sábado, agosto 15, 2009

Incentivos ocultos

Opinion invitada

Jose Alejandro Gonzalez


Tengo la fortuna de tener varios amigos que son economistas de profesión. Los economistas, por lo general, dicen tener una explicación racional y lógica para casi todas las cosas.

Y no todos los economistas están equivocados. De vez en cuando logran articular sus teorías de manera que el resto de nosotros podamos entenderlas y encontramos que, si bien no hay una fórmula exacta para predecir el comportamiento humano, sí existen factores que inciden en las decisiones que tomamos.

Claro que los factores que menciono no son todos de índole económica, ni su descubrimiento privativo de los economistas. Sin embargo, es la economía la ciencia que pretende -a través de distintas metodologías- explicar la toma de decisiones mediante la ponderación de los distintos factores que inciden en el actuar humano.

Es decir, llevado a un extremo, se puede decir que las decisiones que tomamos a diario están basadas en un cálculo consciente o inconsciente de costo-beneficio, donde el ser humano elige la opción que más le conviene según el cálculo realizado.

Por ejemplo, ¿ha pensado en el desayuno como un dilema? Desayunar, si se analiza detalladamente, no es una cuestión cualquiera.

La persona que aborda este aparentemente inofensivo problema tiene que analizar, primero, si cuenta con dinero o no para comprar mandado o para desayunar fuera. También debe comparar el costo en tiempo y esfuerzo de prepararse el desayuno, contra el mayor presupuesto que le requerirá tomar sus alimentos en un restaurante. Todo eso lo tiene que pensar y decidir aun antes de entrar al dilema de qué alimentos tomar, o si la decisión involucra a otras personas, lo que en sí puede llegar a ser otra novela.

Aunque no tomemos consciencia de ello, las decisiones que tomamos todos los días en cuanto a nuestros alimentos tienen un efecto claro e inconfundible en nuestro organismo y en los seres que nos rodean.

Pues bien, si lo anterior ocurre todas las mañanas sin darnos cuenta, otro tipo de decisiones se están tomando en la ciudad siguiendo un modelo similar de análisis costo-beneficio que repercute en la sociedad que vivimos.

Todos los días, los mexicanos evaluamos nuestro entorno de una manera consciente o inconsciente. Analizamos las posibilidades de salir adelante con éxito en nuestros quehaceres cotidianos y nuestros anhelos futuros.

Tratamos de entender nuestro ambiente y, basados en ese entendimiento -con sus inevitables limitaciones-, tomamos decisiones que en principio procuran nuestro bienestar.

Esa búsqueda egoísta de nuestro bienestar propio conlleva, según la máxima de Adam Smith, al bien común. Sin embargo, se ha demostrado que no basta la búsqueda egoísta del propio bienestar para asegurar el bien común. Se requiere de un árbitro que regule las ineficiencias del mercado y busque corregirlas. Ese papel por lo regular le corresponde al Gobierno.

Para intervenir en la toma de decisiones sin participar directamente en ellas, el Gobierno otorga incentivos para normar el criterio de sus gobernados e influenciarlos a tomar las decisiones que considera convienen más al bienestar general de su población.

Los incentivos pueden ser evidentes para cualquiera u ocultos tras una falsa apariencia que pretende disfrazar la realidad para los no iniciados. Nuestro Gobierno se empeña en proponer de los dos.

Por un lado ofrece incentivos morales, de ánimo a través de la publicidad, para respetar las leyes, votar, trabajar y pagar puntualmente los impuestos.

Por el otro, están los incentivos reales y ocultos que exhibe la autoridad en su actuar cotidiano y que impulsan al ciudadano a evaluar la conveniencia de pagar a tiempo, seguir las reglas o votar.

Escándalos de corrupción, balaceras, impunidad. Elija usted la nota que más le acomode.

En todas notará el mensaje de los incentivos que tiene nuestra autoridad: ellos ganan más como están. El problema lo tenemos usted y yo: ¿Le conviene más cambiar o seguir igual?

El autor es abogado por el TEC de Monterrey y maestro en Derecho por la Universidad de Nueva York.

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