martes, marzo 23, 2010

Ciudad Juárez, sin mando ni estrategia… EU, desinterés vs. el narco

Jorge Alejandro Medellín / De orden superior

El fracaso de las operaciones Conjunta y Coordinada en Ciudad Juárez –no importa cómo se le llame, el resultado es el mismo- ha sido atribuido dentro y fuera de México a cinco factores fundamentales:

–la impreparación de las fuerzas armadas para asumir el rol de policías antinarcóticos en un contexto de emergencia

–la falta de coordinación entre instituciones (Ejército, Marina, SSPF, PGR, policías estatales y municipales, CISEN)

–las pugnas entre instituciones de seguridad, que han derivado en la falta de intercambio de bases de datos, de información de inteligencia útil para aplicarse en operaciones concretas, y en la desconfianza acrecentada por el flujo de pesquisas y contrainteligencia entre las mismas instancias para demostrar que tal o cual dependencia no es confiable por las corrupción en sus filas

–la superioridad táctica y estratégica de los cárteles de la droga para moverse, atacar, huir y retar al aparato de seguridad federal con golpes mediáticos certeros, como las masacres contra civi9les no involucrados en el narcotráfico, y

–la ausencia de una estrategia real, medible y amplia para atacar el fenómeno del narcotráfico en México

Vista desde esta perspectiva, la explicación sobre el fracaso en la lucha antidrogas no solo en Ciudad Juárez, sino en todos los frentes de batalla del narco en el país, resulta insuficiente, carece de lógica y abre más flancos y preguntas que las que pretende responder por una sencilla razón: el esquema de combate al narcotráfico en México sigue privilegiando el aspecto punitivo en lugar de presentarse como una política de Estado, apuntalada en los aspectos sociales, educativos, de salud, culturales, recreativos, económicos, legales y laborales.

Las fallas en el esquema y los errores cometidos por quienes lo aplican son ciertas e innegables, pero no alcanzan a explicar ni el tamaño del fracaso ni cubren los factores que han contribuido a que el esfuerzo en el combate al narco resulte no solo insuficiente, sino además grave y profundamente desalentador.

Desde este ángulo, el Ejército Mexicano hace lo que puede en el plano estratégico y operativo pero sin los alcances y resultados esperados, porque la estrategia general de lucha es incompleta, está mal estructurada y deja de lado los aspectos que le dan origen y fortaleza al fenómeno del narcotráfico.

El problema del tráfico de drogas no es exclusivo de México. Es un asunto de alcances internacionales y debe ser visto de esa manera por todos los involucrados.

Por eso las declaraciones de Janet Napolitano, encargada de la Seguridad Interna de los Estados Unidos, sobre la fallida actuación militar mexicana en la frontera común están, por decir lo menos, fuera de lugar, son abusivas, sectarias y carecen de sustento porque desconocen

–convenientemente– la naturaleza global y compleja del problema.

Funcionan muy bien como abono al ambiente enrarecido en las relaciones bilaterales a partir de la agenda de la seguridad fronteriza, tema ligado estrechamente con el combate al terrorismo promovido por la Casa Blanca y al que México ha rehusado sumarse como parte de los aliados de Washington.

Así, a la impreparación, la descoordinación, las pugnas, la superioridad táctica, estratégica y mediática, y la ausencia de una estrategia real por parte del gobierno mexicano, deben sumarse:

–la falta de voluntad e involucramiento a fondo del gobierno norteamericano para enfrentar el fenómeno

–su desinterés en regular la venta de armas, en vigilar el tráfico de éstas en su frontera sur

–la débil lucha para desarticular a las bandas que mueven la droga en las calles y ciudades de Norteamérica

–los pobres resultados para demostrarle al mundo, no solo a México, que allá el fenómeno es tanto o más complejo que la ingenua explicación sobre la droga que recorre el territorio estadunidense movida casi exclusivamente por pandillas y cárteles mexicanos; no hay cliché más falso que éste

–la maniquea lectura de los gobiernos mexicano y norteamericano en torno a la naturaleza de la delincuencia organizada, sus alcances, sus ramificaciones, sus límites y su enraizamiento no como una moda o una suerte de complot de malos mexicanos, sino como una nueva forma de cultura (no subcultura) que encuentra una buena parte de su sustento en la descomposición estructural del sistema político, económico, social y legal del país

–en México y en los Estados Unidos, así como en otras latitudes afectadas por el fenómeno, el narcotráfico debe ser, ante todo, un negocio altamente rentable y que dependa de toda una estructura de soporte bancario, financiero, empresarial, económico y de legalidad que permita a los narcotraficantes obtener las ganancias que justifiquen su actuar

–lo anterior viene a colación, porque también resulta poco o nada creíble que la sofisticada comunidad de inteligencia norteamericana haya sido perfectamente incapaz de descubrir las redes de protección que posibilitan el lavado de dinero del narcotráfico en las instituciones financieras de los Estados Unidos o en los cientos de miles de empresas que operan del otro lado del Rio Bravo; nadie en su sano juicio acepta ya la inexistencia de alguno de estos escenarios

–todo esto sin contar con la ineficaz estrategia norteamericana para prevenir, atender y combatir el consumo de drogas entre sus pobladores

Seguimos continuando…

En este marco y tras las declaraciones de Janet Napolitano criticando el despliegue del Ejército Mexicano en Ciudad Juárez, el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, habló anoche y advirtió que las fuerzas armadas seguirán al frente de la lucha contra los cárteles de la droga en el norte del país y en donde sea necesario.

El pronunciamiento estaba más que anunciado. El cierre de filas del gobierno en torno a las fuerzas armadas era inevitable y también lógico por una razón de corte histórico.

Militares activos y en retiro me comentaron precisamente ayer que en estos momentos es útil y necesario recordar que la historia es clara y contundente al mostrarnos que en los momentos más difíciles y de mayor peligro para el país, ha sido siempre el Ejército el encargado de rescatar a la nación y reencauzarla para evitar el naufragio.

La metáfora es harto ejemplificadora pero también resulta profundamente inquietante y motiva una pregunta esencial: ¿hasta qué punto hemos llegado para que los estrategas militares perciban la actuación del Ejército como la última barrera antes del precipicio?

CENTINELA.-

La lectura correcta del fraseo calderonista “vienen cosas muy duras”, va en un solo sentido: la instauración del Artículo 129 constitucional que dará paso a la suspensión de garantías individuales.

Ante la imposibilidad de lograr en lo inmediato reformas legislativas para ampliar las facultades de las fuerzas armadas, el Ejecutivo está a un paso de instaurar el toque de queda para permitir la realización de operaciones de alto impacto en las que los militares no puedan ser cuestionados o acotados bajo el argumento del respeto a los derechos humanos y la paz social.

Sí, viene lo peor.

* Jorge Alejandro Medellín ejerce el periodismo desde finales de los años ochenta. Se ha especalizado en la cobertura de temas relacionados con las fuerzas armadas, la seguridad nacional, seguridad pública y narcortráfico.

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