lunes, abril 06, 2009

Desde Venezuela: Al Son de los Músicos del Titanic

Waldo Munizaga

waldomunizaga@hotmail.com


No hay mejor manera de morir como se ha vivido y fue este seguramente el digno y melodioso ejemplo demostrado por ese cuarteto inmortalizado por la película cuyo nombre y tragedia aun hoy revuelve los estómagos a quienes, bajo la extrema arrogancia, pretenden ser aun más poderosos que los códigos implacables de nuestra justiciera naturaleza.

Estos cuatro músicos totalmente conscientes de lo irremediable que se le venía partieron hacia las heladas profundidades del mar, de la única manera como se les fue posible alcanzar con consecuencia el destino, resolviendo abrazar la muerte como precisamente habían logrado abrazar la vida.

Su recuerdo hoy se mantiene aun más vivo cuando, con emulada estupidez, los tripulantes de otro Titanic reeditan las mismas suicidas maniobras de aquel entonces. Haciendo caso omiso de la peligrosidad del momento el G-20, en Londres, ha resuelto marchar a toda máquina.

Ha sido precisamente el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial quienes más que cualquier general en batalla han condenado a la muerte y al hambre, mayor cantidad de seres humanos en su “larga” y triste historia. En manos de ellos oportunamente ha resuelto el G-20 poner el destino de la Humanidad.

Más que económica o financiera esta crisis es verdaderamente ética. A pesar de las terribles cifras existe aun la posibilidad de acabar con el hambre y la sed de la población mundial. Pero esto ni siquiera está en discusión, es cosa que pareciera no tener importancia y muy bien podría esperar cuando no hubiera algo tan urgente.

La ironía que invariablemente ha acompañado el ocaso y derrumbe de todos los anteriores Imperios, hoy nuevamente se hace presente vertiginosamente acelerando un necesario final. Cómo una sociedad o casta que ha vivido y se ha hecho poderosa arrebatándoles a los demás incluso lo más vital para su existencia, podría enfrentar una Crisis como esta.

Seguramente la respuesta no es tan elegante ni romántica como para que un grupo o cuarteto decidiera a partir de un réquiem ofrecerles su último entonar. Solo un neroniano intérprete estaría satisfecho de interpretar al toque de una lira, y en pleno in crescendo, como se enciende y sucumbe buena parte de la Humanidad.

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