jueves, junio 17, 2010

Entre fobias y perfección

Ana Leticia Romo

Innegable que a múltiples asesinatos de los últimos tres días vinculados a la delincuencia organizada (Michoacán, Guerrero, Mazatlán), y que sucede con el caso de Cananea, Pasta de Conchos o la huelga de hambre de los electricistas, la violencia nos rodea y no podemos hacer casi nada, impotentes, somos simples espectadores o víctimas. ¿Por qué nos envuelve un ánimo de odio?. La Misantropía es la aversión al ser humano y a la naturaleza humana en general. También engloba una posición de desconfianza y tendencia para antipatizar con otras personas. Un misántropo es alguien que odia la humanidad de una forma generalizada. El término también es aplicable a todos aquellos que se hacen solitarios pues destacan un elevado grado de desconfianza que tienen por las otras personas en general debido a su experiencia y reflexión.

El misántropo tiene sinónimos como insociable, hosco, triste, arisco, retraído, introvertido, huraño, melancólico o humanofóbico.

Y hablando de fobias, es interesante destacar que la humanofobia engloba a otras más tales como la misoginia o ginofobia (repulsión a las mujeres), de la misandria o androfobia (miedo a los hombres), de la misogamia (miedo al matrimonio), y de las demás aversiones tales como la homofobia (desprecio a los homosexuales), la antropofobia o también misantropía (miedo a la gente), pedofobia (miedo a los niños), demofobia (miedo a las multitudes) y etnofobia (desprecio hacia las otras razas) entre otras. Y todas ellas están enfiladas contra lo antropológico y hasta se pudiera sintetizar el “espíritu” de estas fobias “antropológicas” diciendo que el hombre es percibido como un peligro por lo que se constituye un amenaza: es un ser digno de ser temido, reprobado y odiado.

Lo antropológico comienza y se funda donde comienza lo humano, es decir, en la defectibilidad. Lo humano es increíblemente imperfecto. A un nivel profundo, lo humano es indigencia, es decir, conciencia de ser necesitado e inevitablemente limitado. Y lo defectuoso como tal es disgustoso y perturbador. Lo humano da miedo.

Y ¿qué es lo que conlleva ese miedo, desprecio u odio a los otros?, reflexionemos, el simple y cotidiano hecho de definir a alguien como “raro”, “anormal” o “patológico” es también, en última instancia, una manifestación de humanofobia en cuanto se quiere negar la diferencia, que es el sello inconfundible de todo lo que existe y que caracteriza las partes al interior del todo. Es decir que en apariencia, el origen de todo esto viene de una idea de perfección y ante este panorama, no cabe más que la obvia pregunta ¿de qué manera interfiere el ideal de la perfección en nuestras relaciones interpersonales?

El perfeccionismo niega la diferencia y construye todo un sistema de desvalorización de las diferencias, dando lugar a los calificativos de superior / inferior; dominante / dependiente y más concretamente: atrasados, anómalos, malos, ínfimos y subordinados (conceptos aplicables por cierto a turcos, musulmanes, africanos, latinoamericanos, indígenas mujeres, niños, enfermos, ancianos y negros) y excelentes, óptimos, adelantados, magníficos, admirables y dominadores (términos reservados para europeos, gringos, hombres y blancos) dando lugar a formas de control racial o sexual.

Asi también esto afecta a las diferencias entre hombres y mujeres reducidas y versadas en estereotipos tales como racionales, dominadores, lógicos en el caso de los primeros e irracionales, tontas, caprichosas, irascibles, abusadoras y manipuladoras, las segundas, generando, consecuentemente, misoginia y misandria, patriarcados o matriarcados y todo el entramado machista y los principios de superioridad de un género o de una raza sobre otra. Estereotipos que a fuerza de repetirse terminan legitimándose, adquiriendo validez, afirmándose como verdades de orden natural e indiscutibles.

Y es que el principio de superioridad y la consiguiente necesidad de estructurar y controlar que se esconde en todas las fobias antropológicas o humanofobia es una cuestión que rebasa lo psiquiátrico y confina con lo filosófico ya que lo que realmente revalora las personas es la sensibilidad hacia las diferencias, no la “razón” que las analiza y las encasilla en sistemas que violentan la realidad.

Y los misántropos, cada vez más solos y desconfiados padecen de frecuentes cambios de humor: ora feliz, ora melancólico, con el termómetro de su espíritu loco, oscilando constantemente. Y padecen entonces del perfeccionismo en el que les gusta hacer y en el que se comprometen a hacer, por lo que muy frecuentemente se destacan en las áreas donde están insertados dedicando gran parte de su tiempo al trabajo y evitando poco a poco lo social. Algunos autores explican que la misantropía acostumbra aparecer durante la infancia en niños/as tímidos/as, introvertidos/as y callados/as que tienen dificultades en hacer amigos, expresamente en la escuela, prefiriendo muchas veces queden solos/as. Con el pasar de los años, tienden a ser bastante sarcásticos/as e irónicos/as en las observaciones que hacen, ya que la gran timidez se disfrazada en estas dos características; también tienen una interpretación muy propia de todo aquello que ven y de todo aquello que les es dicho por las otras personas, siendo bastante observadores y atentos a lo que los rodea aunque, muchas veces, no lo parezca. Y estas características derivan en tener una fuerte sensibilidad quedando extremadamente afectados con todo lo que los rodea, por lo que a lo largo de la vida, pueden incluso pasar por varias depresiones.

Y así el misántropo trata de evitar ciertos contactos desagradables, de repudiar al vulgo por la ignominia que destila, de no compartir ideas y conductas retrógradas. De ser sarcástico llegando a la grosería, ofendiendo, y en su cabeza parece haber un “chip” que le dice que no se puede odiar a todo el mundo, porque no se odia mientras se menosprecia, no se odia más que al igual o al superior y no hay muchos iguales, mucho menos superiores y así se va volviendo soberbio y solitario.

Y al calce, un misántropo conocido mío me dijo que un día que se empieza a odiar los malos olores, el tráfico, la mugritud, el sudor, y es que para ser un misántropo, basta con ser de clase media; con esa rara oportunidad que da el tener noción del estilo de vida de la clase alta y el padecer, además, casi como destino irremediable, las angustias de la clase baja.

Y otro me dijo que si él fuera la palabra amor desaparecería del mundo: “Que las personas -comentó- se las arreglen sin mis cuatro letras”. Lo más sensato que he escuchado en mi vida; el mundo le había fallado, perdió el respeto por la palabra amor, cuando lo perdió por el género humano.

Y de seguro en un Manual para Misántropos, encontraría que hay varios tipos de ellos. Están los conformistas. Nada los hace felices pero tampoco les quita el sueño la humanidad. Antes bien, se vuelven como los demás, alcohólicos, adúlteros, hipócritas, mentirosos. Lo único que sienten es lástima por la condición del mundo, lástima por su patria, su ciudad, su calle, sus vecinos, su familia, por ellos mismos, y mueren insignificantes, aunque felices por saberse misántropos. Por otra parte, se encuentra el misántropo activista. Grita a los cuatro vientos las carencias a sus semejantes, les escupe en la cara su insulsa calidad humana; son artistas, músicos, locos callejeros y, en la mayoría de los casos, terminan en un manicomio o muertos por su propia mano. También se encuentran los misántropos radicales. A estos les teme la sociedad y los gobiernos, son los vilipendiados del sistema, los que matan.

Y por todo esto mencionado, parece que el enemigo mayor del humano es el humano mismo. Nos nulificamos unos a otros. Somos la única especie que hace daño a sus semejantes, tanto en la ignorancia, como en la alevosía. Y en un país como el nuestro con tanta incertidumbre y sueños eternos de verdad traicionada ¿no estará siendo sin saberlo, una fábrica de misántropos descreídos, sarcásticos y padecientes de una filosofia enferma?. Yo creo que habrá que reflexionar al respecto.

No hay comentarios: