martes, diciembre 29, 2009

De Bush a Berlusconi, la indignación mínima a los abusos del poder

Álvaro Cepeda Neri

La mejor fotografía al rostro ensangrentado del primer ministro de Italia, sin la menor duda (tras haber visto otras cinco) fue la del reportero de Ap y Reuters (cuyo nombre no apareció para darle el crédito). Ya dentro de su lujoso y blindado automóvil, el nuevo imitador de Benito Mussolini tiene un parecido a Hitler, que ni mandado a hacer.

La imagen recorrió los medios de comunicación, para que unos pocos se condolieran y la mayoría, sabiendo lo que es Berlusconi, aprobara el hecho como una mínima agresión a un político que se pasa en fiestas con sus chicas y haciendo burla de su actuación en el espectáculo.

Fue llevado al poder por la votación de la derecha y de quienes están encantados con su “ídolo” dueño de equipos de futbol, canales de televisión y hasta diarios, mientras hace ostentación de su millonaria fortuna, su divorcio en marcha y, como en la letra de la canción española, como un “chulo” conquistando con regalos y dinero a jovencitas.

Le arrojaron a la cara una reproducción metálica de la catedral de Milán (que compran los turistas) y le causaron heridas en su rostro, como un presagio, dicen los comentaristas, de que está por regresar la violencia a ese país, que fue centro de gravedad del Imperio Romano.

Y donde nacieron tantas glorias de la ciencia (Galileo), la pintura y la escultura (Miguel Ángel, Leonardo, prototipo del hombre universal); de la literatura, como Dante, Lampedusa, etc.; y en la Florencia asombrosa, nada menos que Nicolás Bernardo Maquiavelo. También aparecieron el fascismo, con Mussolini y la corrupción ideológica con Berlusconi, un bribón en el poder.

Siempre atinados y oportunos, los periodistas de la caricatura, como Hernández (La Jornada: 15/XII/09), dibujó a su clásico Calderón, chiquito, pelón y con lentes, escondido en el hueco del escritorio y por el teléfono rojo transmitiendo la siguiente orden: “Confisquen inmediatamente todas las réplicas en miniatura de la catedral metropolitana”.

Pues no se le vaya a ocurrir a algún mexicano seguir el ejemplo italiano. Al ex presidente estadounidense Bush Jr., de gira por Irak, le arrojaron dos zapatazos que logró “cabecear”, gracias a que le gusta o gustaba jugar béisbol. En nuestro país, que sepamos, todavía a nadie se le ha ocurrido algo semejante.

Díaz Ordaz apareció un día con el ojo parchado tras una intervención oftalmológica, debido a un zapato, con tacón (dicen los chismosos que de Irma Serrano, la entonces atractiva vedette) que le aventaron.

A Miguel de la Madrid, en un desfile del 20 de Noviembre, le aventaron una “bomba molotov” (una botella con gasolina y mecha de trapo encendida) y le estalló no a él, por el mal tino, pero sí al entonces director del Issste, Alejandro Carrillo Castro (ahora jubilado y dedicado a hacerle segunda a Beatriz Paredes, para entonar boleros escritos por ésta).

Al efímero presidente Pascual Ortiz Rubio, al salir de Palacio Nacional, le dispararon en la mandíbula inferior. Y al presidente Madero, el alcohólico-militaroide Victoriano Huerta, lo mandó matar.

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