Obama, migración
Francisco y la clientela
Jubilaciones en Mexicana
Julio Hernández López / Astillero
Dos visitas de alto nivel están en la agenda de Enrique Peña Nieto. En mayo próximo será la primera de ellas, con Barack Obama, el presidente estadunidense que aún no ha logrado convertir en hechos la mayoría de las expectativas de cambio generadas por enfoques cromáticos. Ya en su segundo periodo de gobierno, sin las ataduras provenientes de los cálculos encaminados a una relección que logró, Obama se ha revelado nuevamente como entusiasta promotor de una reforma migratoria para indocumentados latinoamericanos, sobre todo mexicanos, que sin embargo, y más allá de las buenas intenciones expresadas en encendidas piezas oratorias, se retarda y enturbia a la hora de las precisiones procesales, de la fijación de los tiempos necesarios para su materialización y de otros factores que muestran el recelo de gran parte de la clase política estadunidense ante el fenómeno creciente de la presencia de los hispanos pero, sobre todo, de los mexicanos.
A diferencia de lo que sucede con otras minorías, como la cubana, los mexicanos no han podido traducir en fuerza política su gran presencia numérica. Condenados a la invisibilidad, bajo amenaza permanente de redadas y sometidos a maltrato, rebajas y precariedad salariales por su condición migratoria irregular, los paisanos no han logrado vertebrar organizaciones políticas regionales, no se diga nacionales. Hay una enorme gama de clubes, federaciones y otros membretes que tratan de asumirse como representantes de determinados segmentos de ese flujo migratorio, sobre todo a partir de los lugares de origen de esos mexicanos asentados en EU, pero aún no existe un verdadero liderazgo que impulse a los paisanos a emprender una lucha abierta en defensa de sus derechos, en favor de una reforma migratoria humanista, rápida y profunda, y en contra de las deportaciones que más allá de sus discursos encendidos ha promovido con singular energía el citado Obama.
A diferencia de Felipe Calderón, quien se etiquetó en el mundo con un solo tema, el del narcotráfico, Peña Nieto tiene frente a sí una baraja más amplia y atractiva para los intereses estadunidenses, especialmente por cuanto a la apertura al capital extranjero de grandes negocios como el petrolero. Rápidamente adoptado con benevolencia como reformador por el periodismo estadunidense de élite (menos que Carlos Salinas en su momento, pero de manera parecida), Peña Nieto tiene piezas de intercambio para que el gobierno empresarial del vecino país acepte empujar una reforma migratoria que regularice el tránsito de mexicanos, fortalezca las arcas estadunidenses con el cobro de multas y actualizaciones a los paisanos deseosos de acogerse a las nuevas reglas, y la estabilización de una mano de obra barata, que es indispensable para la economía imperial.
Sin embargo, el proyecto de reforma migratoria pretende constreñir a los mexicanos a los asuntos laborales y económicos, retrasando lo más que sea posible la participación política de quienes, a diferencia de los migrantes provenientes de otras nacionalidades, que acaban fundiéndose en el famoso crisol de las barras y las estrellas, no pierden tan rápida ni irreversiblemente su identidad, y con frecuencia mantienen un silencioso sentido reivindicatorio en su relación con el modelo político y social con capital en Washington.
Jorge Bergoglio, ya autodenominado Francisco, aún no define la fecha de su prometida visita a México. Ya anunció que estará en su natal Argentina, en Chile y en Uruguay en diciembre próximo, de tal manera que aun cuando está claro que tiene la mira política puesta en Latinoamérica, pareciera difícil que en un mismo año realice dos visitas al mismo continente (en julio habrá un encuentro mundial de jóvenes católicos en Río de Janeiro, y por ello Francisco no quiso adelantar su visita a Argentina, para no quitarle reflectores ni asistencia a ese encuentro).
Cuando por fin venga Francisco a México, ya estarán más claras sus verdaderas intenciones políticas, pues hasta ahora la gran atención pública se ha centrado en lo anecdótico y superficial (que, desde luego, podría tener significados políticos trascendentes), subrayando su vocación austera y una predisposición general en favor de la feligresía marginada. Todo quedará en una construcción mediática en busca de recuperación de clientela si el papa Francisco a fin de cuentas sostiene sin cambios la operación de la empresa vaticana y la conducta de sus gerentes regionales.
En México no son compatibles con el nuevo estilo papal algunos de sus máximos representantes, como el cardenal Norberto Rivera, quien practica la opción preferencial por los lujos y el poder, enredado largamente en asuntos de protección a curas pederastas, ni el emérito Juan Sandoval, burdamente controversial y también amante del oropel y los privilegios (ya no está en el escaparate el impresentable Onésimo Cepeda, corredor de bolsa religiosa, a quien el Vaticano retiró del oficio apenas cumplió la edad límite para ejercer). Otros arzobispos y obispos dan cuenta en diferentes regiones de esa misma vida relajada que según eso Francisco repudia (el de Oaxaca, José Luis Chávez Botello, no se olvide, ha protegido contra viento y marea a un sacerdote acusado por propios curas oaxaqueños de haber abusado de más de 45 niños y jóvenes indígenas).
Astillas
Otra de las canalladas del calderonismo se cometió en el ámbito de Mexicana de Aviación. La salida del aire de esa empresa acabó por beneficiar a otras firmas, y los intentos de restablecer la viabilidad de Mexicana se toparon con maniobras, intrigas y abierto golpeteo de parte de las autoridades del ramo. Una huelga de hambre de dos sobrecargos jubilados, Rogelio Martínez y Dulce Mejía, ha sido atendida por funcionarios de la Secretaría de Gobernación y según los primeros reportes se buscará la manera de que a ellos y a todos sus compañeros les sean pagadas las pensiones hasta ahora escamoteadas. Con esa promesa se levantó el ayuno que duró diez días... ¡Hasta mañana!
Comentarios