Regresa el ‘besamanos’ presidencial en el Día del Trabajo

ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA

MÉXICO, D.F. (apro).- En el Día Internacional del Trabajo, el gobierno de Enrique Peña Nieto, los dirigentes de los grandes corporativos gremiales y de las cámaras patronales se fundieron en elogios, manifestaciones de mutuo apoyo y de respaldo a las iniciativas presidenciales.

Reedición de un ritual que hasta hoy se creía cancelado. Es cierto que atrás, en la historia, quedaron las concentraciones masivas en el Zócalo y el desfile que saludaba un presidente parapetado en el palco central de Palacio Nacional.

Hoy, petite committee, la representación de los “factores de la producción” y el rector de sus relaciones tuvieron por escenario el salón Adolfo López Mateos de la residencia oficial de Los Pinos.

El acto transcurre apropiadamente, como marcan los cánones de la hegemonía política: Alfonso Navarrete Prida, el secretario del Trabajo que festina la (su) convocatoria de trabajadores y patrones a un acto de gobierno –cancelado el sexenio pasado– y promete respeto a la autonomía sindical; un veterano dirigente obrero, Joaquín Gamboa Pascoe, que expresa su total e incondicional apoyo al presidente, no sin condenar a los maestros que protestan contra la reforma educativa; una patente empresarial de apoyo a las reformas que impulsa el nuevo gobierno, en voz del dirigente de los industriales, Javier Funtanet Mange.

En el centro de todo, el presidente Peña Nieto luce la imagen del desenfado: no lleva corbata, como no la llevan tampoco el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, ni el de Hacienda, Luis Videgaray, ni el del Trabajo. Como no la lleva tampoco el populoso presídium integrado para la ocasión, salvo por algún despistado prófugo de la troqueladora.

La consigna presidencial es clara. Los asistentes son quienes “mueven a México”. Si no fuera por el impasse de estos días, el Pacto por México sería referencia obligada, pero esta vez, el presidente lo omite.

El que se anima es Gamboa Pascoe, para quien los trabajadores reunidos esta mañana en el Zócalo expresaron “su lealtad al señor presidente, su simpatía por él” y enviaron por su conducto un mensaje:

“Dígale al señor presidente que, sin contar nosotros nada respecto al Pacto por México que con tanta prudencia ha manejado y sigue manejando, de siempre el pacto lo tiene con los trabajadores y que siempre, los trabajadores, le responderemos de ese pacto”.

Ni Mexicana ni Elba Esther

En este escenario –ornamentado con mamparas gigantes que cada evento lucen imágenes evocativas de la ocasión y esta vez muestran una costurera alimentando su miopía y tres obreros que sonríen con un fondo de chimeneas industriales que alguna vez fueron la imagen de la modernidad–, la concurrencia viste de todo, menos overoles, cascos o botas de seguridad.

La prenda precisa: un abrigo a tres cuartos, de piel, con un parche-escudo de la CTM colocado a la altura del corazón, es lo que el orador de los trabajadores, Joaquín Gamboa Pascoe, luce para la ocasión.

Es el ambiente natural de los trajes negros y las gafas oscuras, de las alhajas resplandecientes y los prendedores-escudo sindical; de los veteranos del corporativismo y de “las compañeras”, esas mujeres voluptuosas que desbordan sus empequeñecidas prendas, vestiditos apenas, sonrientes y solícitas, a las que no se les escapa el presidente para posar junto a él ante la mira de una cámara de teléfono celular. Eso será al final.

Antes de iniciar el acto, un hombre calvo, de edad avanzada y gafas oscuras, recorre el recinto con naturalidad. Sus pasos lo llevan a donde un hombre menudo le explica algo en actitud sumisa. El de las gafas le acaricia el rostro con su mano derecha, como un padre o un abuelo que consuela a un pequeño y, el acariciado, como un pequeño, sonríe complacido.

Lo paternal no está en el ánimo de Carlos Romero Deschamps, sentando en segunda fila casi junto al de las gafas. Como Víctor Flores, el ferrocarrilero; como Abel Domínguez, de la CTC (el de las gafas oscuras); como Roberto Ruiz Ángeles, de la CMS.

Al frente, sólo aparece Gamboa Pascoe junto a Peña Nieto y, en el extremo, Isaías González Cuevas, el senador y líder de la CROC.

Una forma diferente de conmemorar el Día del Trabajo dirá Peña Nieto sobre el acto. Y una diferencia es notoria: no están los sindicalistas de Mexicana de Aviación, que en estos días negocian su cesantía forzada; no está en la concurrencia Napoleón Gómez Urrutia, el del sindicato minero en autoexilio en Canadá.

Tampoco Martín Esparza, el de los electricistas, que ya ni centro de trabajo tienen y, por supuesto, menos la profesora Elba Esther Gordillo, pues languidece en la cárcel.

Estar aquí, dice Gamboa Pascoe, es un honor que se atiende siempre que el presidente convoque.

“Amigos de los empresarios”

Las buenas relaciones obrero-patronales son mencionadas aquí por todos. Navarrete Prida lo sintetiza: están para revalorar, reconocer y agradecer el esfuerzo y la tenacidad de los trabajadores que luchan por dignificar sus centros de trabajo, hacerlos más productivos y participar en el avance económico del país.

Las líneas discursivas de Navarrete abundan en los conceptos más valiosos para la empresa: competitividad, productividad, calidad. Conceptos convergentes en el discurso de Funtanet Mange y en el de Peña Nieto.

El mandatario federal lleva la terminología del mundo del trabajo en su retórica de teleprompter: la tranquilidad laboral, cuarto eje de su política laboral, será posible en la armonización de los derechos fundamentales de los trabajadores y la competitividad de los patrones. Buscará la “democratización de la productividad”.

También se propone abatir el empleo informal que acapara a 60% de los trabajadores, como un postulado de apariencia: “La formalidad en el trabajo debe ser el nuevo rostro de México”.

Cientos de soldados y guardias presidenciales custodian esta sección del Bosque de Chapultepec, a donde el vapor de los gases policiacos no llega, ni los rostros ensangrentados se ven, ni hay vidrieras rotas, ni se incendian oficinas de partidos políticos, ni las consignas de repudio se oyen. Eso aquí no existe.

Y, según Gamboa Pascoe, tampoco existe en el país, ni siquiera por las protestas magisteriales contra la reforma educativa, el primer paso del presidente que nos hará un mejor país.

Por si faltara, “sin entrar en consideraciones de quienes por intereses bastardos han querido dar la impresión de agitaciones en algunos lugares, que no trascienden pues México está seguro de su destino y de sus propósitos”.

Para Gamboa, el presidente busca un México justo, satisfacer las necesidades mínimas de los trabajadores, un mejor país.

Los trabajadores y patrones responden. No podría avanzarse si están en conflicto:

“Antes se fincaba en el enfrentamiento, en el pleito, en la diferencia. Ese no era un sistema para que creciera la relación, la industria, ni los trabajadores. La CTM desde hace años practica la nueva cultura laboral, en la que lleva la relación mediante el diálogo, sus contratos, sus condiciones, crea confianza, nos hace amigos, porque nosotros somos amigos de los empresarios”.

El ‘table dance’

En segunda fila, al fondo del presídium, el senador y dirigente petrolero Carlos Romero Deschamps luce desencajado. Cuando Gamboa habla de los disidentes, Peña Nieto mantiene su dedo índice como apoyando el rostro en actitud atenta; Osorio Chong se observa petrificado; Videgaray ríe y bromea con Gerardo Gutiérrez Candiani, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE).

Pero a Peña Nieto el tema le es indiferente en su discurso, aunque ofrece un espacio permanente para el diálogo y los cuatro ejes, que parten de su interés por generar condiciones de igualdad y no discriminación.

Gamboa Pascoe le había adivinado el pensamiento.

“Cuando el señor presidente echa a caminar la nueva Ley Federal del Trabajo (LFT), se preocupa porque haya formas de contratación que le den acceso a los jóvenes, principalmente, porque con jornadas disminuidas y medias jornadas pueden seguir estudiando.

“Porque señala la necesidad de que las mujeres tengan los mismos derechos de los hombres, porque todavía existen algunos abusivos que las hacen menos en su remuneración y las atacan en su decencia”, dice el hombre que hace unos años fue objeto de un espectáculo de table dance en un congreso cetemista.

Por lo demás, el nutrido presídium apenas cuenta entre sus filas a una mujer, que no va como sindicalista ni como empresaria ni como funcionaria federal, pues se trata de la diputada Claudia Delgadillo. Es decir, no es factor de la producción, pero ahí está.

El salón Adolfo López Mateos está atestado. En el exterior, los cuerpos militares marchan, se forman y desforman en el predio de 76 hectáreas que ocupa la sede presidencial. Gamboa Pascoe ha vuelto una vez más a Los Pinos y no pierde oportunidad para agradecer que ahora, gracias a Peña Nieto, las viviendas de los trabajadores, las del Infonavit y el Fovissste, cumplirán con una regla: no podrán ser de menos de 60 metros cuadrados.

La melodía de AA

“Esta es una forma diferente, como queremos que México lo sea, de conmemorar el Día del Trabajo”, dirá el presidente.

Cuando el discurso de Peña Nieto ha concluido, el de las gafas despierta de un sueño intermitente, interrumpido entre aplauso y aplauso.

No hay silbatos ferrocarrileros, ni matracas, ni tambores, ni consignas, ni pancartas, ni una banda que toque una diana, ni porras gremiales, ni se están blandiendo escudos del PRI, ni de la CTM, ni de la CROC, ni hay marchas evocadoras de la Revolución en los altavoces, pues en el sonido-ambiente sólo suena Sleepy shores, la melodía muy conocida en México por fondear los spots de Alcohólicos Anónimos (AA).

Peña Nieto tarda más de lo que usualmente demora en salir del recinto. Uno por uno, los dirigentes sindicales que no alcanzaron lugar en el presídium son saludados de mano por el mandatario que, al reconocer a algunos, les pregunta, los palmea, los abraza, les toca el hombro.

El besamanos se reedita en las salas del poder.

Un hombre vestido de traje, con un emblema masónico en la solapa, intenta infructuosamente aproximarse a Peña Nieto, corre de un lado a otro, topando a cada intento con la muralla de hombres que forma el Estado Mayor en torno a su jefe. Se resigna: foto con Videgaray, y otra más solo, con el escudo nacional en el fondo, tomadas por una de “las compañeras”.

Videgaray parece extraviado. Los reporteros optaron por entrevistar a Osorio Chong, y repararán en él como último recurso.

La despedida ha iniciado sólo para seguir con los respectivos festejos:

“Nos vemos ahorita en el sindicato”, “háblale al chofer”, “¿escuchaste al presidente?”

Nadie les dijo a “las compañeras” que era una mala idea caminar con tacón de aguja del 15 sobre los adoquines de las veredas de la residencia oficial, tanto como hacerlo en un patio de maniobras, por lo que intentan seguir el paso a Víctor Flores, el ferrocarrilero que las ha traído hasta este lugar y ahora sale, con su comité, todos enlazados de los brazos.

En la Puerta II de la residencia oficial, al alcanzar la calle de Molino del Rey, los guardias del EMP y los policías militares rompen su mutismo profesional ante la exhuberancia de “las compañeras”.

Sólo uno, el oficial al mando, con la vista fija en la escena sindical, y el ceño fruncido, alcanza a exclamar:

“Pinches bueyes”.

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