sábado, octubre 17, 2009

Día espléndido

El 15 de octubre de 2009 fue un día espléndido. Lo fue para mí y para miles de personas que marchamos del Ángel de la Independencia al zócalo, en apoyo a los trabajadores electricistas despedidos por Felipe Calderón. Me sumé al contingente como ciudadano, no como periodista. Fue una experiencia que me llenó de energía y optimismo. También refirmó mi convicción de que las decisiones autoritarias e ilegales de un gobernante, no siempre triunfan sobre el interés colectivo, si los afectados deciden defenderse, como es el caso.

Hoy fue un día espléndido a pesar de la serie de problemas que enfrentamos desde hace una semana en El Periódico, y que este día, precisamente, tocaron fondo. Ante la magnitud del reclamo y la energía de una masa dispuesta a no dejarse manipular por la propaganda engañosa, el hecho de que la imprenta en la que hacíamos nuestra publicación esté paralizada por los adeudos que dicha empresa tiene con sus trabajadores, proveedores y autoridades, es asunto menor.

Hoy fue un día espléndido porque miles y miles de personas, ciudadanos comunes o miembros de organizaciones de todo tipo, salieron a las calles a protestar de manera pacífica contra el mal gobierno y el modelo económico implementado en México desde hace más de un cuarto de siglo, con un saldo en materia de desempleo, pobreza y concentración de la riqueza, mayor al que existía en 1809 y en 1909.

Hoy fue un día espléndido no obstante que nuestra publicación es víctima del secuestro del papel con el que hacemos el diario. El problema de la imprenta no es nuestro, pero igualmente nos afecta. La frustración personal por este hecho, y la impotencia de constatar que la solución del conflicto no está en mis manos, se diluyó cuando fui parte de este fenómeno social que desbordó el zócalo y las calles aledañas, en números muy superiores a los que se reconocen oficialmente.

Hoy fue un día espléndido porque durante más de cuatro horas, individuos de carne y hueso realizaron una movilización marca desafuero, que significó un duro golpe a la intención del gobierno de enfrentar a la clase media con los trabajadores. Lo fue también porque los electricistas hicieron caso omiso de la táctica gubernamental –liquidación o represión--, tan parecida a la que utiliza la delincuencia organizada cuando siente afectados sus intereses: plata o plomo.

Hoy fue un día espléndido, a pesar de que los problemas del impresor nos jodieron los horarios de circulación. Y lo fue por la imaginación de los carteles de protesta y de los festivos coros con los que miles de agraviados le reclamaron a Felipe Calderón su traición. Porque su decisión, así la inscriba en el marco del Estado, no puede denominarse de otra forma: vulgar y vil traición al compromiso de campaña de convertirse en el presidente del empleo.

Mañana será otro día. Pero, al igual que hoy, para los electricistas, para los miembros de este diario y para la mayoría de los mexicanos que no pertenecemos a la élite privilegiada, la respuesta a nuestros problemas es la confianza en lo que hacemos, la constancia en el trabajo y la resistencia.

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