Es EPN quien debe explicar


Conflicto de interés, ¿cohecho?
El recurso de las donaciones
Discurso y gestos de guerra

Julio Hernández López / Astillero

No es la señora Angélica Rivera Hurtado quien debe dar explicaciones políticas y a la nación respecto de lo que hizo para adquirir un terreno y construir una muy lujosa residencia en la capital del país. Ella pudo haber ganado de manera lícita el dinero suficiente para comprar la llamada Casa Blanca de las Lomas de Chapultepec y otros inmuebles de similar o mayor costo, lo que en todo caso deberá demostrar de manera amplia, integral y formal, sin necesidad de apelar a formatos mayestáticos, sino mediante la simple exhibición y desapasionado esclarecimiento del estado fiscal que ha guardado a lo largo de los más de 25 años de carrera artística que mencionó con ánimo justificatorio su marido.

Si tales probanzas no llegaran a acreditar de manera contundente e inequívoca la capacidad económica de la señora de Peña para hacerse de las propiedades que han causado revuelo nacional e internacional (se habla de propiedades para referirse no sólo a la mansión valuada en siete millones de dólares, sino también a la finca colindante, con entrada por otra calle de esa rumbosa colonia, que le fue allegada por Televisa), entonces ella debería quedar a disposición ejecutiva de la Secretaría de Hacienda y de la Procuraduría General de la República, entidades ambas tan persecutorias ante cualquier indicio de irregularidades fiscales que en automático deberían entrar en acción ante un caso tan relevante si tuviera indicios delictivos.


Pero, a diferencia de lo que se diga, pruebe y resulte en el caso de la ciudadana Rivera Hurtado, quien no fue electa para ningún cargo de representación popular, Enrique Peña Nieto sí está obligado a explicar a la nación los pormenores de un privilegiado proceso mercantil realizado por su esposa ni más ni menos que al amparo de uno de los empresarios a los que él, como gobernador del estado de México y ahora como ocupante de Los Pinos, ha dado a ganar enormes cantidades de dinero, de las cuales siete millones de dólares apenas serían una porción.

En un país históricamente afectado por moches, comisiones y porcentajes dados por empresarios agradecidos a políticos favorecedores, Peña Nieto debería esmerarse en esclarecer su relación con Juan Armando Hinojosa Cantú (léase La mujer del César en La Jornada del pasado 10, http://bit.ly/1xlORe8 ). Allí está la clave de la que debe hablar el otorgante de contratos Peña Nieto, susceptible, como todo funcionario, de intentos de cohecho y de conflictos de interés, para dar transparencia a la relación con el empresario Hinojosa Cantú, que gana tanto dinero en otros rubros como para fiar y hacer triangulaciones para que la esposa del otorgante de contratos se hiciera de una mansión espectacular.

Delegar en la esposa las precisiones públicas respecto de una operación inmobiliaria que tiene como referente no (sólo) la riqueza personal, a demostrar, de ella, sino el conflicto de interés entre el empresario Hinojosa Cantú y el político Peña Nieto, forma parte de una vocación elusiva que el mexiquense sostuvo en enero de 2013 al entregar su declaración patrimonial, cuando reportó que había recibido donaciones en años pasados consistentes en cuatro terrenos, dos casas, joyería, obras de arte y relojes, sin especificar el valor de esas propiedades, el nombre de los generosos ni la razón por la cual hubo tales cesiones a título gratuito (de nueve inmuebles declarados, seis dijo EPN haberlos recibido mediante donación). El procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, ni se esforzó en buscar pretextos pues, simplemente, de manera ejemplar, se negó a rendir su propia declaración patrimonial.

La dorada oportunidad de mostrar a México como un país donde la opacidad es combatida justamente desde el nivel político más alto no ha sido tomada por Peña Nieto con ánimo positivo, fresco y colaborativo. Ya dio marcha atrás, con daño al erario por 590 millones de pesos que se pagarán como indemnización al consorcio ganador, a la licitación del tren ligero México-Querétaro, de la que se beneficiaría el mismo Hinojosa Cantú. Mas no dio muestras ayer de emprender con entusiasmo positivo el camino de las explicaciones que endilgó a su esposa. En realidad, su tono, gesticulación y fraseo fue seco, sombrío, más augural de endurecimientos que de aperturas, sugerente de hartazgo ( #YaMeCansé2 ) ante los señalamientos infundados y aseveraciones imprecisas (que, si tales son, quedarán exhibidas cuando se muestren pruebas irrefutales) y ante los ataques orquestados (Compló 2) contra el magno proyecto de gobierno que dice tener en curso.

El rostro, la voz y el discurso de Peña Nieto parecían los de un clásico presidente priísta al final de su sexenio, cuando los presuntos próceres consideran que la Patria no ha correspondido adecuadamente a sus esfuerzos no exentos de liviandades y excesos, y cuando avizoran en el futuro inmediato el filo de los puñales de la opinión pública adversa y del juicio político e histórico marcadamente negativos. Pero, apenas a doce días de cumplir dos años en el poder, Peña Nieto parecía más dispuesto a iniciar una guerra contra sus críticos y opositores que de manera creciente le exigen dejar el cargo y le culpan de la grave situación del país. Ovacionado en el estado de México durante un acto propicio que le preparó Eruviel Ávila, sobre todo en los pasajes donde se mostraba bravío e indignado ante los ataques en contra suya y de su proyecto nacional, EPN parecía encaminarse más a 1968 que al futuro. En otro foro, el secretario de Gobernación puntualizaba que no ha lugar a la renuncia de Peña Nieto y secundaba discursivamente los tambores de guerra echados a retumbar en estos días oscuros.

Ayer, un astillado sicario periodístico dio aquí por muerto a Rodney King en 1991, fecha en que inició el episodio de violencia racial desatado en Los Ángeles por la golpiza dada por policías al taxista afroamericano que, en realidad, murió en 2012 y por otras causas. Esta columna equívocamente sepulturera ofrece disculpas en nombre de su atolondrado titular. ¡Hasta mañana!

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