sábado, agosto 08, 2009

Sobre la solicitud de Manuel Pérez Rocha al Consejo Asesor para ser sustituido como rector de la UACM. Segunda de tres partes.

Mensaje recibido en el correo RMX

José Luis Gutiérrez


Compañeros académicos del Colegio de Ciencias y Humanidades del Plantel del Valle,
colegas universitarios, estudiantes y trabajadores de la UACM, miembros del Consejo Asesor,

Como consejero universitario representante de los académicos del Colegio de Ciencias y Humanidades del Plantel del Valle he informado del procedimiento solicitado por Manuel Pérez Rocha al Consejo Asesor y los he invitado a debatirla. He dividido mis propias reflexiones en tres partes. Ésta es la segunda:

La tradición en el otro extremo es la designación del rector mediante voto directo, universal y secreto de los estudiantes y los académicos; en algunos casos, los administrativos también participan en la elección. En Chapingo, Sinaloa, Zacatecas y Guerrero los rectores han sido electos así durante casi treinta años y hubo experiencias a nivel de escuela o facultad en donde los directores no eran designados por el rector sino por la comunidad y ésta tenía la fuerza y la capacidad de movilización suficientes para hacer valer la elección. Sobre esa base surgieron proyectos que, inspirados en los movimientos universitarios de la década de los sesenta, buscaron transformar el sentido de la educación superior en favor de la gente que, históricamente, ha sido excluida de sus beneficios.

Si lo anterior nos recuerda la Exposición de Motivos de la Ley de la UACM es porque nuestra institución procede también de aquellos movimientos y, por ello, mucho importa reflexionar sobre sus aciertos, debilidades y horrores. El autogobierno es una condición necesaria para desarrollar proyectos educativos críticos, generadores de autonomía, contrahegemónicos; es necesaria, sí, pero no suficiente. Las universidades públicas que optaron en el último cuarto del siglo pasado por esos proyectos, vivieron permanentemente asediadas: de la persecusión a los dirigentes estudiantiles o sindicales y la represión violenta contra las brigadas de servicio al pueblo, el Estado pasó a la imposición de restricciones presupuestales y a las medidas económicas de control del trabajo académico.

El golpe maestro fue la creación del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y la política de estímulos en dinero a la productividad individual de los profesores: las comunidades académicas se hicieron añicos, muchas investigaciones de largo alcance y gran aliento fueron sustituidas por proyectos que permitían a sus participantes publicar la mayor cantidad de veces al año y permanecer o avanzar en la clasificación del SNI o del sistema local de premios y castigos llamado de “becas al desempeño”. La decisión de cómo asignar recursos dejó de ser propia de las universidades –cuyo presupuesto se formaba solamente con lo necesario para cubrir la nómina y un poco más— y se trasladó a un órgano burocrático paragubernamental, controlado desde sus orígenes por mandarines académicos, por excientíficos con ambiciones políticas o por simples políticos: el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT); bajo su control, los proyectos originales inspiradores de las luchas por el autogobierno, se fueron desdibujando hasta casi desaparecer.

Con la autonomía minada en el financiamiento, el autogobierno quedó reducido al mínimo. Ahora se entiende solamente como la facultad de la comunidad universitaria de elegir a los funcionarios de su propio gobierno pero esto se ha convertido en una debilidad porque los que eligen, delegan responsabilidades y renuncian a sus derechos; se desentienden de lo que ocurra después, extienden cheques en blanco a los elegidos y éstos tienden a hacer exactamente lo que les da la gana sin rendirle cuentas a nadie. Durante la elección suele haber prácticas clientelares semejantes a las que se viven en la política nacional; es decir, los periodos electorales son espacios para la manipulación y el engaño: gana el que “hace mejor campaña” porque tiene más recursos para comprar votos, más dinero o más acceso a los medios; el elegido no lo es, verdaderamente, por la voluntad de la comunidad sino por la de los grupos de interés que lo apoyaron; exactamente como en la historia de las elecciones presidenciales de los últimos regímenes priístas, o en la de Fox y Calderón y en las que vengan, mientras no haya cambios de fondo en el país y la cultura democrática de los mexicanos.

Pero si esto es deleznable para los cargos de elección popular, es absolutamente perverso en el caso de una institución educativa autónoma: un rector nombrado así establece compromisos con las tribus internas y se tiende a hacer botín de los recursos de la institución en beneficio de ellas: la osteofilia, el amor al hueso vuelto epidemia, domina los intereses de los partidarios del ganador, se crean oficinas, subdirecciones y coordinaciones para ellos, la burocracia interna crece y se multiplica y la autonomía entonces se entiende como la no intromisión del Estado en este proceso de redistribución más o menos periódica del poder y de los escasos recursos dentro de la universidad y no tiene que ver con el contenido académico del término, con la autonomía como condición para generar conocimiento y aprovecharlo, ejercer la crítica, extender los beneficios de la cultura y servir o colaborar fuera de los recintos institucionales con la gente sin supeditarse a los mandatos del poder político ni a las necesidades de los dueños del dinero.

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M. en C. José Luis Gutiérrez
Programa de Dinámica no Lineal y Sistemas Complejos,
Universidad Autónoma de la Ciudad de México,
San Lorenzo 290, Colonia del Valle, Planta Baja, Delegación Benito Juárez, México, D.F. CP 03100.

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