domingo, junio 20, 2010

El Vasco

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Nadie en este momento galvaniza tanto las angustias, frustraciones y esperanzas de todos los mexicanos como Javier Aguirre, el personaje con el que más se sueña, con quien se mantiene un diálogo unilateral, el que produce catarsis y furias. El entrenador del seleccionado nacional que este martes se juega su pase a octavos de final en la Copa del Mundo de Sudáfrica, es sinónimo de esperanza, la clave de su necesidad existencial de ser, pero también el respiro que buscan los políticos, sin importar lo efímero que sea, para distraer a una población agobiada por el sentir de que pude morir a tiros.

Aguirre es el líder que todos los mexicanos de carne y hueso quieren tocar. No es el que las élites en la opinión pública buscarían para cotejarlo y ser miembros de su corte. Para nada. El creció y se entrenó para ser futbolista. No es el político que buscan las figuras de los medios de comunicación social para hincarse a sus pies, o para denostarlo para que, al humillarlo y alimentan su ego. Tampoco es el empresario que los deslumbra, o el que los financia en sus proyectos personales para que puedan seguir afirmando que son libres para decir y escribir lo que sea. Es solamente un entrenador de futbol.

Las élites de esa República de las ideas y las ocurrencias que tienen sus tribunas y púlpitos, lo desprecian. Por eso, cuando las televisoras lo escogieron para dar la patada de salida de la Iniciativa México, y grabaron con el un spot animado por la superación personal que concluyó con la idea de exigir dejar atrás el tiempo de decir que “sí se pudo”, para cambiarla por el “ya se pudo”, lo primero que hicieron, como hacen con los políticos, fue condenarlo. ¿Cómo era posible que una persona tan desprestigiada –era el argumento- fuera la bandera de Iniciativa México? Lo descalificaron por la declaración que hizo hace meses a la Cadena Ser, la radio más importante de España, cuando al referirse a los problemas que azotaban a México, dijo que “estaba jodido”.

La frase era un lugar común. ¿Dijo algo Aguirre que no dijeran, cuando menos, el 70% de los mexicanos? Su ataque desde la República de las ideas y las ocurrencias fue tan chovinista como extraviada de lo que representa el entrenador nacional para los mexicanos. Los expertos de Televisa y TV Azteca lo escogieron porque era el mejor que podían encontrar para su Iniciativa México. Un alto ejecutivo de una empresa televisiva que escuchó recientemente a varios miembros de la llamada comentocracia, sonreía cuando abrían sus fauces para tragarse a Aguirre, y comentó que la gente, esa de carne y hueso que vive una realidad sin simulaciones cortesanas, lo había recibido muy bien.

Tenía que ser. Aguirre es hoy el mexicano que en cada hijo se nos dio. Hijo de vascos, tuvo una buena carrera futbolista en México y España en los 80s y principios de los 90 sin que fuera nada espectacular para inquietar a los biógrafos de Pelé y Maradona. Jugó el Mundial de México en 1986 y una lesión lo llevó por un otro camino en su vida profesional. Entrenador fogueado –inclusive campeón con el Pachuca-, se ha convertido en más que un simple técnico. Es quien en dos ocasiones ha salvado a los mexicanos de la deshonra futbolera y la frustración existencial. No es nada menor.

Como bombero, fue llamado a dirigir al seleccionado en 2005 cuando todo el entramado de la burocracia futbolista y los grandes contratos comerciales que estaban negociando las televisoras para la Copa del Mundo en Japón y Corea del Sur, se estaban derrumbando porque otro gran entrenador de campeones, Enrique “Ojitos” Meza, tenía al Tri a un paso de ser eliminado. Aguirre aterrizó desde España, donde entrenaba al Osasuna, el equipo vasco donde también jugó, y llevó al seleccionado hasta Asia. Para el Mundial en Sudáfrica, volvió a ser el bombero nacional y sacó del marasmo a un equipo dirigido por una figura de talla internacional, Sven Eriksson, y lo puso en África.

Aguirre es el único salvador que tenemos y hay muchos que no alcanzan a entender la codificación popular de su persona. Transmite lo que es, un líder reconocido por las personas más difíciles de convencer: sus propios jugadores. “Es un buen líder”, dice una persona que lo conoce muy bien. “Trata bien a los jugadores, aunque les habla fuerte”. Aguirre tiene en el lugar donde se encuentra el Tri porque a diferencia de otros técnicos, como los propios Meza, Eriksson, u otro laureado como Lavolpe, su relación con el equipo es personal, sin dobleces ni traiciones, dijeron algunos jugadores que han estado bajo sus órdenes.

Lo que piense la República de las ideas y las ocurrencias es absolutamente irrelevante en el sentir y el pensar de los mexicanos de carne y hueso. A Aguirre se le juzga por sus méritos y sus acciones. Entrenador que siempre entra con ventaja en las expectativas, es por lo mismo severamente cuestionado cuando el entrenador que cada mexicano lleva adentro no está de acuerdo con sus decisiones sobre el campo. Le pasó durante la larga y en apariencia mediocre –por los resultados- preparación pre-mundialista, donde fue criticado porque no veían cómo iba a ser posible caminar un poco en Sudáfrica con un equipo que cada encuentro tenía diferente alienación.

Arrancó el mundial y despertó la ansiedad en el encuentro inaugural, pese al angustiante empate con Sudáfrica. Pero la victoria ante el subcampeón Francia volvió a colocarlo en la cima de las emociones mexicanas, como el arquitecto de las ilusiones. Su equipo fue capaz de detener el suspiro de los políticos –el secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, despachó todo el día con la playera del Tri-, y por un momento se detuvo todo en el país. Las cantinas se vieron rodeadas de autos blindados y escoltas, porque los capitanes de la industria se metieron a ellas a ver el partido. Inclusive los sicarios se tomaron un descanso. De 54 muertos registrados el martes, cayeron a 31 los registrados el miércoles, día del partido.

México se juega la vida este martes ante Uruguay, y Aguirre es la persona en la que se cimbra la esperanza. Pero igualmente, un traspiés será su perdición. En esto del futbol no hay matices. Es polarizante. No perdona. Si no lleva al país a la gloria él se va al infierno. A todos tiene preocupados. A los mexicanos de carne y hueso porque todo lo que quieren ser cada cuatro años se pone a prueba en este juego. Y a los políticos, porque lo necesitan, más que a nadie, para que el tejido social se relaje, aunque sea durante un breve espacio de tiempo.

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