jueves, abril 01, 2010

Narcobloqueos

José Gil Olmos

Primero fueron los “tapados”, aquellos jóvenes pagados por el crimen organizado para protestar en ocho entidades y exigir la salida del Ejército en la lucha contra el narcotráfico.

Ahora son los “narcobloqueos”, acciones de guerrilla que los grupos criminales realizan en Monterrey y Reynosa como parte de una estrategia bien definida para obstaculizar el apoyo a la policía y el Ejército, mientras se llevan a cabo enfrentamientos en las calles de esas ciudades.

El poder del narcotráfico crece cada vez más en todo el país y se expresa lo mismo con ejecuciones masivas a jóvenes, niños y adultos, que con ataques a instalaciones policiacas y militares, en un pleno desafío a los gobiernos federal y estatal, que han perdido la brújula en una guerra predestinada al fracaso.

Los grupos del narcotráfico aplican ciertas tácticas de grupos insurgentes para atacar al Ejército y a la policía. Pegan y retroceden, marcan territorio, provocan miedo y terror, y así reafirman su poder y dominio.

Como células guerrilleras se mueven y hacen actos de presencia o de ataque, pero con una diferencia hacia los movimientos insurgentes: no pretenden un cambio social, sino mostrar su poderío.

Y así lo vienen haciendo desde que integraron en sus filas a grupos militares de México (Los Zetas), Guatemala (Kaibiles) y El Salvador (Maras Salvatrucha). Utilizan tácticas y estrategias militares para atacar a plena luz del día en centros urbanos del país, con tal impunidad que sólo puede ser explicada por la corrupción que hay entre las autoridades que han permitido esas acciones.

Monterrey, Nuevo León, es la segunda ciudad del país –la primera es Ciudad Juárez, Chihuahua– donde el narcotráfico se mueve con entera libertad, haciendo de sus barrios y colonias sus zonas de control y dominio.

Fue ahí donde por primera vez se manifestaron, con el rostro cubierto, los jóvenes de los barrios más pobres, de ahí el apodo de los “tapados”. Ellos se hicieron pasar como grupos sociales, exigiendo que se fuera el Ejército de la capital neoleonesa.

Y es precisamente ahí donde un grupo de hombres armados realizó la acción más increíble en cuanto a expresión de poder del narcotráfico: tomar bajo su mando las principales vías de comunicación de la ciudad, bloqueándolas en ocho puntos, mientras se daban enfrentamientos con soldados y policías en los municipios de Apodaca y Guadalupe.

Desplegaron, pues, una estrategia militar, una expresión de la guerra de guerrillas urbana, para que no llegaran refuerzos militares y policiacos.

Diez días después, el martes 30, repitieron la misma operación, pero en Reynosa, Tamaulipas. La intención fue la misma: impedir que llegaran refuerzos policiales mientras había enfrentamientos cerca de la línea fronteriza.

Este tipo de acciones militares del narcotráfico no se habían visto anteriormente en el país, y ello nos habla de una evolución ascendente del poder que ahora tienen, no sólo en algunas comunidades rurales alejadas, sino en centros urbanos importantes.

Su capacidad de infiltrarse en las propias corporaciones policiacas y militares va acompañada de mayores márgenes de maniobra en las calles de las ciudades donde se mueven sin que los detengan, pese a que sus convoyes son de diez o más camionetas repletas de hombres armados.

Estas acciones de bloquear calles y avenidas con camiones, autos y camionetas, nos muestran con toda claridad que cada vez es más alto el edificio de su imperio de poder, pues además de cobrar impuestos a cambio de seguridad, así como derecho de uso de suelo, el narcotráfico en México controla la producción de películas y discos compactos de música pirata, así como la venta de ropa, autos y artículos electrónicos en las calles, haciendo de la violencia una industria que le genera millones de dólares anuales.

Y todo ello ante los ojos de las autoridades.

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