Graco: disparos y rumores


¿Javier Duarte merece sonreír? 
 Tiplisonante instrumento contra AMLO 
 PRD: estos fundadores que ves 

Julio Hernández López / Astillero 

Un (aún) impreciso incidente a las afueras de la Casa de Gobierno de Morelos se convirtió en un rápido sondeo de opinión pública respecto del principal ocupante de ese inmueble, Graco Ramírez, el gobernador de origen perredista que ha llevado a esa entidad a un virtual postramiento ante el poder de diversos grupos criminales.

Rubicela Morelos, corresponsal de La Jornada en la entidad con capital en Cuernavaca, aseguró que “los hechos se registraron en la calle Chimalacatlán, en la colonia Reforma, alrededor de las 3:30 de la tarde, exactamente frente de la entrada principal de esta residencia oficial (…) Existen dos versiones: una, que atacaron a balazos la residencia del gobernador, y la otra, que justamente frente de esa casa intentaron robar un auto”.

El gobierno estatal, sin embargo, evitó determinar el sitio exacto de los hechos, remitiéndose en un comunicado oficial al volátil concepto de las inmediaciones y asegurando que esta tarde, dos hombres pretendieron despojar a una persona de su efectivo por lo que un guardia de seguridad le brindó auxilio, y resultó herido. Se descarta que se haya tratado de una agresión directa contra la Residencia Oficial del Poder Ejecutivo, como se ha especulado.

De confiar en la postura gubernamental, poco respeto a la figura del gobernador Ramírez ha de tener la delincuencia común y corriente si se atreve a intentar un asalto callejero o el robo de un automóvil, justo enfrente de la residencia oficial de ese funcionario, sabidamente cuidado de manera invariable por escoltas que ha de suponerse son de la élite policiaca local.

De haber sucedido así las cosas, debería reconocerse a Graco Ramírez el logro de asemejar el habitacional inmueble simbólico del poder público a la cruda realidad de los demás domicilios morelenses y sus calles, donde diariamente suceden asaltos, robos, levantones y agresiones varias contra una población suficientemente amedrentada para saber que denunciar esos delitos ante las autoridades, cómplices e infiltradas, sólo es abrir peores caminos de injusticia, chantaje y sufrimiento.

Sin pruebas ni evidencias, la versión predominante en las redes sociales y las hablillas fue la referida a un ataque directo a la citada casa oficial del gobernador en turno. El propio Ramírez tuiteó: Descartamos agresiones a Residencia del Poder Ejecutivo. La extendida especulación en contra de ese posicionamiento oficial proviene de la amplia convicción social de que la operación de diversos grupos criminales en Morelos ha sido permitida por grupos políticos con poder suficiente para otorgar impunidad a cambio de dinero que va a parar a bolsillos particulares y, una parte, a actividades políticas de diversa índole. A lo largo y ancho de Morelos hay un incesante movimiento de grupos del crimen organizado, con la población civil como rehén y víctima.

El mensaje visual escogido por Javier Duarte de Ochoa en su diligencia judicial de ayer en Guatemala, al allanarse al proceso de extradición a México, por cuanto a acusaciones del fuero veracruzano, fue el de la sonrisa permanente, actuada, sugerente. Pudo haber sido, desde luego, una reacción de índole absolutamente personal, surgida de una personalidad patológica (un criminal que pretende mostrarse seguro, confiado, tranquilo) o podría tener sustento en una convicción fundada (acaso como mensaje que le fue dejado durante algún viaje poderoso a esa ciudad centroamericana) de que el proceso judicial en su contra será desahogado con benevolencia por sus amigos gobernantes, y que, por tanto, merece sonreír, sabedor de que esta etapa de desasosiego dará paso a sanciones menores y al posterior disfrute de la riqueza acumulada en su escandaloso y delincuencial paso por la administración de Veracruz.

Si Duarte de Ochoa cree que merece sonreír (su esposa, actualmente con garantía de impunidad judicial, llegó a escribir en alguna libreta de apuntes que ella merecía abundancia) habrá de ser por favores concedidos a quienes actualmente ejercen los poderes federales (maletas de dinero en efectivo trasladadas en avión en plenos trances electorales, sería un botón de muestra) e incluso por favores en vías de ser consumados.

Una temprana adivinación política cree que Duarte de Ochoa será usado como instrumento de golpeteo contra Andrés Manuel López Obrador, en seguimiento de las relatorías ya esparcidas de que el ex gobernador habría aportado sumas de dinero y habría cerrado tratos políticos con Morena y el lopezobradorismo (no personalmente con el tabasqueño, pero sí con representantes que finalmente habrían hecho cumplir los términos acordados). Con tiplisonantes acusaciones a modo de las necesidades de la Guerra contra el Peje, Duarte de Ochoa serviría como prueba de esos arreglos.

No fue en Cuévano (la capital del estado de Plan de Abajo, en la geografía ficcional de Jorge Ibargüengoitia), sino en un restaurante de la Ciudad de México donde se reunieron varios fundadores del Partido de la Revolución Democrática (PRD) para tratar de acomodar las ruinas políticas del sol azteca (y sucedáneos, escisiones o renuncias) a proyectos de presuntas resurrecciones mediante alianzas que podrían llevar al Partido Acción Nacional a la cabeza.

Participaron en este primer intento reconstructivo Cuauhtémoc Cárdenas y Alejandro Encinas, quienes han visitado varios estados para promover la más reciente de sus elaboraciones políticas, el proyecto Por México hoy, así como Ifigenia Martínez, la respetada maestra a la que otros perredistas han solicitado que emprenda la tarea de convocar al lopezobradorismo a un esfuerzo unitario más, y la senadora Dolores Padierna, partícipe fundamental de la corriente Izquierda Democrática Nacional (IDN), dirigida por René Bejarano y actualmente a la baja en el mercado de valores tribales en el PRD. Ya se verá si la oscilación lleva a estos personajes a caminar hacia Morena o hacia la muy cantada alianza con el PAN. ¡Hasta mañana!

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