viernes, junio 25, 2010

¿Espionaje político, o chisme telefónico?

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Deseosos y urgidos de conservar sus parcelas de poder, los limitados políticos autóctonos se rasgan las vestiduras en cuanto se ventilan en público los chismes sobre sus debilidades políticas, y también las de otra índole, como fue el caso de Mario Marín, de quien se dijo de todo y por su orden, pero que a la postre resultó exonerado por el manto sagrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pues hasta allá fue Manuel Bartlett Díaz a cabildear por su protegido.

El espionaje político es de pantalones largos, tiene fundamento ideológico y consecuencias distintas a las del chismorreo telefónico. Veamos, los servicios de seguridad franceses, en connivencia con el gobierno marroquí y con total aprobación del general Charles De Gaulle, espiaron a Mehdi Ben Barka, para encontrar elementos que le permitieran ejecutarlo.

Otro asunto en el que destacaron los servicios franceses de seguridad y su gobierno, fue el espionaje y la ejecución de Patricio Lumumba. En esta ocasión actuaron en complicidad con los servicios de seguridad nacional de Estados Unidos y con la del gobierno de Bélgica.

Un caso menos viejo, pero incruento y aleccionador porque orea los entresijos del oficio del poder presidencial en Estados Unidos, es el asunto Watargate, espionaje interno sobre la oposición, pues lo que está en juego es la titularidad del Imperio.

Considero innecesario recordar los casos de espionaje interno en los gobiernos totalitarios, pues lo que permite su permanencia en el poder es, precisamente, conocer de los secretos de la oposición para estar siempre delante de los movimientos que se planean para derrocarlos. El resultado de esta actividad son las ejecuciones, el GULAG, los campos de exterminio o la deleznable conversión: para conservar la vida, te dan oportunidad de servir al sistema.

Acá, los dictadores mestizos, los criollitos y los aprendices de brujo, también desarrollaron sus métodos. Díganlo si no las víctimas de Porfirio Díaz, que terminaban en las tinajas de San Juan de Ulua, o las de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, que languidecían en los apandos o de plano eran ejecutados, como Francisco Field Jurado, o los viajes sobre el mar, o las ejecuciones como respuesta a la siempre incipiente guerrilla, o las desapariciones. Todo lo anterior es resultado del espionaje político y consecuencia de la necesaria seguridad del Estado; lo otro, los dimes y diretes entre Purificación Carpinteyro y Luis Téllez, o entre Fidel Herrera, César Nava y Fernando Gómez Mont, sólo son chismes de lavadero.

Naturalmente en el debate iniciado por la chismografía telefónica, Purificación Carpinteyro tiene razón y lleva las de perder, porque se equivocó de enemigo y quiso jugar fuera de su liga. Los poderes fácticos de las telecomunicaciones no son poca cosa. Para defender sus intereses instalaron allí a Luis Téllez primero, ahora mantienen con 49 cadáveres en contra a Juan Francisco Molinar Horcasitas. Así es que a César Nava nada le ocurrirá por el espionaje telefónico, mientras que a la ex directora del Servicio Postal Mexicano -puesto a su medida- puede que la enjuicien y hagan padecer las de Caín.

Lo que se ventila hoy no deja de ser grave, porque lo que se discute no son las supuestas infracciones cometidas y comentadas por los espiados, sino el espionaje en sí, lo que muestra vacíos legales y ausencia de valores, pues todo se vale con tal de conservar la parcela de poder.

De cualquier manera son otras las complicidades políticas las que debieran inquietar e interesar a la sociedad, porque son éstas las que comprometen el futuro de la nación.

Escribe Don Winslow acerca de los “imaginarios” documentos que el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo estaba dispuesto a entregar a Girolamo Prigione, nuncio papal, y por los cuales fue asesinado: “Adán hizo copias del maletín de Parada. Pues claro que lo hizo. Solo un idiota no lo habría hecho. La información se encuentra en una caja fuerte de Gran Caimán, y contiene pruebas capaces de derribar a dos gobiernos. Detalla la operación Cerbero y la colaboración de la Federación (conglomerado de cárteles) con los norteamericanos en el trasiego de drogas a cambio de armas para financiar a la Contra. Habla de la Operación Niebla Roja, de que Ciudad de México y Washington y los cárteles de la droga patrocinaron el asesinato de figuras de izquierdas en Latinoamérica. Existen pruebas del asesinato de dos funcionarios con el fin de manipular las elecciones presidenciales…”

La filtración de las conversaciones transforma un posible delito en un chisme. Sustituye a la acción penal con la sanción mediática y social, y deja a los electores inermes ante las disputas ilegales por el poder.

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