martes, mayo 04, 2010

De los Jesuitas a los Legionarios

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

En aspectos fundamentales el mundo ha involucionado. Desaparecen paradigmas y referentes de todo tipo; nada hay que sustituya los mitos, leyendas y tragedias que fueron el fundamento de las ideas, la filosofía y el pensamiento moderno. La globalidad como propuesta de reflexión desarraiga en todos los sentidos y en todos los ámbitos. No han percibido que en ese vendaval del desarraigo se lleva el viento la alteridad y los símbolos de identidad, lo que profundiza la soledad y deja al ser humano a la deriva, por haber perdido incluso su relación con la divinidad. Al menos es lo que intentan.

Veamos. Los Jesuitas fueron perseguidos, expoliados, expulsados por una única razón: llevar su inquietud, su labor educativa, su deseo de conocer la verdad a los límites, al borde de la soberbia, por un lado, y por el otro porque su conocimiento, su sabiduría descalificaba y descalifica la conceptualización ideológica y política con la que fueron obtenidos los estados pontificios y con la que fue construido el Estado Vaticano. Claro que no son precisamente humildes, pero sustentan su orgullo en el conocimiento, su poder en la educación, de ninguna manera en la riqueza y en el temor de Dios como sinónimo de miedo y castigo, de ninguna manera en el contexto bíblico que es sumisión absoluta a la voluntad del Señor.

Mientras la discusión entre los Jesuitas y el poder papal fue por la historia bíblica y el poder de la razón, lo de hoy es piedra de escándalo porque las faltas de los Legionarios de Cristo refieren al abuso del poder espiritual en la peor de sus formas, y a la preservación del poder económico de la comunidad religiosa, con el propósito de acrecentar el tesoro del Vaticano, que no de la Iglesia. Recordemos la hermosa película La misión, para comprender de qué va la centenaria disputa entre el papa negro y el estadista que dice gobernar a la Iglesia en nombre de Dios.

En la refundación de la Legión de Cristo, decretada por Benedicto XVI, será borrado todo vestigio, fotografía o dictado de Marcial Maciel, e incluso se cambiaría el nombre de la congregación. Integrantes de ese grupo religioso consideran probable que El Vaticano decida que los Legionarios de Cristo se reconviertan en Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús y la Virgen Dolorosa, su primer nombre.

Según lo establecido por el Pontífice para sancionarlos —quien determinó intervenir a la orden, nombrar un delegado responsable y una comisión para refundarla—, deberán establecerse nuevos estatutos, preservando la idea de que sus integrantes tienen que ser verdaderos soldados de Cristo.

El Vaticano procede con secretismo y perversión, porque sólo ratifica lo que era un secreto a voces, pero no hace públicos los resultados de la investigación, y considera que dar a conocer el castigo y la desaparición documental, histórica y anímica de Marcial Maciel servirá para que los católicos olviden de lo que son capaces los seres humanos protegidos por el fuero eclesiástico y amparados en la imagen de Cristo; olviden también que la Iglesia necesita reformarse, porque de las normas impuestas por Inocencio III muchas ya no tienen razón de permanecer, y porque el celibato siempre conducirá a la violación, la sodomía, la pederastia y la fornicación, pero como lo que más parece interesar todavía es el poder económico sobre el poder espiritual, otros macieles andarán escondidos en los claustros.

Para aproximarse a la comprensión del error eclesial en su proceder con los Legionarios de Cristo, habría que estudiar y estudiar mucho a Simone Weil, quien en A la espera de Dios, apunta: “Cristo hizo promesas a la Iglesia, pero ninguna de ellas tiene la fuerza de la expresión: 'vuestro'. La palabra de Dios es palabra secreta. Aquél que no ha oído esa palabra, aun cuando manifieste su adhesión a todos los dogmas enseñados por la Iglesia, no está en contacto con la verdad.

“… La Iglesia defiende hoy la causa de los derechos irrenunciables del individuo contra la opresión colectiva, la libertad de pensar contra la tiranía. Pero éstas son causas que abrazan gustosos quienes en un momento determinado sienten que no son los más fuertes… Para que la actitud actual de la Iglesia fuera eficaz y penetrara verdaderamente como una cuña en la existencia social, haría falta que manifestase abiertamente que ha cambiado o quiere cambiar. De otro modo, ¿quién podría tomarla en serio recordando la Inquisición?… Tras la caída del Imperio romano, de carácter totalitario, fue la Iglesia la primera en establecer en Europa, en el siglo XIII, tras la guerra contra los albingenses, un esbozo de totalitarismo. Ese árbol ha producido numerosos frutos. Y el resorte de ese totalitarismo es el uso de esas dos palabras: anathema sit”.

Constatamos entonces que en el proceder de la Iglesia no hay cesura, no existe discontinuidad: mantienen a los Jesuitas en el vórtice del anatema, mientras a los Legionarios de Cristo los refundan para preservar su poder económico y mantenerlos a la vera del pontífice máximo. Es una manera de hacer justicia.

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