Conmemoración sin brío
Fallida Revolución Democrática
Borge: represión en Q. Roo
Julio Hernández López / Astillero
La plaza emblemática de sus avances históricos no escuchó como especialísimos acordes celebratorios las nostalgias de la trova o el canto de protesta, alguna producción musical propia que fuera resultado natural de los 25 años de presuntas batallas populares o alguna forma de vigoroso acercamiento tecnológico, electrónico o rapero, por dar ejemplos, a los gustos de las nuevas generaciones de mexicanos.
La programación anunciada para conmemorar un cuarto de siglo de existencia del principal partido de izquierda en el país tenía como santo y seña, delación y confesión, a estrellas del espectáculo acrítico, a músicos y cantores comprometidos legítimamente con la facturación, proveedores de diversión tan volátil como la ideología y práctica de sus contratantes enfiestados. Helos allí, en una Plaza de la Constitución que a la hora de teclear esta columna se veía ínfimamente concurrida: Sonora Dinamita, K-Paz de la Sierra y Banda Recoditos, en lista de espera, mientras otros grupos, Merenglass y Segregados, trataban de calentar el ambiente.
Tal era la partitura heroica que mostraba la falta de armonía entre los grupos originales y los subsecuentes (en el acto central, horas antes del Zócalo, estuvo Cuauhtémoc Cárdenas, pero no López Obrador ni Marcelo Ebrard), los acordes mal planteados (los Chuchos empecinados en mantener su dominio formal del sol azteca, con Carlos Navarrete tratando de ocupar el atril descuadrado por el que ya han pasado Jesús Ortega, Guadalupe Acosta Naranjo y Jesús Zambrano), los bailes en lo oscurito (los pactos por México, no sólo los realizados con el peñismo, sino a lo largo de un historial de cesiones, negociaciones y pizca de migajas plurinominales para alimentar a la banda nacional desafinada y a sus prósperos líderes centrales) y, sobre todo, la falta de inspiración y visión artística-cultural-política, de un partido que, como dijo su fundador, Cárdenas, está más lejos que cerca de sus propósitos originales.
¿Qué queda de aquel Zócalo Rojo, en el que entre penurias económicas cerró campaña presidencial en 1982 el candidato del Partido Socialista Unificado de México, Arnoldo Martínez Verdugo? ¿Qué de aquel espacio simbólico en el que hubo mítines y discursos vigorosos y multitudinarios de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador (éste, incluso con el polémico plantón de 2006) en defensa del voto luego de sus campañas presidenciales? ¿Qué se puede rescatar de las esperanzas y programas de lo que alguna vez creyó ser izquierda y ahora es solamente una pata accesoria de la nunca realmente compartida mesa del poder?
Queda el Partido de la (fallida) Revolución Democrática (PFRD), cuyas siglas se han emparentado claramente con el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, el PFCRN, llamado el ferrocarril, al que décadas atrás dirigió Rafael Aguilar Talamantes con tal pedagogía del entendimiento con el poder, para beneficio de los líderes de esa izquierda dialogante, que varios de los Chuchos actuales practican con éxito la simulación combativa (un ejemplo ejecutivo, el obsequioso ultrapeñista Graco Ramírez, quien va superando en Morelos las marcas negativas de sus nefastos antecesores).
PFRD en riesgo de fractura, según ha advertido el candidato Cárdenas con la expectativa de que lo hagan presidente de unidad de un partido al que critica, pero a cuyos errores constantes contribuyó la facción familiar (para empezar, con el mal gobierno de Lázaro Cárdenas Batel, durante cuya administración prosperaron negocios ahumados y se asentaron grupos delictivos luego descontrolados). Partido abandonado por su máxima figura reciente, el tabasqueño que ahora se afana en la creación de Morena y carente ya de la presencia del mediáticamente bombardeado Marcelo Ebrard. Veinticinco años de PRD. ¿Qué sigue?
El médico Marco Romano Quintanilla Cedillo decidió manifestarse el pasado 1º de mayo, en Chetumal, convencido de que en Quintana Roo se han agudizado en años recientes la miseria, la falta de oportunidades, los riesgos a la salud y la supresión de libertades individuales (entre éstas, la censura del Sistema Quintanarroense de Comunicación Social y la mordaza colocada a sus trabajadores). Junto con él avanzaban su esposa (quien usa un carrito como ayuda para caminar, debido a una discapacidad física), su hija y cuatro ciudadanos más (uno de ellos, un trabajador de la radio despedido después de 27 años de servicio por el delito innombrable de permitir que pasara al aire la voz de una niña que protestaba porque habían quitado su programa de radio favorito).
Tal ejercicio cívico fue impedido por “un grupo de personas vestidas de ‘civil’ que nos obstruyeron el paso. Detrás de ellos estaba una columna de policía y detrás de nosotros una patrulla, por lo que fuimos (…) técnicamente encapsulados. Se nos ordenó, ni siquiera invitó, a retirarnos de ahí, a lo que nos negamos (…) eran sujetos sin ninguna identificación oficial, aunque el corte de pelo y los malos modos fueran sugestivos. A la orden de uno de los sujetos que estaban detrás de los bloqueadores, vestido de civil pero con una camiseta de una secretaría de gobierno y una placa dorada metálica alusiva al primero de mayo fijada como pin a nivel de la tetilla izquierda, los sujetos comenzaron a empujarnos y golpearnos no con lujo pero sí con goce de violencia”.
En tales condiciones (los medios de comunicación acallados y temerosos, nuestros representantes populares nos dan la espalda), el médico Quintanilla Cedillo solicita al gobernador de Quintana Roo, Roberto Borge Angulo, que le informe ¿quiénes son los sujetos que vestidos de civil hicieron la tarea represiva?, ¿quién les paga?, ¿qué derecho los ampara? (carta abierta). El capitán Hipólito Sánchez Quevedo, funcionario de la dirección de Gobernación, es considerado por los agredidos como responsable de dar la orden directa de golpear a los manifestantes. Pero él sólo cumplió órdenes superiores de reprimir. ¿De parte de quién, gobernador Borge Angulo? ¡Hasta mañana!
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