viernes, abril 16, 2010

Presidente legítimo

Martha Anaya / Crónica de Política

No, no voy a hablar de Andrés Manuel López Obrador aunque yo también pensé en primera instancia que tal título se refería a él, que era el único de los personajes que participaron en las elecciones del siglo XX que se había proclamado ante la multitud “Presidente Legítimo” y había cruzado sobre su pecho –al igual que el tabasqueño— una banda presidencial.

Pero resulta que no es así, que una historia muy semejante a la que vivimos en 2006 y cuyas secuelas aún resentimos, ocurrió en la contienda de 1952 en la que el PRI postuló a Adolfo Ruiz Cortines como candidato y tuvo como principal contrincante, apuntalado por la Federación de Partidos del Pueblo –el del “gorrito rojo”–, al general Miguel Henríquez Guzmán.

La similitud de las historias es asombrosa. Tanto, que pareciera que AMLO copió paso a paso cada una de las decisiones que tomó Henríquez Guzmán en su tiempo –desde la asamblea que lo proclamó “Presidente Legítimo” hasta su periplo por todo el país intentando “concientizar al pueblo” luego de verse atropellado por el aparato oficial, hasta ser neutralizada su resistencia “civil pacífica”, su voz acallada en los medios de comunicación y caer finalmente en el olvido.

Eso y más, mucho más, vine a corroborar al leer el libro que publicó (febrero del 2009) el periodista Francisco Estrada Correa bajo el título “Presidente Legítimo. Las memorias de Miguel Henríquez Guzmán”, en una edición de autor.

Fue tal el impacto que me causó tanta coincidencia en la historia de ambos personajes –Henríquez Guzmán y López Obrador–, con cincuenta años de distancia una de otra, que a medida que pasaba las páginas me preguntaba si el “Peje” conoció en algún momento los antecedentes del general Henríquez y los repitió paso a paso a sabiendas de sus dificultades y de lo infructuosa, dolorosa y triste que fue esa experiencia para el político de Piedras Negras; o si, desconociéndola, sarcásticamente la historia se repitió.

Vamos, hasta algunos apellidos se repiten en ambos pasajes de la historia. En la de Henríquez Guzmán, según este relato, es el general Lázaro Cárdenas –para entonces ex presidente de la República—quien promueve y luego “traiciona” al general Henríquez porque éste se negó a tomar las armas para defender su triunfo en las urnas.

En el caso de López Obrador, recordemos –y esto va por mi cuenta, no hay apunte alguno en el libro sobre AMLO–, Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo del “Tata”, le niega su apoyo al candidato del PRD no sólo tras el veredicto del Tribunal sobre la elección del 2006, sino desde que el tabasqueño se lanzó como candidato. Actitud que algunos militantes de izquierda califican a la fecha como una “traición” del ingeniero.

Miguel Estrada nos habla de su interés por el henriquismo desde que era pequeño gracias a los relatos de su bisabuela, que vivía, al igual que Henríquez Guzmán, en la calle de general Cano, en la colonia San Miguel Chapultepec, en el Distrito Federal. Años después conoció a Jorge Henríquez Guzmán, hermano del general y él, además de contarle su historia, le abrió paso a los archivos del que fuera nombrado en 1952 “Presidente Legítimo”.

Así, el libro se sostiene en documentos, grabaciones, fotografías –muchos de ellos se reproducen en sus páginas– y se acerca en buena medida al terreno de la biografía y de la novela histórica.

Pero antes de cerrar esta invitación a leer “Presidente Legítimo” quiero transcribir aquí algunos párrafos de lo que Miguel Henríquez Guzmán dejó escrito a principios de los años setenta (20 años después de las elecciones que, asegura, ganó); reflexiones que, como verá, bien podrían repetirse letra a letra hoy en día:

“(…) mi apuesta siempre fue al pueblo, a que despierte, se organice y tome finalmente el poder. Más que un héroe, pues, he querido ser factor precipitador de esta toma de conciencia, organización y victoria. Por eso fui candidato, por eso acepté el mandato popular y me mantuve como Presidente Legítimo y luego como abanderado de una oposición proscrita, no porque confiara en mí mismo. Y aprendí a no confiar tampoco en el liderazgo de otros. Sino porque estoy convencido de la capacidad de la propia gente para cambiar su circunstancia.

“En 1952 el pueblo tenía esperanzas. Primero en el general Cárdenas. Luego en Eisenhower. Se esperaba un gesto, una palabra, apoyo de ellos. Y así se nos pasó el tiempo. Por eso cuando voy al cine, o al teatro y veo el letargo de la gente, me desespero y quisiera gritarles: ¡despierten! Y en realidad eso es lo que he querido hacer a lo largo de todos estos años.

“(…) Sí, posiblemente he sido el líder de un partido inexistente, el Presidente de un país inexistente y el abanderado de un pueblo inexistente, porque no se reconoce en este país la democracia ni la ley. Pero he preferido eso, prefiero eso a ser comparsa en un país en donde los únicos privilegiados son los cínicos, los corruptos y los comerciantes de la conciencia.

“Por eso reprocho a los ‘negociadores’, a esos que dicen que los cambios se pueden negociar y darse ‘poco a poco’. ¡Cuántas veces me dijeron que aceptara lo que se me ofrecía, que al fin y al cabo, estando en el poder podríamos ir sacando nuestras demandas aunque se llevara más tiempo! Ni las sacaron ellos, ni les duró mucho el poder. Sólo se envilecieron haciéndose partícipes de la corrupción y del engaño al pueblo. En cambio de mí podrán decir que fui un ingenuo, que nada sabía de política, pero nunca que fui cómplice de toda esa suciedad.

“Muchas veces intentó el general Cárdenas la reconciliación y yo fui el que se negó. Y lo hice por un acto de vergüenza, pero sobre todo de congruencia. A estas alturas de mi vida, después de tanto que he pasado, yo creo que peor que morir en la cama es morir con la conciencia sucia. Y yo tengo la conciencia tranquila porque no me traicioné a mí mismo ni he tenido que traicionar al pueblo. No he tenido que avalar, como sí lo hicieron muchos, todos los fraudes que siguieron. Tampoco las represiones ni las matanzas contra el movimiento ferrocarrilero, contra el magisterial, contra los petroleros, contra los estudiantes. Me jacto, sí, de que jamás tuve un lugar en el presídium de los traidores ni he vuelto a presentarme en ningún acto público o de gobierno.”

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