Calderón: ¿Podrá tu conciencia vivir en paz?


José Gil Olmos

El 20 de noviembre un helicóptero aterrizo frente al Palacio Nacional para recoger unos soldados que resultaron heridos al fracasar una acrobacia encima de los caballos. El desfile del aniversario de la Revolución se suspendió por unos minutos y mientras la aeronave bajaba Felipe Calderón comenzó a batir las manos quitándose algo de encima, lo mismo que a sus hijos y esposa. Al principio nadie sabia qué pasaba, pero luego se supo que las hélices habían levantado y lanzado las heces de los caballos sobre el presidente y su familia.

Pocos medios (salvo Milenio televisión) difundió esta situación inoportuna de la familia presidencial. En las imágenes se veía como Calderón, Margarita y sus hijos hacían esfuerzos por quitarse el estiércol de los caballos de su ropa, el pelo y la cara, sobre todo del presidente que no sabía qué hacer para quitarse esa inmundicia mientras estaba en el principal balcón del Palacio Nacional.

La imagen parece un preludio de lo que a partir de esta semana será la vida de Felipe Calderón, que nada podrá hacer para quitarse las excreciones de su gobierno, los errores cometidos, la negligencia e ineficacia de todo su equipo, la corrupción y las malas decisiones que dieron lugar a la etapa más violenta que ha tenido el país desde 1929 cuando en la guerra cristera murieron 150 mil mexicanos.

El pasado domingo se reunieron decenas de familias de desaparecidos en varias entidades del país frente al Palacio de Bellas Artes. Por varias horas hablaron de sus tragedias mientras los paseantes dominicales iban y venían por el edificio de mármol blanco.

Las fotos de sus esposos, hermanos, hijos e hijas, de amigos estaban sobre el piso de la plaza y en la carpa instalada para taparse del sol. En casi todas las imágenes había sonrisas. En el momento en que fueron captadas las familias estaban unidas. Hoy todos y cada uno de ellas y ellos están ausentes, víctimas de desaparición forzada, un delito de lesa humanidad que no prescribe.

Durante todas esas horas, aproximadamente cinco, los testimonios estuvieron acompañados por gritos de dolor y rabia. Gritos que pocas veces se ha escuchado en público contra un presidente de la República.

“Eres un asesino”, le gritaron decenas de veces. “No somos daños colaterales”, le espetaron a Calderón representado por una botarga de cartón que recibió botellazos de plástico cuando le entregaron un diploma por su gobierno entintado de sangre.

“Huyes como un cobarde, pero te estaremos persiguiendo para recordar lo que hiciste toda tu perra vida”, le grito Yolanda Moran, cuyo hijo Dan Jeremeel Fernández Morán desapareció el 19 de diciembre de 2008 en Gómez Palacio, Durango, cuando viajaba en su coche interceptado por un comando militar.

Más que una catarsis, lo que las mujeres hicieron fue una advertencia a Calderón. Le dijeron que su pesadilla apenas comienza, que sin la protección que tenía como presidente, fuera de la membrana del poder, será perseguido, no importa a dónde quiera refugiarse, por todas aquellas familias que fueron dañadas por la violencia generada tras su declaración de guerra contra el narcotráfico, por la tragedia y el horror que motivó por una pésima estrategia militar y policíaca.

El acto de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos de México (Fundem) es uno de una lista de eventos de despedida a Calderón organizados por distintas agrupaciones de víctimas de la violencia, como el Movimiento de Paz con Justicia y Dignidad, que en algún momento confió en el gobierno para resolver su demanda de justicia pero no tuvo respuesta, sino solo engaños, porque ninguno de los casos presentados fueron resueltos.

Calderón no cumplió su palabra empeñada y tampoco dio la seguridad que le pidieron algunos familiares, como Nepomuceno Guerra, quien en el castillo de Chapultepec le pidió que lo ayudara a investigar el paradero de su hijo secuestrado en Hermosillo y que le diera protección porque había recibido amenazas de muerte. Calderón se comprometió a las dos cosas pero no cumplió, Nepomuceno fue ejecutado al mediodía, en pleno centro de la capital sonorense.

“¿Podrá tu conciencia vivir en paz?”, decía una de las mantas colgadas en la carpa puesta el domingo frente a Bellas Artes.

Margarita Zavala ha dicho que su esposo tendrá que pagar los costos políticos y personales por la narcoguerra que encabezó los seis años de su administración. Tiene claro que a donde quieran que vayan, Estados Unidos, España o cualquier país, Calderón será confrontado, perseguido, asediado por aquellos que lo consideran responsable de miles de muertos, desaparecidos y desplazados por la espiral de violencia que se levantó en su sexenio.

Aunque trate de rechazar su responsabilidad argumentando su papel de jefe de Estado, Calderón no podrá eludir su cruz a donde quiera que vaya. Peor que Gustavo Díaz Ordaz, responsable de la matanza en Tlatelolco, Calderón quedará marcado por decenas de miles de muertes y desapariciones. Eso lo perseguirá apenas termine su mandato y a partir de entonces comenzará su pesadilla.

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