martes, mayo 19, 2009

Influenza: Las muertes del Edomex

MARCELA TURATI

Casi llegan a la decena. Son las casas de los mexiquenses que fallecieron infectados por el virus de la influenza humana. Algunos ni siquiera lo supieron, ni sus familiares. La infraestructura sanitaria del Estado de México quedó rebasada en estos días en que los contagiados por el virus A/H1N1 ardían en fiebre y morían, mientras algunos funcionarios optaron por irse a las campañas políticas.


CIUDAD NEZAHUALCÓYOTL, MÉX.- En el municipio de Neza hay al menos nueve casas que lucen sobre la puerta moños de luto nuevos. Uno de estos listones, en la colonia Las Águilas, es en recuerdo de un mecánico que se estrenaba como papá hasta que se convirtió en un tizón de fiebre, escupió los pulmones en coágulos y se le escurrieron las fuerzas para respirar.

Mexiquense de 22 años, el mecánico está registrado como víctima del virus de influenza humana por la Secretaría de Salud.

Es de los pocos fallecidos durante la epidemia de los que se conoce con certeza la causa de muerte: su sangre sorteó trampas burocráticas y tiempos de espera. Fue analizada en laboratorio, donde resultó positiva, y quedó en los registros oficiales.

Nadie hasta ahora tuvo la delicadeza de comunicar a sus familiares los resultados. Tan no lo saben que, dos semanas después del velorio, cuando la hermana menor del mecánico ardió en fiebre, intentaron bajársela a bocados del paracetamol de la abuela (contraindicado para la influenza), hasta que se convencieron que era inútil y corrieron al hospital, donde le encontraron “manchas” dentro de los pulmones. Fue internada en la Clínica 25 el miércoles 13.

A mediados de abril, el joven mecánico no tuvo tanta suerte. “Empezó con que le hacía falta el aire” y lo llevaron a La Perla, el hospital mexiquense donde se atiende la gente de Nezahualcóyotl, pero no lo admitieron. Sus familiares lo cruzaron al Distrito Federal, al hospital de Balbuena, a donde llegó ya para morir.

“A mi nieto no lo quisieron recibir en La Perla porque iba bien enfermo, lo llevaron al Balbuena, y ahí fue que falleció, yo creo que con pulmonía fulminante, aunque luego dijeron que era el contagio de lo que anda ahorita en el aire”, dice doña Irma Valencia, la abuela que abre en la puerta marcada con el lazo negro. A pesar de la publicidad que tuvo el brote epidémico, ella no se enteró cuál es la enfermedad de la que todos hablan.

La anciana narra cómo el día del velorio a su nieto le pusieron encima la “sábana bendita”, que el inseparable primo de su edad le lloraba, abrazaba la caja y después lo soñó mucho, y cómo ahora “a su hermana del difuntito” de tanto llorar le entró “un calenturón” que la mandó al hospital.

“Agarré mis pastillas que me mandan del Seguro para bajarle el calenturón, su mamá no pudo venir en dos días porque tuvo que doblar turno donde hace labores de limpieza para recuperarse porque salió desfalcada por los días que no ganó dinero cuando ‘el difuntito’ se puso malo”, explica la anciana.

Los gastos en salud dejaron a la familia incomunicada, con teléfono cortado, sin crédito en los celulares y sin dinero para reactivarlos. Por eso nadie pudo localizar a la mamá de la niña para avisarle que seguía los pasos de su otro hijo.
Como este mecánico, otros 28 mexiquenses cruzaron a la Ciudad de México con los síntomas de la influenza A/H1N1, para morir en hospitales capitalinos. Murieron lejos de casa.

Fuente: Proceso

Link: http://www.proceso.com.mx/noticias_articulo.php?articulo=68880

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