Seguimos necesitando leyes complementarias porque de lo contrario, corremos el riesgo de que en 2015 lleguemos mal a la cita electoral para llevar a cabo las elecciones intermedias.
Antonio Navalón
Si uno observa bien lo que está pasando con las leyes complementarias de la Reforma Política y la de Telecomunicaciones se da cuenta de que, en algún punto, o alguien se está queriendo pasar de listo o sencillamente cuando se hizo la planificación de la operación, no se tuvo la precaución de ver el paso dos y el paso tres.
Ya desmontamos el Instituto Federal Electoral, ya montamos al Presidente, ya lo cambiamos todo. Sin embargo, seguimos necesitando leyes complementarias porque de lo contrario, corremos el riesgo de que en 2015 lleguemos mal a la cita electoral para llevar a cabo las elecciones intermedias.
Ya comunicamos al mundo que, en México, nos hemos tomado en serio lo de la igualdad de oportunidades y que eso sucede por no seguir consolidando las compañías que –por su relevancia– se les puede calificar como preponderantes.
Esa situación (que termina siendo contra todos) ha creado un fenómeno en el que hay que ver los juegos contrapuestos que se han desarrollado sobre la mesa.
De todo lo que está pasando entre el INE y el Ifetel hay varios aspectos que me parece fundamental rescatar. Por ejemplo, siempre he pensado que el drama de los países latinos es que primero nos matamos decidiendo dónde hay que construir la casa y luego (si es que alguien llega vivo) quién se la queda. En cambio, los sajones, primero la construyen y luego se matan para ver finalmente quién logra quedársela.
Los partidos deben saber que por mucho que les coincida el momento de votar, sus dirigencias internas están dando un espectáculo absolutamente lamentable en relación a lo que significa el interés nacional frente a sus pequeños intereses.
El Gobierno también debe saber que no tiene vuelta atrás: una vez que inició el camino de cambiar (y que todo mundo lo ha entendido y que pasará mucho tiempo para que podamos ver las consecuencias de esto) no puede actuar ahora como si lo hubiera improvisado o como si finalmente no se haya atrevido a consolidarlo.
Aunque los mexicanos ya tenemos el hábito de sentir decepción, desesperanza y frustración, esperamos que esta vez nuestros políticos miren detrás de ellos y observen quién está esperando el resultado final del éxito o fracaso, de este invento.
Porque finalmente el fracaso de todos los partidos solo puede resultar en el gran fracaso del partido, en el fracaso de la sociedad y en que la otra opción –esa que espera, la de Morena–, termine ganando un resultado que hoy parece imposible pero que va a depender, en gran parte, de cómo hagamos esta parte de la tarea.
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