Raymundo Riva Palacio
La toma de posesión de Enrique Peña Nieto fue diferente a la de Felipe Calderón. Hace seis años, la revuelta y las bombas molotov estaban dentro del Congreso; el sábado, en las calles de la Ciudad de México. Los enfrentamientos con grupos radicales en el Centro Histórico por más de seis horas, marcaron el inicio del gobierno del primer priista que llega al poder como resultado de la alternancia en una forma onomatopéyica y se puede decir que hasta absurda, pues lo que sucedió este fin de semana estaba ampliamente anunciado.
En julio pasado, dos semanas después de la elección presidencial, se apuntó en este mismo espacio, bajo el título de “El Verano del EPR”, el registro de que la protesta social estaba en marcha: “Son miles de personas las que se han articulado para expresar su inconformidad contra la candidatura de Enrique Peña Nieto y su victoria electoral. Bajo el lema de “si hay imposición habrá insurrección’, son irrelevantes los más de 19 millones de votos a su favor, porque su lógica responde a otros reactivos. Hay insatisfechos, decepcionados, inconformes y quienes tienen agenda particular. Hay grupos estudiantiles y grupos de interés o radicales.
“Empezó como una protesta en la Universidad Iberoamericana, donde nació el movimiento #YoSoy132, que se transformó en una masa de agitación sin cabeza, a la que se le han sumado organizaciones sociales que actúan dentro de los cauces legales y en el campo de la clandestinidad. El propio movimiento universitario se ha disgregado, entre quienes lo iniciaron en las universidades privadas, y las públicas, donde también hay diferencias entre la Universidad Autónoma Metropolitana, que aglutina a la mayoría de las instituciones públicas, y las facultades de Ciencias y Economía de la UNAM, donde se encuentran los más radicales de todos.
“En este último grupo se encuentran los profesionales de la protesta, que tienen los vasos comunicantes con las organizaciones más beligerantes de las 200 que este fin de semana aprobaron un plan de movilizaciones que comienzan el 22 de julio con una marcha, y termina el 1 de diciembre, con el intento a impedir la toma de posesión de Peña Nieto. Es un plan para estrangular a la Ciudad de México. Es también una llamada a la desestabilización, antesala de la ingobernabilidad”.
Casi un mes antes, el EPR difundió un comunicado donde previamente a la nueva organización que se estructuró en la llamada Convención Nacional contra la Imposición, celebrada en San Salvador Atenco, afirmó: “Estos jóvenes como otros más están aportando ideas y definiciones que deben ser tomadas en cuenta; sin embargo, ante el clamor que se ha escuchado en toda la República sobre que ‘SI HAY IMPOSICIÓN HABRÁ REVOLUCIÓN’, esa consigna la valoramos y aunque puede ser emocional o consciente, les tomamos la palabra”.
A muy pocos pareció importarles lo que estaba en la cocina. Escasa una semana después de las elecciones, el EPR difundió otro comunicado donde planteó lo que iba a hacer ante “la imposición de un candidato”. Pidió “dirigir la indignación a la resistencia popular”, con movilizaciones, acciones políticas de masas -que se hacen con organizaciones y sindicatos-, y una lucha popular de coyuntura. “La resistencia popular no es sinónimo de violencia cuando se lucha por demandas legítimas”, expuso en el comunicado. “Violencia es la que viene del Estado”.
La palabra “imposición” estuvo presente en el Congreso y en las calles de la ciudad de México durante la protesta de Peña Nieto como presidente. Si se revisan las primeras declaraciones de los detenidos durante los enfrentamientos del sábado, se pueden encontrar las mismas líneas discursivas que sugirió el EPR. Lo mismo con la retórica de algunas personas públicas en la política y los medios. Es posible que sea coincidencia -aunque en política no existan las coincidencias-, y que la toma de posesión fuera el galvanizador de la inconformidad. Pero si no hay vinculación, no hay duda que se dará por los vasos comunicantes que existen entre los movimientos. Lo del sábado fue un brote insurreccional. Ya no en Chiapas o Guerrero. Fue en el corazón político de la nación.
Comentarios