La maestra, en su lugar


Raymundo Riva Palacio

Como presidente, Enrique Peña Nieto cumplió este lunes lo que le dijo a Elba Esther Gordillo en octubre, cuando la maestra le ofreció su cabeza. “Quiero que me acompañe todo el sexenio”, atajó su ofrecimiento. Gordillo, que unilateralmente condicionó su permanencia al frente del poderoso sindicato de maestros a esa plática, decidió entonces permanecer al frente del magisterio. Para entonces, su yerno Fernando González llevaba semanas platicando las reformas que planeaba el nuevo gobierno con Aurelio Nuño, actual jefe de la Oficina de la Presidencia, que la maestra terminó de digerir el viernes pasado durante una larga plática vespertina con Peña Nieto. “Fue muy cordial”, dijo un cercano a Gordillo para enfatizar el clima del encuentro, “y de gran camaradería”.

La maestra, como lo dijo este martes el secretario general del sindicato, Juan Díaz, va con la reforma. Es posible que no le guste porque le quita poder, pero no tiene opción real. Debe haber sido claro con los mensajes antes de la toma de posesión. El principal, la designación de su Némesis, Emilio Chuayffet, como secretario de Educación, un nombramiento que nunca se les sugirió como una posibilidad que pensaba Peña Nieto. Al reponerse de la sorpresa vino un segundo mensaje.

En la víspera del anuncio del gabinete, Peña Nieto la había citado a una reunión, pero la cancelaron “por problemas de agenda”, dijo uno de sus cercanos, quien no ocultó el hecho que “no se hubiera dado el tiempo para verla”. No obstante el descolón, la maestra fue al Palacio Nacional donde Peña Nieto pronunció su primer discurso como presidente, cuyo punto climático en ovaciones fue la reforma educativa y el fin de las plazas de maestro por herencia. La maestra asentía todo lo que dijo sobre el tema y fue la primera en aplaudirlo. Ahí se dio el tercer mensaje: el lugar donde la sentaron.

Gordillo fue sentada junto con los líderes sindicales. Le cercenaron los privilegios de los que gozó durante los gobiernos panistas, con quien hizo alianzas durante y después de las elecciones presidenciales. Alianza hubo también con Peña Nieto, pero el trato fue distinto. No fue el presidente su verdugo, ni esperó descabezarla -como Carlos Salinas, para legitimarse en enero de 1989, lo hizo con el dirigente petrolero Joaquín Hernández Galicia y el del magisterio Carlos Jonguitud, mentor y protector de Gordillo. La maestra fue colocada en el lugar destinado a los grupos de interés -como son los sindicatos-, no entre quienes detentan el poder -como líderes de partidos y camarales-. Trato respetuoso, pero sin mayor concesión que el no sacarla a patadas del magisterio.

Las empresas paraestatales que le fueron inventariadas en los gobiernos panistas se fueron a otro lado. Las direcciones en dependencias de tercer nivel se atoraron. Se le cerraron fuentes de financiamiento irregular que tuvo cuando los suyos encabezaron la Lotería Nacional, el ISSSTE y hasta el Sistema Nacional de Seguridad Pública. No le cortaron -al menos todavía- el presupuesto que asigna la Secretaría de Educación Pública a la educación básica, pero para negociar con ella le colocaron a otra mujer, Alba Martínez Olivé, hija del líder comunista Arnoldo Martínez Verdugo -primer candidato presidencial de la izquierda-, que se encuentra en sus antípodas, pero sí le acotaron otra vertiente de poder: las plazas de maestros.

Peña Nieto propuso la evaluación magisterial con rango constitucional, lo cual elimina a Gordillo y al sindicato del manejo, administración o manipulación de plazas para incompetentes pero leales. No más trueques políticos a través del manejo de esas plazas. Este el punto más importante de la reforma educativa, donde cortan las alas del poder a la maestra y la ubican en su nueva realidad. Puede comenzar a preparar su retiro, por la puerta grande de un sindicato que podría presumir en el futuro que contribuyó a la gran reforma educativa nacional y que le ayude a restaurar históricamente su imagen. Puede también salir a patadas, por la vía de una ruptura. Pero la maestra no come lumbre. Sabe que con Peña Nieto llegó al final de un poder de 30 años. Mejor adaptarse, como bien lo sabe hacer, que morir abruptamente.

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