El otro Chuayffet


Salvador García Soto

El Emilio Chuayffet que sorpresivamente para muchos -incluida la maestra Elba Esther-llegó a la Secretaría de Educación Pública no es exactamente el mismo político que en 1995 ocupara la Secretaría de Gobernación y desde ahí concibiera un fallido proyecto para aspirar a la Presidencia en el año 2000.

Aquel Chuayffet que, invitado por Ernesto Zedillo para ser el responsable de la gobernación del país, llegó al gabinete con honores y fue nombrado secretario en una ceremonia especial en el salón Juárez de Palacio Nacional, donde el presidente le confirió un poder ilimitado para que operara políticamente desde Bucareli, mientras él desde Los Pinos se encargaba del complicado manejo económico de una nación que superaba su más dura crisis, pues de todos era sabido que a Zedillo no le gustaba mucho la parte política que delegó prácticamente en su flamante secretario de Gobernación.

Aquel salto que dio desde la gubernatura del Estado de México que dejó inconclusa para saltar a la palestra federal, hizo que el hombre inteligente y el jurista sólido que es Chuayffet se envaneciera. Como secretario de Gobernación tuvo un enorme poder que no siempre manejó con sapiencia y sentado en ese histórico despacho le ocurrió lo que a muchos antes que él: comenzó a pensar en el futuro y a pensarse como el candidato presidencial que México necesitaba.

Por esas fechas eran comentados en los corrillos políticos los desplantes del político mexiquense que cumplió con el encargo de Zedillo y dejó al presidente concentrarse en los asuntos económicos, que tanto le apasionaban, mientras él tenía el control casi total de la parte política. Porque entonces, el supuestamente apolítico presidente Zedillo comenzó, tal vez sin informárselo a su secretario de Gobernación, un proyecto político de gran envergadura que pasaba por los compromisos internacionales que había adquirido cuando el FMI, la Casa Blanca y el Banco Mundial salieron en rescate de la quebrada economía mexicana tras el fatídico error de diciembre.

Zedillo había trazado ya la ruta de la alternancia política en México que pasaba por la necesaria derrota de un partido que nunca sintió suyo, el PRI, y al que públicamente le marcó su “sana distancia”. Llegaron las elecciones de julio de 1997 y con ellas el triunfo histórico de Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal y a la par, otra derrota histórica para el priismo: perdieron la mayoría en la Cámara de Diputados que, por primera vez en 70 años, no estaría bajo el control del partido oficial sino de una mayoría opositora.

Ahí comenzaron los problemas para el entonces ensoberbecido Emilio Chuayffet. Cuando Porfirio Muñoz Ledo y Carlos Medina Plascencia comenzaron a dialogar para dar forma a lo que después sería el histórico “Bloque Opositor”, primera mayoría no priista en la Cámara de Diputados, el secretario de Gobernación enloqueció. Para la historia quedó aquel 1 de septiembre cuando, ante la negativa del PRI a instalar la 57 legislatura (con los priistas retenidos a la fuerza en camiones afuera de San Lázaro) la mayoría opositora decidió proceder a la instalación y desde Bucareli, Chuayffet intentó impedir la instauración del Congreso en sesión general, con lo que técnicamente, decían los analistas de la época, se estuvo a un paso del golpe de Estado.

A partir de ahí vino una espiral de descenso para el entonces secretario de Gobernación, que terminaría con la masacre de Acteal, en diciembre de aquel 97, y con Chuayffet en Los Pinos escuchando de Zedillo su cese por aquellos hechos y ofreciéndole la Secretaría del Trabajo que Emilio rechazó para iniciar un retiro de varios años de la política durante los que se refugió en la UNAM y de donde salió después en 2003 para ir como diputado federal en aquella legislatura donde fue parte del golpe a Elba Esther Gordillo y después, otra vez mareado de poder, se enfrentó a Manlio Fabio Beltrones en un pleito que aún perdura.

El Emilio Chuayffet que ahora está en la SEP y que será el responsable de la anunciada reforma educativa está, dicen sus cercanos, “mucho más maduro y alejado de tentaciones o ambiciones políticas”. ¿Será esta vez inmune a la soberbia y dejará fluir más su inteligencia política?

Comentarios