lunes, mayo 17, 2010

El secuestro de “El Jefe” Diego

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

La desaparición de Diego Fernández de Cevallos el viernes por la noche no fue suficiente razón para que el presidente Felipe Calderón suspendiera su viaje a Madrid. Tampoco para convocar una reunión del gabinete de seguridad. Más aún, dentro del equipo de trabajo en Los Pinos, no hubo ninguna sensación de zozobra. Estas acciones, leídas políticamente, muestran que la desaparición no representa un riesgo para la seguridad nacional, por lo que se podría descartar –si el Presidente sigue a la letra el manual de toma de decisiones- un acto terrorista, una acción guerrillera o una represalia de la delincuencia organizada. ¿Pero el que no haya un riesgo para el Estado justifica la poca atención que el están prestando al caso?

No es un asunto de policías y ladrones, como suele enfocar el gobierno federal todos los fenómenos en México, y en cuya lógica el Presidente instruyó desde un primer momento a la PGR que interviniera en el caso, apoyado por la Policía Federal y el Ejército. El asunto es de cómo perciben en la casa presidencial los fenómenos que inciden sobre la vida política y económica. La manera como se ha dado la reacción política en Los Pinos es la clara marca de la casa: alejada de la realidad nacional, ensimismados en sus cosas, hablándose al ombligo y con un equipo bisoño –grave, después de tres años en el poder no muestran haber pasado la curva de aprendizaje- que no está observando el caso de “El Jefe” Diego como un asunto de Estado.

No necesita haber una amenaza directa al Estado para que así se considere, sino por las repercusiones que la desaparición de un personaje que fue candidato presidencial y que se sigue moviendo dentro de las élites del poder, puede significar para las propias élites nacionales y extranjeras. La desaparición de Fernández de Cevallos tendría que haber sido considerado por el gobierno, no sólo en palabras sino en actitud, como un caso de alto impacto que tendría que ser analizado en ese contexto.

Su influencia penetra el PAN –donde varios prominentes políticos hoy en día abrevan en su establo-, el gobierno –le deben parte de su carreta el secretario de Gobernación Fernando Gómez Mont, el procurador Arturo Chávez, y el secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Juan Miguel Alcántara Soria-, y la clase política nacional –es muy cercano a los ex presidentes Carlos Salinas y Vicente Fox-.

El abanico de relaciones políticas y económicas lo ubican dentro de la categoría de un personaje al que hay que tratar dentro del rango de excepcionalidades por el tamaño del impacto nacional e internacional que tiene una acción como la que se está viviendo. Fernández de Cevallos no es un político cuya esfera de poder se limite a México. Su ascendencia y cercanía con prácticamente todo el gabinete de seguridad civil, coloca al aparato de seguridad del Estado, ante los ojos profesionales de otros gobiernos, como un sistema incapaz de garantizar la seguridad de personas de cuya protección pende parte de la estabilidad política y económica.

Como un precedente, cuando en el gobierno de Ernesto Zedillo se reforzó la seguridad de personas en esa categoría, el empresario Carlos Slim, que se negaba a tener escolta, fue prácticamente obligado a ella por el entonces presidente con el argumento de que su secuestro provocaría un impacto directo sobre la economía y las inversiones que el país no podía permitirse. En el caso de Fernández de Cevallos, su relación con los ex presidentes –que tienen una amplia red de contactos políticos y económicos en el mundo- y con varios de los principales empresarios e inversionistas en México, magnifica en el mundo lo que le ha sucedido. No fue casual que la prensa internacional recogiera masivamente el hecho de su desaparición desde que lo confirmaron oficialmente las autoridades.

Todos estos factores han sido soslayados por el Presidente y su equipo, que supuran una enorme mezquindad. Fernández de Cevallos está enfrentado al grupo político de Calderón, y en estos días se batían intramuros para colocar a su gente en el Consejo Político del PAN que se define esta semana. A su pupilo más destacado dentro del gabinete, Gómez Mont, le siguen haciendo la guerra desde la Presidencia, donde no dejan de decir que sus días están contados y que sólo falta por decidir cuándo se va. A Chávez lo propuso Calderón al Senado con el propósito de que lo vetaran y elevarles el costo de hacer lo mismo con su verdadera opción para el cargo. Esa actitud se ha extrapolado al tratamiento de la desaparición de Fernández de Cevallos.

A nadie debería de extrañar. Dentro de Los Pinos no ven bien a Fernández de Cevallos, y muchos de sus argumentos han coincidido con las posiciones de sus principales adversarios. Por ejemplo, varios asesores de Calderón comparten la idea del ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador de que es un voraz abogado que trafica con influencias. También lo ven con recelo por su cercanía y colaboración política con el ex presidente Salinas, y con varias de las figuras priistas. En su mundo de blancos y negros, es casi un traidor porque no es incondicional de Calderón.

Pero los límites a los que llegaron este fin de semana fueron sorprendentes. Para una parte del equipo de Calderón, lo que sucedió con Fernández de Cevallos tiene que ver con sus litigios y con todas las personas a las que ha afectado, por lo que no tienen nada de qué preocuparse. Es cierto que esa es una de las hipótesis que tiene la PGR, pero su mecánica mental muestra el reduccionismo en toda su grandeza. No ven contexto, entorno ni consecuencias. No hay visión global sino unidimensional. Si algo le sucedió, fue su problema, no del gobierno y menos de Calderón.

Ese es el problema en Los Pinos. Viven en una casa de cristal de la que no salen. Sus reuniones sociales son entre ellos, sus excesos son entre ellos y su vida gira sólo en torno a ellos. Se hablan uno con otros y se convencen de que lo que hacen y cómo lo hacen es el camino correcto. Se comportan como pequeños déspotas, sin conocimiento, oficio y humildad. Su líder es el Presidente, que los anima, protege y les permite que lo aíslen. Siguen sin darse cuenta que en el mundo real, al que regresarán dentro de tres años, se están hundiendo. Con un agravante: cada vez dejan más agraviados y heridos en el camino.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ninguna desgracia es motivo de burla. Pero esta; pese a quien le pese no es ninguna.

Un repugnante escupitajo de la política nacional y un sórdido ejemplo de la desvergüenza de las clases acomodadas de este país no es razón de escándalos.

Me alegra y ojala más de esta basura desapareciera de la faz de la tierra para siempre, aunque desafortunadamente su infamia perdurare por siglos.
Tanto daño ha hecho a esta nación esa podredumbre de hocico y barbas que sabra Dios hasta donde sus malditos hechos nos han salpicado a todos los mexicanos.

Una eternidad de escarnio y no un minuto de silencio.

Atte. Sade_Satani