Invitación a la maestra


Salvador García Soto

En el juego de la política, Elba Esther Gordillo llevaba cuatro sexenios al hilo ganando. Desde su asunción al liderazgo del sindicato magisterial con Carlos Salinas, hasta la consolidación de su poder cuando se enfrentó a Ernesto Zedillo y se impuso, pasando por su amistad personal con Vicente Fox que le valió cargos y cuotas en el gabinete, o su alianza política con Calderón que confirmó sus posiciones políticas. Incluso, en su apuesta electoral por Enrique Peña Nieto, la maestra ganó.

Sin embargo, en el arranque de este gobierno, desde el primer día en Palacio Nacional y antes con el anuncio del nombre de Emilio Chuayffet en el gabinete, las señales de que la suerte de Gordillo podía cambiar fueron evidentes. Primero su presencia en Palacio Nacional aquel 1 de diciembre en que no fue precisamente la más saludada y tuvo que escuchar una prolongada ovación cuando el presidente Peña Nieto anunciaba: “Una reforma constitucional que le devuelva al Estado la rectoría de la educación”.

Luego ayer, la presentación de esa reforma educativa, ya como el primer compromiso que se materializa del Pacto por México, dejó en claro que, en definitiva, éste no será uno más de los sexenios de la suerte para Elba Esther.

Su ausencia en el anuncio -aunque sí estuvo presente el secretario general del SNTE, Juan Díaz Covarrubias- confirmó que si bien estas propuestas, que le arrebatarán al sindicato el control de las plazas magisteriales y por tanto le restarán poder político, no son desconocidas para ella, tampoco fueron negociadas con ella, como en algún momento se lo pidió públicamente a Peña Nieto.

Tampoco estamos, como muchos lo han querido ver, ante un rompimiento de Peña Nieto con Gordillo. Ni siquiera puede hablarse en este momento de una confrontación entre el gobierno y el liderazgo del SNTE. Mañana el mismo Díaz Covarrubias fijará la posición del sindicato ante la reforma anunciada y, hasta donde se sabía anoche, le dará el respaldo y apoyo, a nombre del magisterio, a la propuesta del presidente.

Pero si no hay rompimiento, tampoco hay la alianza o el pacto que quería Elba Esther Gordillo con el gobierno de Peña Nieto. Aunque en la etapa de transición hubo conversaciones y diálogo, nunca se concretó la propuesta de la lideresa magisterial para que Peña negociara con ella y su sindicato el modelo educativo que quería impulsar en su gobierno. De hecho, hasta donde afirman fuentes de ambos lados, no se ha producido un encuentro directo entre el presidente y la dirigente sindical.

Eso significa que, aunque desde el gobierno tuvieron la cortesía de enviarle previamente el contenido de la reforma educativa que ayer se anunció, no hubo ninguna intención de negociar nada con el SNTE ni con Elba Esther, como tampoco se negoció la designación de Emilio Chuayffet en la Secretaría de Educación Pública que tomó por sorpresa a la maestra y a la cúpula sindical, a la que nunca consultaron sobre el nombre del titular de la SEP, como sí habían hecho al menos tres presidente anteriores y como ella misma estaba esperando que ocurriera.

Dice el viejo dicho popular que “no hay borracho que coma lumbre”, y Elba Esther en estos momentos no va a cuestionar las decisiones de Peña Nieto, con quien mantiene vasos comunicantes y una relación cordial. Incluso se espera que el SNTE no sólo apoye la reforma peñista sino que diga que en los resolutivos de su reciente Congreso Nacional de Cancún están contenidos varios de los puntos que promueve el acuerdo tripartidista.

Sin embargo, como la política astuta y experimentada que es, Gordillo Morales sabe que los pasos que está dando este gobierno son en sentido contrario a la negociación con ella y su poderoso sindicato y más bien la están orillando a apoyar esos pasos. Es decir, Peña no se va a confrontar con ella y mucho menos la maestra responderá con un pleito; pero está claro que lo que le está haciendo el presidente es una “invitación” a que tome una salida digna y dé paso a un nuevo liderazgo sindical que vaya más acorde con la esencia de la iniciativa que ayer se envió al Congreso: un modelo educativo donde quien manda es el Estado y no el sindicato.

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