Esperanza y exigencia


Salvador García Soto

Si los símbolos cuentan y los rituales son formas de cohesión y de sentido para una sociedad, la toma de posesión de Enrique Peña Nieto como presidente de México cumplió a cabalidad esos objetivos. Hace tiempo que los mexicanos no encontraban en una imagen, un ritual y un discurso, elementos para abonar a una certeza mínima: de que, a pesar de todo, y contra todo, este es un país de instituciones y de Derecho; y que, aun en medio del desastre, siempre habrá un rescoldo para el beneficio de la duda o en algunos casos, para la esperanza.

La distancia entre aquel amargo ascenso al poder en 2006 y la asunción, no exenta de protestas y críticas, pero mucho más firme y certera de este 1 de diciembre, generaron la percepción de que no hay sólo un arranque de gobierno, sino la posibilidad de que como nación y como sociedad tocamos fondo y podamos retomar un despegue que nos saque del estancamiento, la violencia y la imposibilidad de crecimiento.


A Peña Nieto, contra lo que muchos hubieran esperado, se le vio una transformación. Más allá de la fuerza del ritual y los símbolos, el político que ya electo seguía pareciendo candidato, se supo plantar y transmitir la imagen de un presidente ya en funciones que, sin detenerse en los conocidos y reiterados diagnósticos de la política mexicana, dirigió a la República un mensaje claro y directo, con decisiones específicas e instrucciones para atacar desde el inicio algunos de los problemas más sensibles para los mexicanos.

Ese fue el mérito del primer mensaje del nuevo presidente: que se alejó de la tradicional retórica mexicana que dice mucho sin decir nada, y que lejos de regodearse en el diagnóstico de los problemas, los mencionó de frente para luego anunciar acciones concretas para atenderlos. Eso le otorgó al discurso una característica novedosa en la política nacional que hizo que, aun muchos que no votaron por Peña Nieto o que no simpatizan con él, atendieran sin rechazo su discurso.

Ahora que la expectativa de que ese buen discurso se haga realidad, se vuelve relativa. Habrá los que confíen plenamente en que con la llegada de Enrique Peña Nieto se inicia una nueva etapa; habrá los que piensen que se trato sólo de la experiencia del PRI en el manejo de los rituales y los símbolos para generar percepciones; pero habrá también quienes, deseando que las cosas siempre mejoren, aspiren a que al menos un porcentaje mínimo de los decisiones y compromisos anunciados se hagan realidad y con eso algo cambie positivamente en el país.

En la lógica de que ningún presidente podrá cambiar nada por sí solo, que se requiere del concurso obligado de la sociedad y de los otros poderes del Estado, ayer se firmó el llamado Pacto por México que, aun con la reticencia de algunas facciones partidistas, sobre todo de la izquierda, apunta a que esa ligera percepción de cambio posible que se genera en algunos sectores tenga una ruta crítica y una carta de navegación que la vuelva asequible.

No hay muchas razones en este país de decepciones y de tan mezquina e inepta clase política para confiar en que un “pacto” como el que ayer firmaron los tres principales partidos será, primero, honrado, y luego cumplido, pero en nuestras circunstancias, con este país fragmentado, dolido y estancado, nos queda apenas la necesidad de volver a darles a los políticos el beneficio de la duda y de empujar, vigilar y exigir, para que, otra vez un mínimo posible de esos acuerdos se cumplan y se conviertan en leyes, programas y políticas públicas que nos devuelvan el aliento y la confianza como sociedad.

No se trata pues de creer o no creer, ni de ingenuidad o de optimismo oportunista; se trata de la necesidad de tocar fondo y de intentar volver a salir a la superficie; de que un país y sus habitantes no pueden resignarse al fracaso permanente. Si este nuevo gobierno puede conducir o no ese proceso, ya se verá en los hechos, pero por ahora hay señales contundentes de que eso es lo que esperan, pero también exigen, los mexicanos.

NOTAS INDISCRETAS… El Pacto por México, que para muchos surgió de la nada, comenzó en realidad a negociarse desde hace al menos tres meses. José Murat del PRI, Jesús Ortega del PRD y Santiago Creel del PAN, sostuvieron los primeros encuentros para un borrador al que se sumaron luego Luis Videgaray, Miguel Osorio Chong, del equipo peñista, y las dirigencias de los tres partidos. Así surgió el documento final que ayer firmaron en Chapultepec… Los dados arrancan con Escalera. La semana promete.

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