, que se dirigía al hangar presidencial.

Tranquilicé a mi vecina de asiento. En mi medio inglés traté de explicarle lo que rápidamente había interpretado: que el ocupante de Los Pinos había aterrizado antes que el vuelo en el que nosotros todavía viajábamos, y que adivinaba medidas extremas, exageradas –¿mamucas?– de seguridad para él y quizá para sus acompañantes.

You’re joking, rigth?

“¿Bromeando? Para nada”, le respondí.

No pude convencerla. Seguía temblando… y sus vellos dorados se veían erectos sobre la bronceada piel. Me comentó que sus padres le habían advertido de no venir a México, que dizque por la violencia, los narcos y los soldados matando civiles en las carreteras y en las calles. Que hasta le enseñaron una fotografía de militares patrullando las playas de Acapulco, hacia donde se dirigía…

Felizmente, el avión se detuvo en la plataforma y la luz de los cinturones se apagó, por lo que inmediatamente todos nos pusimos de pie para salir a empellones del enorme aparato.

Ya en el área de Migración, por los ventanales se veía el hangar presidencial. Pero pegados a los ventanales de la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional, había media docena más de marinos, con sus chalecos verde tránsito, y el rifle cruzado sobre el pecho. A lo lejos se veía el avión que había transportado presumiblemente a Calderón, con las puertas abiertas…

Se me acercó la gringa. Se disculpó por el grito y me dijo que había preguntado a uno de los oficiales migratorios sobre la presencia de los uniformados, y que le habían confirmado mi versión: que cada vez que el “president” (jejeje) salía o llegaba por vía aérea, se montaba tremendo show, alrededor de las pistas del aeródromo.

– He’s afraid, right?

“¡Claro que tiene miedo!”, pensé y me lo callé. Sólo sonreí bobalicón, lamentando no poder seguir con ella –para tranquilizarla, claro– hasta Acapulco.

No obstante, tras despedirme y entregarle mi tarjeta de presentación –“just in case” (jejeje)–, proseguí con la misma idea, mientras avanzaba a presentar mi pasaporte. Tiene miedo de la sociedad que le reclama, no de los narcos. De los sindicalistas a quienes pretende aplastar. De las amas de casa, a las que no les alcanza. De los automovilista, por los “gasolinazos”, de…

¡Qué impopular es el señor Calderón! Y ni siquiera efectivo.

Índice Flamígero: Alevosía y ventaja en la “toma” de Cananea y Pasta de Conchos. En la mina sonorense hubo, además, un mentís a la Secretaría de Gobernación que había presumido saldo blanco en el “trabajito” que los federales hicieron a Germán Larrea. Inevitable rememorar que hace poco más de un siglo, allá mismo se dio el chispazo para que iniciar “la bola” de 1910.

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