Alejandro Nadal
El Banco de México y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, a través de la Comisión de Cambios, recurrieron en días pasados a maniobras que se antojan desesperadas para mantener el valor del peso frente al dólar. Haciendo a un lado el mecanismo de subastas que ha venido aplicando el Banco de México, se recurrió a la venta directa de dólares con intermediarios y actores del mercado cambiario.
La Comisión de Cambios señala que el objetivo es “proveer liquidez y atenuar la volatilidad” en dicho mercado. Todo eso suena a rutina, pero no lo es.
Desde octubre pasado el Banco de México (BdeM) ha estado operando un mecanismo de subastas de dólares para estabilizar el mercado cambiario. Desde el punto de vista del BdeM, las subastas permiten sostener el tipo de cambio por las señales que la oferta de dólares envía al mercado. Por supuesto, eso sólo funciona si las señales llegan a todos los agentes en el mercado.
En las subastas no es necesario conocer la identidad de quien interviene comprando los dólares que ofrece el Banco de México. Tampoco es relevante saber cuánto compró cada agente. Lo importante es que el precio al que se cotiza la moneda verde al final de la subasta es de todos conocido. Ese nivel de transparencia mínimo es necesario y más o menos garantizado por el mecanismo de las subastas. Pero otro gallo canta cuando pasamos a las intervenciones directas.
Cuando hay una intervención directa en el mercado cambiario ya no se conoce ni la identidad de los agentes (bancos, corporativos, fondos de cobertura, etcétera), ni el monto de cada transacción. Pero lo más grave es que tampoco se conoce el tipo de cambio al que se vendieron los dólares. Es decir, el único elemento de transparencia que se obtiene en las subastas se pierde en la intervención con trato directo.
Si recordamos la forma en que se cocinaron fraudes como el del Fobaproa y otros “rescates”, esta conducta de la Comisión de Cambios provoca sospechas bien fundadas. La falta de probidad es proverbial en estas operaciones. Habría que analizar con más cuidado las posibles responsabilidades administrativas que estarían asociadas a este tipo de intervención. Lo menos que se puede esperar es que el Congreso llame a rendir cuentas a los funcionarios de la Comisión de Cambios, lo que probablemente sea mucho pedir. Un corolario de todo esto es la necesidad de redefinir la autonomía del BdeM que hoy permite a ese instituto imponer la política monetaria sin ningún proceso de rendición de cuentas.
Pero la intervención directa viene acompañada de otro problema. Cada operación “directa” implica operar en un régimen de excepción. Si los agentes sospechan que algunas transacciones se están llevando a cabo a un tipo de cambio preferencial, harán todo lo posible por obtener igual o mejor trato. De este modo el Banco de México estimula la formación de expectativas devaluatorias y, por lo tanto, el comportamiento especulativo. El BdeM se está disparando en los zapatos y acaba por sabotear los objetivos de estabilidad de su propia política cambiaria. En el fondo, esto es un suicidio cambiario.
Las subastas han sufrido un desaire en no pocas ocasiones y eso quiere decir que el modelo neoliberal carece de flexibilidad para reducir la tasa de interés. El diferencial de rentabilidad entre Cetes y Bonos del Tesoro estadunidense sigue siendo muy elevado. Pero cualquier intento por comprimirlo (bajando las tasas de interés en México) será castigado en el mercado con una fuerte presión contra el peso. De hecho, el BdeM redujo la tasa de interés de referencia (15 de enero) de 8.25 a 7.75 por ciento y las desangeladas subastas y lo que hoy el BdeM llama volatilidad del tipo de cambio son la respuesta en el mercado cambiario.
El problema es todavía más profundo. A medida que avance 2009 todos los indicadores de la economía mexicana van a acentuar su tendencia negativa. Ya veremos cómo el BdeM mantiene su política de altas tasas de interés, lo que será un elemento clave para profundizar y agravar la crisis en México. Pero para las autoridades económicas, ese premio al capital financiero es vital. Y serán precisamente los actores que operan en el mercado cambiario los que estarán observando con ojos inquietos: a la menor señal de que el tipo de cambio es insostenible, tocarán la alarma y saldrán corriendo.
Eso es lo mismo que pasó en 1994: por eso corría de un lado a otro el hoy gobernador del BdeM, para buscar darle una garantía cambiaria a los tenedores de Tesobonos. Y como en ese año, la debacle no va a poder evitarse: la presión contra el peso apenas acaba de comenzar. La crisis aparece como un colapso cambiario, pero eso es engañoso. Al igual que en 1994, estamos frente a la crisis del modelo económico que ha mantenido a la economía mexicana en el estancamiento desde hace 20 años. Ya es tiempo de cambiarlo.
El Banco de México y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, a través de la Comisión de Cambios, recurrieron en días pasados a maniobras que se antojan desesperadas para mantener el valor del peso frente al dólar. Haciendo a un lado el mecanismo de subastas que ha venido aplicando el Banco de México, se recurrió a la venta directa de dólares con intermediarios y actores del mercado cambiario.
La Comisión de Cambios señala que el objetivo es “proveer liquidez y atenuar la volatilidad” en dicho mercado. Todo eso suena a rutina, pero no lo es.
Desde octubre pasado el Banco de México (BdeM) ha estado operando un mecanismo de subastas de dólares para estabilizar el mercado cambiario. Desde el punto de vista del BdeM, las subastas permiten sostener el tipo de cambio por las señales que la oferta de dólares envía al mercado. Por supuesto, eso sólo funciona si las señales llegan a todos los agentes en el mercado.
En las subastas no es necesario conocer la identidad de quien interviene comprando los dólares que ofrece el Banco de México. Tampoco es relevante saber cuánto compró cada agente. Lo importante es que el precio al que se cotiza la moneda verde al final de la subasta es de todos conocido. Ese nivel de transparencia mínimo es necesario y más o menos garantizado por el mecanismo de las subastas. Pero otro gallo canta cuando pasamos a las intervenciones directas.
Cuando hay una intervención directa en el mercado cambiario ya no se conoce ni la identidad de los agentes (bancos, corporativos, fondos de cobertura, etcétera), ni el monto de cada transacción. Pero lo más grave es que tampoco se conoce el tipo de cambio al que se vendieron los dólares. Es decir, el único elemento de transparencia que se obtiene en las subastas se pierde en la intervención con trato directo.
Si recordamos la forma en que se cocinaron fraudes como el del Fobaproa y otros “rescates”, esta conducta de la Comisión de Cambios provoca sospechas bien fundadas. La falta de probidad es proverbial en estas operaciones. Habría que analizar con más cuidado las posibles responsabilidades administrativas que estarían asociadas a este tipo de intervención. Lo menos que se puede esperar es que el Congreso llame a rendir cuentas a los funcionarios de la Comisión de Cambios, lo que probablemente sea mucho pedir. Un corolario de todo esto es la necesidad de redefinir la autonomía del BdeM que hoy permite a ese instituto imponer la política monetaria sin ningún proceso de rendición de cuentas.
Pero la intervención directa viene acompañada de otro problema. Cada operación “directa” implica operar en un régimen de excepción. Si los agentes sospechan que algunas transacciones se están llevando a cabo a un tipo de cambio preferencial, harán todo lo posible por obtener igual o mejor trato. De este modo el Banco de México estimula la formación de expectativas devaluatorias y, por lo tanto, el comportamiento especulativo. El BdeM se está disparando en los zapatos y acaba por sabotear los objetivos de estabilidad de su propia política cambiaria. En el fondo, esto es un suicidio cambiario.
Las subastas han sufrido un desaire en no pocas ocasiones y eso quiere decir que el modelo neoliberal carece de flexibilidad para reducir la tasa de interés. El diferencial de rentabilidad entre Cetes y Bonos del Tesoro estadunidense sigue siendo muy elevado. Pero cualquier intento por comprimirlo (bajando las tasas de interés en México) será castigado en el mercado con una fuerte presión contra el peso. De hecho, el BdeM redujo la tasa de interés de referencia (15 de enero) de 8.25 a 7.75 por ciento y las desangeladas subastas y lo que hoy el BdeM llama volatilidad del tipo de cambio son la respuesta en el mercado cambiario.
El problema es todavía más profundo. A medida que avance 2009 todos los indicadores de la economía mexicana van a acentuar su tendencia negativa. Ya veremos cómo el BdeM mantiene su política de altas tasas de interés, lo que será un elemento clave para profundizar y agravar la crisis en México. Pero para las autoridades económicas, ese premio al capital financiero es vital. Y serán precisamente los actores que operan en el mercado cambiario los que estarán observando con ojos inquietos: a la menor señal de que el tipo de cambio es insostenible, tocarán la alarma y saldrán corriendo.
Eso es lo mismo que pasó en 1994: por eso corría de un lado a otro el hoy gobernador del BdeM, para buscar darle una garantía cambiaria a los tenedores de Tesobonos. Y como en ese año, la debacle no va a poder evitarse: la presión contra el peso apenas acaba de comenzar. La crisis aparece como un colapso cambiario, pero eso es engañoso. Al igual que en 1994, estamos frente a la crisis del modelo económico que ha mantenido a la economía mexicana en el estancamiento desde hace 20 años. Ya es tiempo de cambiarlo.
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