Pederastia protegida y premiada


Película de Urquiza
Competencia: César Chávez
Excepcionalidad simi

Julio Hernández López / Astillero

El primer día de mayo comenzará la exhibición en cines de Obediencia perfecta, la película dirigida por Luis Urquiza que, con base en las múltiples historias oscuras del jefe legionario Marcial Maciel, muestra los mecanismos y entretelones del sometimiento de seminaristas a los abusos sexuales y a la manipulación de personajes que suelen ser considerados ejemplos de virtuosismo en entramados religiosos, virtualmente intocables mientras duran sus reinados de engaño.

Producida por Astillero Films (sin relación con esta columna) y con Juan Manuel Bernal en el papel principal, Obediencia perfecta podría haber servido a los apresurados promotores de la canonización de Juan Pablo II para reflexionar sobre lo hecho personal e institucionalmente por un personaje, Maciel, que mereció impulso, protección e impunidad del difunto polaco, al que se llevó a la discutible condición de santo con tanta celeridad y amortiguamiento (usando de nuevo al respetable Juan XXIII para pasar en pareja a un acompañante dudoso) que más bien parecería una maniobra de urgencias que pretende dejar desde ahora al señor Wojtyla a sacralizado resguardo de la avenida de pruebas y denuncias de que, durante su largo papado, permitió y premió prácticas no sólo inmorales sino delictivas por caudillos depredadores como el mexicano Maciel, pero también de legiones de sacerdotes de diversas órdenes que en distintos países han cometido reiterados actos de pederastia que incesantemente se han ido conociendo en años recientes.

La cinta de Urquiza no busca el escándalo ni promueve el juicio sumario. Tiene escenas que pueden causar polémica, como el beso erotizado a la estatua de una virgen por parte de un joven seminarista atormentado por el deseo sexual insatisfecho, o los momentos en que el cura Ángel de la Cruz, fundador de los Cruzados de Cristo, se inyecta droga o cuando tiene relaciones con una joven o cuando, embriagado, gozoso, cierra la puerta de su dormitorio con el seminarista Sacramento Santos adentro, mientras se escucha una parte de Simpatía por el diablo, la famosa canción de las Satánicas Majestades roladoras.

Seminarista de los 12 a los 20 años, conocedor profundo de la doctrina católica, Urquiza ha expuesto el drama de la pederastia practicada por sacerdotes (no sólo la de Maciel ni sólo en lo referente a ciertos legionarios) con una delicadeza que es particularmente apreciable si se contrasta con la magnitud de las tragedias vividas por tantos. No es una mirada cinematográfica en busca de devastación, sino de entendimiento y reconstrucción. Sólo exponiendo con crudeza y veracidad lo que sucede en esos ámbitos cerrados, sólo exhibiendo y retando las falsas verdades proclamadas con aires de superioridad condescendiente por esos religiosos presuntamente ejemplares, es como podrá irse conjurando una parte de la plaga de tales abusos sexuales tan extendidos.

En una sociedad como la mexicana, largamente sometida a esa autoridad clerical turbulenta, es necesario asomarse a realidades documentadas a partir de expedientes oficiales de investigación, ya sea en el caso del cura Nicolás Aguilar, largamente protegido por el cardenal Norberto Rivera, o del potosino Eduardo Córdova, al que complicidades en las que participa el gobernador Fernando Toranzo pretenden condenar al olvido, o el de Gerardo Silvestre Hernández, que en Oaxaca y con pleno conocimiento del arzobispo José Luis Chávez Botello y del Vaticano siguió en funciones a pesar de que había testimonio de que había abusado sexualmente de cuando menos 45 indígenas menores de edad.

Esa calidad artística y testimonial de Obediencia perfecta enfrentará en las pantallas una competencia inusual. Una cartelera mexicana continuamente ocupada por películas extranjeras, prefigurada para dar poca oportunidad de éxito a cintas que no encajen en el modelo de diversión acrítica, tendrá ahora el filme de denuncia sobre la pederastia clerical, Obediencia perfecta y al mismo tiempo César Chávez, un tratamiento sobre la difícil figura histórica del legendario activista defensor de derechos humanos en Estados Unidos. Dirigida por Diego Luna, esta película es producida por Canana y por Televisa Cine, de tal manera que los dos primeros nombres de la relación de productores ejecutivos son los de Emilio Azcárraga Jean y de uno de los vicepresidentes de la poderosa televisora, Bernardo Gómez. Canana y Televisa Cine se asociaron con otras firmas estadunidenses y tuvieron el apoyo del gobierno de Sonora que encabeza el muy impugnado panista Guillermo Padrés. La cinta ha sido presentada en distintos e importantes auditorios de Estados Unidos, e incluso fue llevada a la Casa Blanca para que Barack Obama la conociera.

Es importante el esfuerzo de Diego Luna por abordar el tema de las luchas campesinas encabezadas por César Chávez (aun cuando el enfoque de este líder hacia los indocumentados mexicanos todavía es motivo de discordia), sobre todo a la luz de lo que hoy viven en Estados Unidos millones de paisanos nuestros sin papeles (con un demagógico Obama que ha incumplido sus promesas de regularización pero que, aun peor, se ha convertido en campeón de las deportaciones de mexicanos). Pero también será importante que, con su asistencia a las salas y con la recomendación de boca en boca, se pueda sostener en cartelera Obediencia perfecta, evitando que intereses de distribuidores y productores pretendan relegarla y aparentar que por falta de audiencia debe tener un paso fugaz por la pantalla.

Y, mientras hoy en comisiones del Senado se intenta (al reglamentar el artículo 29 constitucional) avanzar en la imposición de reglas discrecionales para establecer el estado de excepción en México ante perturbaciones graves de la paz pública, pero también por otras causales, incluso lo que se quiera entender por similares (http://bit.ly/1tRCGDm), ¡hasta mañana, con el gobierno de Oaxaca rompiendo récord de brevedad en el nombramiento y destitución de un funcionario educativo!

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