lunes, junio 15, 2009

Yo no fui, dice la ardilla de Los Pinos

Álvaro Cepeda Neri / Conjeturas

Con un simple “yo no fui” ha contestado Diego Fernández de Cevallos y Ramos, el panista ultraderechista de los arranques histéricos para envalentonarse, haciendo alarde de su voz engolada, su barba al estilo de Maximiliano de Habsburgo que fue recortada por su estilista hasta casi dejarla a la moda de Creel. Asegura el extremoso panista que nada tuvo que ver en la maniobra de Fox y Salinas para sabotear a López Obrador.

Ahumada, en su libro que despide un fuerte olor excrementoso, cuenta que el llamado Jefe Diego fue títere de Salinas en esa maniobra, en la que participó toda una pandilla. Pero, no es por Ahumada (quien regresa con un panfleto para vengarse de quienes, rota la complicidad, con él armaron aquel episodio donde estuvo implicado el entonces presidente de la Corte: Mariano Azuela, la cúpula foxista y el mafioso Salinas de Gortari), que nos enteramos de lo que ya sabíamos.

Una vez más debe decirse que las supuestas revelaciones del corruptísimo Ahumada son, apenas, una deshilvanada narración de hechos que sobre la marcha, los mexicanos al pendiente de las cuestiones políticas y sus ramas del chisme, nos enteramos.

Y fuimos viendo cómo cada personaje de los enlistados en el libro: Derecho de réplica, una vez más participaban en la trama que tuvo como objetivo impedir que López Obrador (al que siguen odiando y combatiendo los mismos, empezando por el enano CSG), pudiera, con votos y vaya que los obtuvo más allá de 14 millones, hacerse de la presidencia de la República.

Uno de ellos fue y sigue siendo: Fernández de Cevallos, jefe de un despacho que desde el salinato hasta hoy con el calderonismo, tuvo y tiene influencia en los tribunales de todo El País, dándose el lujo de llevar asuntos mientras era senador y diputado federal, de tal manera que durante estos últimos 20 años ha ganado todos sus pleitos.

A este panista ya millonario, durante sus relaciones con Salinas cuando éste era presidente del montón, lo apodaron La Ardilla porque no salía de Los Pinos, los árboles donde también habitan las auténticas ardillas. Y le llamaron sus correligionarios El Jefe Diego, porque todos los asuntos del PAN se resolvían por su conducto.

Diego, “el jefe y la ardilla”, con otros panistas, en un intercambio de favores con Salinas, ordenó a sus diputados y senadores que introdujeran la contrarreforma para que los hijos de extranjeros (y Fox lo es de madre española y padre estadounidense) pudieran llegar a la presidencia. Diego siempre ha sido un oportunista, un vividor y aprovechador de su siempre retadora participación en el poder público.

El secretario de Gobernación, Gómez Mont, es uno de sus socios y compañero de partido. Así que lo dicho por el pseudoempresario argentino no es nada nuevo bajo el sol de la corrupción mexicana y sus satélites de impunidad. No necesitaba decirlo y para sus fines a lo mejor le servirá, cuando él y sus personajes del libro sigan batiéndose en el excremento de sus complicidades hasta ahogarse. Y uno de ellos es La Ardilla.

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