EPN, como en campaña… ahora ante enfermeras

Arturo Rodríguez García / Apro

Faltaba poco para que dieran las once de la mañana cuando las palmas del público, mayoritariamente compuesto por mujeres, empezaron a exigir el inicio del acto, como si se tratara de un espectáculo impuntual para adolescentes.

La agenda oficial fijó esa hora para el arribo del presidente Enrique Peña Nieto al Centro Médico Nacional Siglo XXI, pero por los consabidos dispositivos de seguridad que despliega la guardia presidencial, las mujeres llevaban horas ahí, muchas de ellas sin probar bocado.

De por sí la zona era insufrible: cerrado Cuauhtémoc desde Viaducto, con agentes del Estado Mayor diseminados por la Doctores, en las estaciones de Metro y Metrobús, entre la vendimia de incontables oferentes y el ejército de enfermos y menesterosos que deambulan por el área.

Era su día, del enfermero y la enfermera –curiosa la colocación del masculino primero, condescendiente con la minoría de género–, pero ellas, lejos del ágape, el asueto o aun de la jornada laboral que les correspondía, esperaban ahí, en el helado amanecer de la Ciudad de México.

Ansiedades aparte, el presidente llegó a tiempo y se colocó rápido en el centro de los principales funcionarios, adelante del imponente presídium ampliado que, de no ser por los uniformes blancos y celestes, con sus respectivas cofias, y las edades de quienes las portaban, parecería la concurrencia de una graduación escolar con su infaltable padrino de generación.

El Himno Nacional se entonó ahí con poca energía y, momentos después, el maestro de ceremonias leyó un extenuante listado de autoridades enfermeriles porque eso sí: la alta burocracia apenas se hizo lugar entre el contingente numeroso de enfermeras y enfermeros en jefe –aun aquellos de sanidad naval y castrense– que acompañaron al mandatario en la celebración.

Sólo en la presentación del presídium, el arranque se antojaba extenuante, pero a cada grupo y conforme a su pertenencia, los aplausos desbordaban: a la de enfermería del ISSSTE ovación apenas inferior a la del IMSS; a la de la Ssa casi tan fuerte como a la directora de la carrera en la UNAM; a los de sanidad militar y naval, tan tibios como a los políticos.

Confesión y encomio

Para dar la bienvenida, tomó la palabra el director del IMSS, José Antonio González Anaya. Su agradecimiento por la designación no escatimó en recursos oratorios para saludar al presidente, cuyo proyecto de gobierno exaltó con ahínco, sin dejar de acusar el mal estado de la seguridad social.

La palabra suavizada: “Retos financieros y operativos formidables”, los llamó. Eso sí, con mucha vocación, profesionalismo y otras tantas razones que caracterizan al personal del Sector Salud.

Revelación ingenua: González Anaya dijo ahí que era la primera vez que se encontraba frente a su personal. Pero no por eso dejó de presentarse como el anfitrión del presidente, pues el Centro Médico es del IMSS.

Tocó el turno a la comisionada permanente de Enfermería de la Secretaría de Salud (Ssa), Juana Jiménez Sánchez, quien debió dar pormenor de los premios y el acto. No dijo mucho, apenas una vaga reseña sobre las preseas y por qué se otorgan.

Referencia forzada

La titular de la Ssa, Mercedes Juan López, palabras más o menos, encomió la continuidad que se le dio a las políticas de salud del siglo pasado –alusión temporal que refiere las glorias del régimen priista– sin mencionar las glorias que hace apenas poco más de un mes la burocracia recitaba con entusiasmo al proclamar “el sexenio de la salud” del panista Felipe Calderón.

Eso sí, el asunto de seguridad salió a relucir tanto con González Anaya como con Mercedes Juan. Esta última inclusive dedicó una parte de su discurso a destacar la política social que plantea Peña Nieto, la reconstrucción del tejido social con latinajo y todo: dijo que dicha política “era un requisito sine qua non”.

Añadió que se continuaría y reimpulsaría la política de prevención de adicciones y, sin ser directa, habló de las deficiencias del pasado inmediato, el estado actual del Sector Salud y la forma en que todo mejorará.

Pero a Mercedes Juan no le quedó más remedio que retomar y dar continuidad a lo realizado por los gobiernos panistas, al dar a conocer las preseas instituidas en los últimos años y que Peña Nieto entregó.

Durante el acto, ninguno de los oradores quiso abordar los aspectos de la política sanitaria del gobierno de Calderón Hinojosa. Inclusive, nadie se refirió a la supuesta Cobertura Universal de Salud y se optó por mencionar el propósito peñista de alcanzar la universalización de la seguridad social.

Además de entregar diferentes reconocimientos a un grupo numeroso de enfermeras, sin que se tratara de preseas con nombre y apellido, las últimas tres y más importantes, corresponden a premios instituidos por los gobiernos panistas.

Se trata de la presea Graciela Arroyo de Cordero, instituida en memoria de la madre de Ernesto Cordero Arroyo, exsecretario de Desarrollo Social y de Hacienda con Calderón y panista, actual presidente del Senado de la República.

Otra presea fue la María Concepción Cerisola Salcido, que lleva el nombre de la tía abuela de Pedro Cerisola Weber, quien fue titular de Comunicaciones y Transportes durante el gobierno de Vicente Fox.

La otra presea fue la Sor María Suárez Vázquez, instituida durante el gobierno de Calderón. Aunque en este caso, el reportero no pudo localizar algún vínculo familiar con algún agente panista, la religiosa de la Congregación del Verbo Encarnado –fallecida en 2010– destinó gran parte de su vida a trabajar en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Oriente y estuvo muy vinculada a los Legionarios de Cristo.

Luz del conocimiento  

Durante el acto no se abundó en detalles sobre el nombre de las preseas instituidas. Pero cuando la enfermera que recibió el Cordero Arroyo intentó descender del escenario por una rampa, el EMP la regresó a la vista de todos, para que bajara por la escalinata, justo a un lado de una broncínea lámpara.

Concluida la entrega, Peña Nieto hizo uso de la palabra. Respecto de la salud, recurrió al truco oratorio presidencial de estos días: sólo presumió los recursos que se contemplaron en el presupuesto para este año y prometió que destinará más dineros a prevención y a calidad en el servicio.

Al fin, presidente, secretaria y comisionada de enfermeras se enfilaron a denominada La Lámpara del Conocimiento. Una breve lucecita fue encendida por el mandatario y, acto seguido, inició la entonación del Himno de la Enfermera. Cientos de lucecitas aún más pequeñas fueron empuñadas por los asistentes.

Como ocurrió con el Himno del Agrarista un día antes, esto de los himnos al presidente no se le da, y el incomprensible cántico transcurrió ante la impavidez de su rostro.

Fin del evento. Un “goya” inicia la guerra de porras: chiquitibún… a la bio a la bao… y resuenan los vivas al ISSSTE, al IMSS, a la UNAM… con la cofia bien puesta cada grupo intenta hacer notar la presencia de su centro de trabajo.

Mientras, el mandatario se abre paso en el pasillo, posando para todo tipo de teléfonos celulares que intentan captarlo con la enfermera feliz que logra atenazarlo.

No es el desenfreno de la campaña, pero sí hay algarabía.

Finalmente, la ceremonia terminó y sigue la fiesta para unos y otros: ellas, a la comida anual de su respectiva institución; el presidente a partir la rosca de Reyes a Palacio Nacional con un selecto grupo de acompañantes.

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