viernes, junio 11, 2010

Muro de honor

Teodoro Rentería Arróyave

A mi muy querido amigo y respetado colega, Mario Ángel Díaz Vargas en el 35 aniversario de su Diario de Matamoros, que dirige con especial atingencia y libertad de acuerdo a las enseñanzas de su creador, unos de los grandes del periodismo, su señor padre, Mario Díaz Rodríguez, que por su profesionalismo es recuerdo obligado no sólo en Tamaulipas sino en todo el país.

En la historia de la humanidad se han creado toda clase de muros, desde el Muro de las Lamentaciones, el sitio más sagrado del judaísmo que según su nombre en hebreo significa simplemente ”muro occidental”, es el último vestigio del Templo de Jerusalén, el edificio más sagrado. Los restos que aún quedan datan de la época de Herodes el Grande, quien mandó construir grandes muros de contención alrededor del Monte Moriá, en el año 37 A.C.

Otro, terrible, fue el Muro de Berlín que dividió físicamente, que nunca en espíritu, el Este y el Oeste de la gran ciudad capital o mejor dicho de la misma Alemania desde 1961 hasta 1989. Con el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 Berlín dividido entre el Este y el Oeste. El Oeste fue denominado República Federal Alemana y ocupado por las fuerzas de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos y el Este fue denominado República Democrática Alemana, ocupado por las fuerzas de la Unión Soviética.

En Noviembre de 1989, cuando las noticias decían que no habría más restricciones para viajar o trasladarse de un lugar a otro, los ciudadanos comenzaron a demoler el muro sin ningún tipo de interferencia por parte de oficiales del gobierno. El Este alemán participó también en la destrucción del muro y se reunió junto al Oeste en 1990 como una nación: La República Federal Alemana.

Más cercano a nosotros el Muro de la Ignominia, que Estados Unidos ha tratado y trata de construir para separar por la vía de la sinrazón y la fuerza a dos pueblos que deberían ser amigos, y máxime que esas tierras con cultura e historia pertenecieron a México.

Todo esto vine a colación por una estupenda tradición del Tecnológico de Monterrey, El TEC, que según tenemos entendido creo en un principio un Muro de Honor para dejar constancia de sus alumnos más destacados.

Ahora, para sorpresa nuestra, erigió el Muro de Honor de los Maestros Huéspedes Distinguidos. Con Motivo de la presentación de nuestro libro: “Mi Vida Son Mis Amigos, Una Historia de los Noticiarios en México” y la charla correspondiente, ha quedado para la posteridad el nombre del autor. Honor, en efecto, que agradezco emocionado y de todo corazón, a Alejandra Villalta, directora general del Campus Cuernavaca, al cuerpo directivo de la institución, en especial a Thania Ramírez y Gerardo Villanueva.

Así como a los presentadores: doctor Ricardo Cojuc que se refirió a lo académico de la obra; a Amada Paredones y a Teodoro Lavín que resaltaron la labor de enseñanza, a Pablo Rubén Villalobos quien hizo una documentada y sentida disección de la familia Rentería Villa y a la joven doctora Alma Karla Sandoval, con sus exquisitas y bien construidas frases con la que cierro esta entrega:

“Si pensamos en los libros de caballerías y en la imitación que escribiera Miguel de Cervantes de ellos, no es difícil establecer ciertos parangones con Mi vida son mis amigos. Lo anterior por la estructura cuyos episodios obedecen al formato de esas novelas donde se presentaba una pequeña síntesis del contenido al comienzo de cada parte. Lo cual agradeció, sin duda, el lector del Renacimiento así como quien se asome, en plena modernidad tardía, al ¿anecdotario?, ¿bitácora de un navegante del arca de los medios?, ¿crónica de los noticiarios y las agencias de información más importantes de nuestro país?

Estoy convencida, como William Faulkner, Mario Vargas Llosa, Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez, Arturo Pérez-Reverte o Elena Poniatowska, que la literatura y el periodismo son hermanos de sangre. Diferentes sí, por su relación con la realidad, pero consanguíneos por su tratamiento y descendencia del mundo. El arte implica un descubrimiento. El periodismo, si no revela, si no da la nota, si no es la voz que otras voces pretenden silenciar, si no alcanza la exclusiva, se traduce en un débil ejercicio dependiente de datos oficiales.

El Quijote de este volumen, que de triste figura no conserva ni el apellido, pero que se le parece un poco al loco de la Mancha, Teodoro Rentería Arróyave, nos conduce por los pasillos de las redacciones de los diarios fundamentales de la nación, por las esquinas más problemáticas de la capital, por los despachos de los operadores políticos y empresarios de los medios de comunicación, para ofrecernos, gracias a un ordenado calidoscopio de vida, tal vez una de las verdaderas caras de nuestra república, donde ejercer el periodismo ha sido desde hace décadas, una profesión de valientes, de caballeros, pues, convencidos de que podrán enmendar rengos, salvar princesas o tan sólo mejorar las condiciones de vida de la sociedad que los circunda”.

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