viernes, junio 11, 2010

Los asesinos de Eviel

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Durante semanas, el gobernador Ulises Ruiz ha enfatizado que Eviel Pérez Magaña es el mejor candidato que puede tener Oaxaca para que lo suceda. No es extraño. El ex secretario de Obras de su gobierno es su delfín. Hizo de lado al presidente municipal de Oaxaca capital, José Antonio Hernández Fraguas por ser demasiado cercano al ex priista y ahora panista Diódoro Carrasco, marginó a Jorge Franco, el operador político con el cual atravesó la tormenta del plantón de maestros y de la APPO en 2006 que buscó derrocarlo, y se saltó al senador Adolfo Toledo, que por el escalafón priista, tendría que haber sido el elegido. Ruiz sonríe cada vez que se cuestiona a Pérez Magaña como un político capaz y lo defiende. Pero hoy debe estar alarmado porque su protegido está a punto de descarrilar su campaña.

Pérez Magaña es una profecía que se autocumplió en el municipio de Huautla, que visitó este miércoles dentro de su campaña electoral y donde ofrecer la seguridad que anhelan los oaxaqueños. El candidato del PRI, sin embargo, tropezó con su realidad y falta de olfato. En el templete junto a él, levantándole la mano, estaban Jacinto Pineda Casimiro, quien es aspirante a la presidencia municipal de Huautla, y el diputado federal Elpidio Concha. La gente, olvidó, no olvida, y por omisión o comisión, Pérez Magaña se comportó como un cínico.

Pineda Casimiro y Concha están vinculados al asesinato de un maestro retirado en 2004. Ese entonces, durante la campaña de Ruiz para gobernador, un grupo de maestros instaló una barricada en Punta de Fierro, a ocho kilómetros de Huautla, para tratar de impedir la visita del entonces candidato. Concha, que se jugaba su futuro político en ese acto, ordenó a sus secuaces que quitaran la barricada a como diera lugar. Pineda Casimiro, junto con los hermanos Feliciano y Aarón Quiroga Martínez, tomaron la instrucción de manera más que literal.

No hay registro gráfico de lo que sucedió en la barricada, donde el profesor retirado Serafín García Contreras murió de tantos golpes que recibió. De lo que sí hay fotografías, minutos después del incidente, es de Pineda Casimiro caminando por las calles de Huautla con la camisa ensangrentada. Fue detenido junto con los hermanos Quiroga Martínez y se les acusó de ser los asesinos materiales del maestro García Contreras. A Ochoa no se le formularon cargos. Hubiera sido irrelevante de cualquier forma, y lo demostró la justicia oaxaqueña en el caso de Pineda Casimiro, a quien dejaron en libertad.

Pero la memoria no es corta y Pérez Magaña debió de haberlo sabido. El PRI oaxaqueño de Ruiz que premió a Ochoa y ahora lo hace con Pineda Casimiro, sigue siendo un partido que incentiva a los represores -en este caso particular a un asesino declarado- y a los caciques. Pineda Casimiro quiso originalmente competir con la bandera de Nueva Alianza, el partido de la maestra Elba Esther Gordillo, quien pese a tener en Oaxaca a la disidencia más virulenta que enfrenta históricamente, la llamada Coordinadora Magisterial, no le abrió la puerta. Porque en Oaxaca nada se mueve si no lo autoriza, Ruiz le permitió la entrada a la política bajo el manto protector del PRI.

Pérez Martínez, que responde fielmente a las líneas estratégicas y planteamientos tácticos de su padrino, siguió la lógica de los virreyes estatales y sin recato alguno subió al templete en Huautla a personas non gratas. No se sabe si se imaginó que ese momento iba a quedar registrado, o si de acuerdo a la vieja línea de pensamiento y acción de gobernantes oaxaqueños, no le importó el costo porque siempre creen que será mayor el beneficio. En todo caso, ese instante lo mete en un dilema de ética política. ¿Está de acuerdo en ir codo a codo, sin prurito alguno con un asesino, como se determinó en su momento que lo era Pineda Casimiro?

Sus adversarios políticos tienen ahora la mesa servida. Se puede argumentar que el candidato de la alianza opositora al PRI, el senador de Convergencia Gabino Cué, tampoco está libre de pecado político al estar en el paraguas de una campaña que también da cobijo a Flavio Sosa, uno de los dirigentes de la APPO durante el difícil año de 2006, y que tuvo que pagar con la cárcel los delitos que se le imputaron por la rebelión en Oaxaca. La diferencia se encuentra en que mientras Pérez Magaña celebra de la mano con Pineda Casimiro y Ochoa, Cué y los estrategas de la izquierda -porque Sosa va con el PT-, se debaten en cómo hacer que el viejo líder taxista decline su candidatura.

Esta discusión tiene que ver con la moral política de los actores públicos, que en tierras de caciques puede ser un debate intrascendente. Es muy probable que así sea, cuando menos en estos largos años de consolidación democrática que tiene visos de regresión. También es cierto, como alegan varios gobernadores y candidatos a sucederlos con los colores del PRI, en entredicho por su actuar público y comportamiento personal, que no importa lo que se diga en el país de ellos porque mientras no contamine su territorio, es irrelevante. En el caso de Oaxaca, Ruiz ha dicho en algunas ocasiones que no importa lo que se piense de él en la ciudad de México, porque nadie que no esté avecindado en Oaxaca votará por los gobernantes oaxaqueños.

Pero la impotencia del momento no debe ser sinónimo de claudicación. Pérez Magaña no tiene un rastro que apeste, como puede ser con muchos otros candidatos a puestos de elección popular. Tampoco es una persona que en lo privado se muestre como un sátrapa -que abundan en la política- o un político educado y entrenado en las peores prácticas del viejo sistema político que se niega a morir. Lo que sí muestra el candidato del PRI al gobierno de Oaxaca, es la ingenuidad de un político apenas en construcción, o la resignación de alguien que se sabe en la placenta de su padrino, y la cual no sabe cómo romper.

Pero como dice Ruiz, los oaxaqueños son los que tienen la palabra, entre la opción de cambio que representa esa alianza opositora, o respaldar a un delfín que apunta claramente para convertirse en marioneta. El mitin de Huautla no es una anécdota, sino un síntoma de lo que el poder omnipresente puede en Oaxaca hoy en día.

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