John M. Ackerman
El nuevo espectáculo mediático de la Cruzada Nacional contra el Hambre no resolverá absolutamente nada si no viene acompañado de un abandono del neoliberalismo excluyente que ha caracterizado la política económica desde hace tres décadas. El hambre y la pobreza extrema no se acabarán con más limosnas o mejor coordinación entre los programas sociales existentes. En lugar de profundizar las políticas paternalistas y clientelares del pasado, hay que iniciar un radical cambio de modelo.
La principal característica del neoliberalismo imperante no es su compromiso con los principios de mercado, sino su obsesión con mantener el control sobre la riqueza en pocos manos. Lo que hemos vivido desde 1982 no ha sido la fallida aplicación de una errada teoría económica, sino la exitosa imposición de una estrategia política de expropiación de la riqueza de la nación en favor de unos cuantos. Libros de Irma Eréndira Sandoval (http://ow.ly/gYcQY) y Dag MacLeod (http://ow.ly/gYcTW), entre otros, han documentado este proceso con gran rigor para el caso mexicano. Un reciente texto de George Monbiot (http://ow.ly/gYaYH) aclara que lo que ha pasado en México no es la excepción, sino la regla a escala internacional.
Como resultado de la aplicación de la estrategia neoliberal, México hoy es uno de los países más desiguales del mundo. Su coeficiente Gini, que mide la desigualdad de ingresos en el país, se encuentra en 0.51, uno de los más altos del mundo. Zimbabue, Venezuela, República Dominicana, China y Ecuador, entre muchos otros países, son más equitativos y justos que México.
El escenario es aún más grave cuanto se mide la desigualdad en términos de riqueza acumulada, en lugar de solamente los ingresos anuales. El abuso tanto del secreto fiscal como de la evasión de impuestos lamentablemente no nos permite tener datos confiables. Los mexicanos ni siquiera sabemos a cuánto ascienden las vastas fortunas de nuestro presidente, su familia y su gabinete, mucho menos las de los empresarios más poderosos.
Sin embargo, un cable diplomático de Wikileaks (divulgado por La Jornada y disponible aquí: http://ow.ly/gYacs) reveló que, de acuerdo con la embajada estadunidense, la riqueza de los 10 mexicanos más ricos sumaría por lo menos 10 por ciento del PIB del país. Carlos Slim, Alberto Bailleres, Germán Larrea, Ricardo Salinas Pliego, Jerónimo Arango, Isaac Saba, Roberto Hernández, Emilio Azcárraga, Alfredo Harp Helú y Lorenzo Zambrano han sido los grandes ganadores del negocio del neoliberalismo.
El otro lado de la moneda es la vasta impunidad con que cuentan las principales empresas trasnacionales. La negativa de los gobiernos de Barack Obama, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto de proceder penalmente contra los funcionarios de HSBC por su complicidad en masivas operaciones de lavado de dinero en México es solamente el ejemplo más reciente. La impunidad de los altos directivos de Wal-Mart, a raíz de su involucramiento en el soborno a funcionarios mexicanos para conseguir permisos de construcción, constituye otro importante botón de muestra. Una vez más se percibe el éxito de la estrategia neoliberal para consolidar un modelo de desarrollo basado en el poder omnímodo de unos cuantos.
El primer paso para combatir al neoliberalismo entonces tendría que ser atacarlo en su corazón y emprender una fuerte redistribución de la riqueza. Habría que considerar, por ejemplo, la imposición de un nuevo gravamen sobre la riqueza o el patrimonio de las familias más adineradas del país. Este tipo de impuestos van más allá del ISR, que solamente cobra un porcentaje de las ganancias, o el IVA, que se aplica sobre el valor agregado, para cobrar un porcentaje sobre todos los activos en posesión de una persona física. Ya existen impuestos similares en Francia y en España, países con mucha menor desigualdad que el nuestro. No existe razón alguna para no considerar su implementación también en México.
Un impuesto sobre la riqueza sería mucho más justo que un aumento al IVA, ya que el IVA lo pagamos todos, mientras el nuevo impuesto solamente lo pagarían los más privilegiados. También generaría enormes cantidades de nuevos ingresos para el Estado que posteriormente podrían ser utilizados para fomentar la inversión y el empleo. La consecuente redistribución de recursos también generaría la demanda e inversión económicas nacionales necesarias para detonar una nueva etapa de desarrollo.
Los pobres no necesitan más dádivas, sino más poder, riqueza y empleo para poder participar activamente en la vida económica y política del país. La verdadera cruzada debería ser en favor de la justicia social, no por la consolidación de los mismos paliativos clientelares de siempre. Ha llegado la hora de que los más ricos regresen un poco de todo lo que han robado del pueblo durante la larga noche neoliberal.
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