El crítico literario, originario de Guadalajara murió por un problema cardiaco en la Ciudad de México, tras regresar de Valle de Bravo.
Juan Carlos Talavera / Excélsior
La tarde de ayer falleció el escritor, periodista y crítico literario Emmanuel Carballo, a los 84 años, a consecuencia de un infarto masivo en su domicilio, ubicado en la colonia El Contadero, en la Ciudad de México.
En palabras de Rafael Tovar y de Teresa, titular del Conaculta, la esposa del crítico mexicano, Beatriz Espejo, le confirmó que hacia las dos de la tarde de ayer ambos habían llegado de una breve estancia en Valle de Bravo, pero al bajar las maletas del automóvil le sobrevino el infarto al “francotirador de las letras mexicanas”.
El anuncio del deceso fue comentado hacia la noche por el presidente Enrique Peña Nieto, quien escribió en su cuenta: “Lamento la muerte de Emmanuel Carballo, figura sobresaliente de la literatura mexicana y gran conocedor de nuestras letras”.
Emmanuel Carballo, quien trabajó para Excélsior en el suplemento Diorama de la Cultura y en las páginas editoriales entre 1966 y 1972, nació el 2 de julio de 1929, en Guadalajara.
Su trabajo literario ha sido reconocido por sus antologías y ensayos sobre la literatura mexicana de los siglos XIX y XX, donde destacan: Diccionario crítico de las letras mexicanas en el siglo XIX (2001), Protagonistas de la literatura mexicana (1965) y Protagonistas de la literatura hispanoamericana del siglo XX (1986) y recientemente Párrafos para un libro que no publicaré nunca (2013), donde compila 53 años de memorias.
En su trayectoria, Emmanuel Carballo recibió galardones como la Medalla José María Vigil (1956) al mérito literario del Gobierno de Jalisco, el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura (2006), el Premio Nacional Periodismo Cultural Fernando Benítez (2006), la Medalla Alfonso Reyes (2008) y la Medalla Bellas Artes en reconocimiento a su trayectoria, en 2009.
Los restos mortales del escritor Emmanuel Carballo serán velados hoy en la funeraria Galia, ubicada al interior del Panteón Francés de San Joaquín, a partir de las 10 horas.
A continuación publicamos una de las últimas entrevistas que el crítico mexicano concedió a Excélsior el pasado 18 de febrero.
En su libro Párrafos para un libro que no publicaré nunca habla de su retiro de la escritura y la crítica literaria. ¿Es un adiós?
No tanto así, pero puedo decir que me quedan pocos años de escritura (sonríe). ¡No!, yo sigo escribiendo. Y no dejo de hacerlo todos los días. Lo difícil es que hoy escriba y mañana lo acepte porque esto pasa por muchas correcciones. Hay cosas que empecé a escribir en 1954 y no se publicaron hasta 1960, 1970 o 1980. Uno trabaja y trabaja, pero unas veces se acierta y otras se fracasa.
Es un título sugerente para un libro publicado.
Son textos muy pequeños. El primero lo comencé a escribir cuando tenía 20 años. Pero son textos muy castigados, porque he sido muy exigente conmigo mismo, pues nunca me ha gustado dar gato por liebre al lector.
También habla del nacionalismo y lo define como “el pecado original”. ¿Hemos superado esa inercia?
El nacionalismo en la literatura es una cosa y en la pintura fue otra totalmente distinta. Afortunadamente eso ya desapareció y con don Alfonso Reyes como nuestro general en jefe logramos derrotar ese nacionalismo. Entonces el nacionalismo se fue por ahí y los escritores, más inteligentes que los pintores, tomaron los consejos de Reyes. El nacionalismo es el domicilio de una calle, de una colonia y de una ciudad donde uno frecuenta, donde uno vive o le gustaría vivir, pero nada más.
¿Qué opina de la narrativa mexicana contemporánea, con Antonio Ortuño, Yuri Herrera, Julián Herbert, Valeria Luiselli?
Yo me he parado en la literatura de los años 50. A los jóvenes no los entiendo y ya no me interesa. Sus intereses son unos y los míos son otros. A ellos les interesan ciertas cosas que a mí me interesaron cuando veía con un gesto de desprecio y miraba para otro lado. No quiere decir que yo tenga razón y ellos equivocados, sino que somos diferentes.
Usted ha dicho que el crítico no es un ángel, sino un hombre con pasiones, intereses y concupiscencias. ¿Así se define Emmanuel Carballo?
Sí, así me defino. Soy un hombre lleno de concupiscencias.
¿Cuál es el papel del crítico literario?
Al crítico le corresponde poner orden, ser el cronista de un momento (o de varios momentos sucesivos) de la literatura de un país. Y cuando el crítico no llega a tiempo a la cita que tiene contraída con la historia, o no ejercita lúcidamente el papel que le está encomendado, la comprensión de ese “momento” será más difícil y se demorará el conocimiento de sus autores más representativos.
En 1976 Octavio Paz dijo que “Un pueblo sin poesía es un pueblo sin alma y una nación sin crítica es una nación ciega”. ¿El crítico es la mirada de la sociedad?
Estoy de acuerdo. Y si no estuviera ciega, al menos estaría tuerta. Y en cuanto a la poesía ésta no ha sido generosa conmigo, pero la he amado profundamente, quizá más que a los demás géneros literarios. Me ha ido mejor en la crítica y el ensayo, que es donde más o menos he logrado encontrar mi manera más personal de ser.
Alguna vez dijo que Joaquín Fernández de Lizardi, Emilio Rabasa, Ángel de Campo Micrós, Manuel Gutiérrez Nájera, Ramón López Velarde, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes y Octavio Paz eran sus 10 escritores favoritos. ¿Mantiene vigente aquella misma lista?
Sí, aunque ahora me gustaría que fueran más números para meter a otras gentes que también me gustan mucho. Yo creo en un año fundamental para la prosa mexicana es 1947. Ese año se publica Al filo del agua, quizá la novela más novela, publicada en el México del siglo XX y no lo menciono en los 10.
¿Qué piensa ahora de Octavio Paz?
Paz ha sido mi gran maestro y mi gran enemigo en batallas literarias. Siempre estuvimos política y literariamente en esferas distintas, aunque yo lo admire profundamente como escritor. Y como todo buen escritor de creación, era un poco olvidadizo, pues empezaba con mucho entusiasmo y al final se le olvidan muchas cosas.
Considera que Carlos Fuentes está en el edificio literario de enfrente.
Él es un caso excepcional. Ahora, pensando en los grandes libros de Fuentes fue un escritor extraordinario de novela, cuento, novela corta y ensayo. Fue de la gente más talentosa que he tenido oportunidad de conocer y tratar, de ser su amigo y después, si no su enemigo, estar en bandos distintos.
¿Le gusta más Terra Nostra y La región más transparente que su obra posterior?
El primero es un excelente libro y el segundo arañó la madurez. Va a publicar libros mejores con esa gracia y esa irreverencia con que Fuentes habla de México, de sus problemas políticos, económicos, sociales, filosóficos y literarios. No ha habido escritores tan llenos de gracia y de sabor, de darle a la literatura el sabor de una época.
¿Cómo sopesa hoy a los grandes poetas mexicanos?
Jaime Sabines fue mi compañero de generación. Rosario Castellanos también, aunque Rosario Castellanos nunca me gustó como poetisa, salvo La lamentación de Dido, que me parece un hermoso poema de amor perdido. Es como un gran bolero llevado a la gran literatura.
¿Qué opina de José Revueltas?
Los cuentos de Revueltas son magníficos y son mejores que sus novelas, como Dormir en tierra. Es uno de los grandes cuentos de la literatura mexicana y de la literatura que se hizo en esa época en el mundo entero.
¿Y de Efraín Huerta?
Avenida Juárez es un lindo poema, me gusta mucho. Publicó varios poemas interesantes pero no se reunieron sus textos y eso impidió que se le diera una vigencia al margen del paso del tiempo.
¿Sigue siendo Alfonso Reyes su gran maestro?
Yo sin Reyes no sería lo que soy. Es mi santo y seña. Pero conforme pasa el tiempo he dejado algunos de sus libros para personas más jóvenes. Pero me gustaría, en los próximos años, decir quiénes fueron mis grandes autores y qué significan hoy en mi obra y en mi vida.
¿Cómo encuentra el panorama de los críticos literarios hoy?
Los he leído en un principio, pero después de haberlo hecho durante tres años me di cuenta que no son críticos y no tienen nada importante que decir. Son chapuceros que hablan de la gente que les conviene hablar y olvidan de una manera señorial a todos los escritores que no están dentro de su manera de pensar, de sentir y de vivir.
¿Quizá los grupos literarios no han favorecido la literatura?
Se favorecen a sí mismos y piensan que la literatura son ellos. Pero no es así. Por ejemplo, los pleitos que inventó Krauze para quedarse con la revista (Vuelta)… Creo que fue la cosa más tonta de Paz haber preferido a Krauze y no a Fuentes. Fuentes era la verdadera literatura mexicana. Krauze ha leído, pero no ha dicho especialmente nada importante. ¿Qué ha dicho en literatura que me haga verlo como un maestro? Sus puntos de vista siempre tienen algún acompañante ilustre del pasado, pero no está solo en sus aventuras sobre el valor de un autor determinado.
¿No han madurado?
En la crítica uno tiene que olvidar sus puntos de vista y entrar a esas obras que a uno le interesa para decir lo que piensa de ella.
¿Sigue releyendo la literatura borgeana?
Desde luego.
–¿Qué significa hoy para usted El Quijote?
He cometido un error muy grande. Mi amor por las letras mexicanas me ha hecho olvidar en cierto momento figuras importantísimas de la literatura no solamente de lengua española sino de otras lenguas. Más o menos me muevo con facilidad en la literatura mexicana, pero sáqueme ustedes de la literatura mexicana y soy un crítico de tercera categoría. Yo tengo mis campos pero no pude llegar más.
¿Alguna vez ha escrito sobre James Joyce?
Me he dedicado fundamentalmente a la literatura de lengua española porque ya hay mucha gente que se dedica a Joyce. Yo me he dedicado muy parroquialmente a nuestra literatura, pero no encontrando santones ni acólitos ni he hecho arzobispos. He jugado a ejercer la crítica muy rigurosa de nuestra literatura mexicana.
¿Le gustan las novelas de Mario Vargas Llosa?
Es un escritor con un talento excepcional y una capacidad de cambiar de tema, de género, de manera de pensar; es una gente endemoniadamente inteligente. Todo se le da con facilidad. Todo lo hace bien, tiene un talento enorme y una capacidad de trabajo como pocas gentes.
¿Y de Gabriel García Márquez?
Tiene cuentos realmente notables, quizá algunas novelas bajen de ritmo y quizá algunos cuentos en el futuro inmediato suban. Es un gran escritor. Yo leí los originales de Cien años de soledad que Gabo me dio para que corrigiera. Pero se los entregué tal como me los entregó, sin ninguna anotación, porque no había nada que corregir. Todo estaba muy bien puesto y en el lugar adecuado.
¿Y sobre la literatura cubana?
A Guillermo Cabrera Infante se le ha ido separando su verdadera literatura de la cuestión meramente política. Además, Paradiso, de José Lezama Lima es uno de mis grandes libros. Y también está, evidentemente Reinaldo Arenas, quien tenía mucho talento.
Sé que Mario Benedetti también es un autor especial para usted.
Publiqué La tregua de Benedetti en lengua española y se vendieron miles de ejemplares. Era una novela buena, sencilla, bien educada que no llegaba a la gran literatura, pero que tampoco le dice no a las cosas bellas que tiene el amor. Para mí Benedetti fue más bien desde el punto de vista editorial un éxito, más que una obra aceptada. Prefiero a Reinaldo Arenas.
Usted nació en Guadalajara. ¿Siente alguna nostalgia por su vieja ciudad?
Nací en 1929 y me vine a México en 1953. Así que he vivido en México desde entonces hasta el año que estamos afortunadamente viviendo, es decir, la mayor parte de mi vida es metropolitana.
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